Por George Martin Fell Brown (ASI en EEUU)

Una visión común, pero errónea, de la conciencia es que se trata principalmente de una característica que surge del cerebro, determinada únicamente por la estructura y organización del mismo. El pensamiento es visto como un proceso puramente interno de razonamiento independiente de nuestras interacciones con el mundo exterior. Mientras que la investigación científica que parte de esta premisa se ha topado con un muro, otras investigaciones han progresado al observar la conciencia en términos de desarrollo e interacción de un organismo con su entorno y con la naturaleza. El best-seller de Peter Godfrey-Smith Otras mentes: El pulpo, el mar y los profundos orígenes de la consciencia se alinea en este último campo, y es un planteamiento bienvenido para aquellos que buscamos una mejor comprensión acerca de la naturaleza de la conciencia.

Otras mentes… documenta y analiza los recientes estudios sobre la inteligencia de los pulpos, un tema que ha visto crecer su interés científico y popular en los últimos años. Experimentos y observaciones ocasionales han revelado que son animales inusualmente inteligentes, mucho más de lo que se creía.

Los científicos que observan la naturaleza y los orígenes de la conciencia y la inteligencia a menudo han recurrido a otros animales que muestran un grado de inteligencia similar al de los humanos. Pero esos animales, en especial simios y delfines, son parientes cercanos a los humanos, al menos en una escala de tiempo geológica, ya que pasaron por muchos de los mismos desarrollos evolutivos. Ese no es el caso de los pulpos, cuyo antepasado más cercano a los humanos es una criatura similar a un gusano del período Ediacárico de la historia de la Tierra (hace entre 635 y 500 millones de años y anterior a la explosión Cámbrica); esta criatura carecía de cerebro centralizado. Cualquiera que sea el tipo de conciencia e inteligencia desarrollada en el pulpo, se desarrolló independientemente de las que se desarrollaron en nuestros ancestros. Esto les da a los científicos un nuevo ángulo para estudiar la naturaleza de la conciencia. Como expresa Godfrey-Smith, “probablemente esto sea lo más cerca que nos encontremos de conocer a un alienígena inteligente.”

Aunque los marxistas estamos principalmente interesados en el desarrollo de la sociedad humana y en la lucha política, como materialistas también buscamos necesariamente desarrollos en la ciencia y nuevas formas de entender el mundo material. Marx y Engels siguieron de cerca el progreso científico de su época, incluido el desarrollo original de la teoría de la selección natural de Darwin. Marx anunció la publicación de El origen de las especies declarando que “en el campo de la historia natural, proporciona la base de nuestros puntos de vista”. Mientras tanto, Engels estudió específicamente la cuestión de los orígenes de la conciencia y la inteligencia en los humanos. Cualquier desarrollo adicional en esas líneas es de particular interés para los marxistas.

En lo que respecta a la conciencia y la inteligencia, Marx y Engels hicieron hincapié en su relación con el trabajo o la interacción física con la naturaleza. Engels, en particular, consideró esto como la base para la evolución de la inteligencia en los humanos. Lo que es particularmente interesante sobre Otras mentes… para los marxistas es que, a pesar de no ser marxista, Godfrey-Smith llega de manera independiente a muchas de nuestras mismas conclusiones a través de su investigación sobre la conciencia del pulpo. Por tanto, es útil observar los hallazgos de Godfrey-Smith desde una perspectiva marxista. Ver cómo confirma las ideas sobre la conciencia planteadas ya por Marx y Engels, y contrastarlas con concepciones antimarxistas sobre la conciencia.

Otras mentes… detalla los resultados de los diversos estudios sobre la inteligencia del pulpo y evalúa lo que revelan sobre la naturaleza de la conciencia. Está escrito para un público masivo y es muy accesible; aun así, se citan cuidadosamente los documentos científicos que sustentan la investigación, por lo que a los científicos con más conocimientos también les aporta.

Godfrey-Smith es profesor de filosofía en la Universidad de Sydney y en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, y está especializado en la filosofía de la ciencia y, en particular, en la filosofía de la biología. A diferencia de muchos académicos filósofos, toma un papel activo en sus estudios filosóficos, participando en la investigación de campo directa en los arrecifes de coral, y evita el enfoque positivista de otros científicos, que no ven ningún papel para la filosofía en la ciencia. Por ejemplo, Neil de Grasse Tyson, quien ha hecho mucho por popularizar la ciencia, opina que la filosofía ha quedado “obsoleta” como resultado del progreso científico. Pero la filosofía todavía juega un papel importante al determinar qué preguntas se hacen los científicos y cómo intentan responderlas. Godfrey-Smith reconoce y agradece este valor. Aunque no sea marxista, le da el debido crédito a marxistas como el psicólogo Lev Vygotsky y el biólogo J.B.S. Haldane. Más importante aún, su trabajo es un ejemplo de “dialéctica inconsciente.”

La inteligencia de los pulpos

Para deleite de los lectores, Godfrey-Smith detalla numerosos ejemplos de actividad inteligente entre los pulpos. Han demostrado la capacidad de descubrir cómo abrir la tapa de un frasco que contiene comida. Y también cómo desenroscar la tapa de un frasco desde el interior. Y, a diferencia de los peces, parecen ser conscientes de cuándo están dentro de un acuario, y tienden a esperar a que los científicos abandonen la sala antes de manipular el equipo.

Pero los estudios científicos tardaron en darse cuenta de hasta qué punto eran inteligentes los pulpos. Un ejemplo del enfoque de Godfrey-Smith es su explicación de por qué sucedió esto. Muchas de las primeras pruebas en inteligencia animal se reducían a un simple acto de resolución de acertijos. Los experimentos de B.F. Skinner incluían un refuerzo positivo para alentar a animales a aprender cómo hacer una tarea en particular o resolver un rompecabezas, recompensándoles con alimentos. Esto permitió realizar pruebas cuantitativas rigurosas, pero en cuanto a los pulpos, los resultados no concuerdan con su inteligencia real. Parte de la inteligencia de los pulpos surge de su disposición a jugar con objetos aleatorios para descubrir cómo funcionan. Esto, junto a hábitos alimenticios meticulosos, significaba que a menudo estaban más interesados en las herramientas de laboratorio que en la comida y que las pruebas daban resultados tergiversados.

Godfrey-Smith se refiere a un experimento de 1959 realizado por Peter Dews en el que se suponía que los pulpos debían aprender a tirar de una palanca que encendía una luz y les suministraba comida. En el libro Cephalopod behavior (Comportamiento de los cefalópodos), de Roger Hanlon y John Messenger, este experimento es citado como un fracaso. Sin embargo, cuando Godfrey-Smith observó el documento original, descubrió que dos de los tres pulpos de la prueba aprendieron a tirar de la palanca. El tercer pulpo rompió la palanca, introdujo la luz en el tanque de agua y procedió a chorrear agua a cualquier persona que pasara por el tanque. Como en sentido estricto ese pulpo no aprendió a tirar de la palanca, se consideró un ejemplo de incapacidad para aprender.

El experimento de Dews se realizó de esta forma por el deseo de “métodos de estudio objetivos y cuantitativos”. Pero Godfrey-Smith señala “un desajuste entre los resultados de experimentos de laboratorio sobre aprendizaje e inteligencia, por un lado, y una gama de anécdotas e informes puntuales, por otro”. Los pulpos podían provocar un cortocircuito en las luces de los acuarios, provocando su liberación en la naturaleza antes de que los experimentos hubiesen terminado. En un caso, un pulpo alimentado con calamar descongelado esperó a que el científico entrara en su campo visual antes de arrojar el calamar por el desagüe.

Algunos de los ejemplos más claros de inteligencia del pulpo se vieron fuera de laboratorio, a través de la observación en la naturaleza. En 2009, investigadores de Indonesia encontraron pulpos con dos mitades de cáscaras de coco cada uno; habían sido descartadas por humanos tras cortar las cáscaras por la mitad. Los pulpos acoplaban las dos mitades para formar una esfera que les sirviera de refugio, las desmontaban cuando necesitaban moverse y las volvían a juntar cuando volvían a asentarse. Otros animales, como los simios y algunos cuervos, usan objetos encontrados como herramientas simples, pero estos pulpos son los únicos animales no humanos que fabrican herramientas que se pueden desmontar y volver a montar.

Los científicos como Dews fallaban al adoptar un enfoque reduccionista. El rigor cuantitativo se superpuso a la correspondencia con la realidad, y la inteligencia se vio como una capacidad de razonamiento puramente interna expresada de una manera extremadamente reducida: aprender a tirar de una palanca para conseguir comida. Decir esto no significa que no haya lugar para experimentos de laboratorio o “métodos de estudio objetivos y cuantitativos”. Godfrey-Smith señala estudios más recientes y fructíferos de científicos como Jennifer Mather, Roland Anderson y Michael Kuba, basados en un conocimiento más amplio sobre los pulpos.

Inteligencia e interacción con el medio natural

“La vida no está determinada por la conciencia, sino la conciencia por la vida” (Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana)

Godfrey-Smith explica su enfoque metodológico de la siguiente manera: “¿Cómo encajan la capacidad de sentir, la inteligencia y la conciencia en el mundo físico? Quiero avanzar en este problema, vasto como es, en este libro. Abordo el problema siguiendo un camino evolutivo; quiero saber cómo surgió la conciencia a partir de las materias primas que se encuentran en los seres vivos”. Aunque no utiliza el término, este enfoque encaminado a entender las cosas según surgieron del mundo material se llama “materialismo dialéctico”, el principal fundamento de la filosofía marxista. Y la pregunta específica de “cómo surgió la conciencia a partir de las materias primas que se encuentran en los seres vivos” fue planteada y estudiada directamente por el colaborador de Marx, Friedrich Engels, en su ensayo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre .

Engels observó específicamente la evolución humana. La suposición común entre otros evolucionistas en ese momento era que la inteligencia era un fenómeno puramente interno que resultaba de un cerebro más grande. Por el contrario, Engels vio la inteligencia en términos de trabajo y de la capacidad de interactuar con la naturaleza de forma compleja. En particular, señaló que la necesidad que tenían nuestros antepasados de involucrarse en trabajos complejos sirvió como fuerza motriz para la evolución de la inteligencia. Por tanto, consideró el desarrollo de la mano, y no del cerebro, como el acontecimiento decisivo en la evolución humana: “Pero el paso decisivo se había dado, la mano se había liberado y en lo sucesivo podía alcanzar una destreza aún mayor”. Esta capacidad de manipular la naturaleza de forma más compleja no condujo intrínsecamente a una evolución de la inteligencia, pero hizo posible tal desarrollo.

La visión de Engels no fue ampliamente aceptada en vida, pero desde entonces ha sido confirmada una y otra vez por descubrimientos posteriores. En particular, el descubrimiento en 1974 de Lucy, de la especie Australopithecus afarensis, ha revelado que los ancestros primitivos de los humanos tenían cráneos pre-homínidos, con una capacidad craneal limitada, pero una postura bípeda erguida que les liberaba las manos.

Los cefalópodos evolucionaron en circunstancias bastante diferentes a las de los simios y humanos. Sin embargo, en el relato de Godfrey-Smith sobre esa evolución aparece el mismo proceso. En primer lugar los órganos desarrollan una capacidad de trabajo a través de manipulaciones complejas. Esto permite el desarrollo de la inteligencia y un cerebro más grande. Luego la necesidad del trabajo complejo impulsa la evolución en esa dirección. En los cefalópodos, esos órganos son sus brazos y tentáculos. El papel de los brazos en la inteligencia del pulpo es similar al de la mano en la del humano, en la visión de Engels.

Los pulpos tienen un cerebro central, completado por acumulaciones de nervios, o ganglios, diseminados por todo el cuerpo. “En un pulpo, la mayoría de las neuronas están en los brazos, casi el doble que en el cerebro central (…). Un brazo extirpado puede incluso realizar varios movimientos básicos, como alcanzar y agarrar”. Una gran parte del proceso de pensamiento de los pulpos se lleva a cabo directamente por parte de los órganos que manipulan directamente el mundo exterior. Además, estos brazos complejos, con mentes propias, evolucionaron antes que el cerebro central.

Mientras que los humanos y los pulpos tienen un ancestro común del Precámbrico, similar a un gusano, el ancestro común de los cefalópodos modernos fue producto de la explosión cámbrica. Este molusco, llamado monoplacóforo, tiene concha y pie y camina por el suelo oceánico como un caracol. Hacia el final del período Cámbrico, la tannuella (uno de los géneros del monoplacóforo) desarrolló compartimentos en su caparazón. Esto favoreció que la concha acumulase gas, lo que permitió flotabilidad. La explicación de la importancia de esta liberación del pie, por parte de Godfrey-Smith, es notablemente similar a la explicación de la de liberar la mano en la evolución humana, por parte de Engels: “Una vez arriba, el pie no sirve para gatear. . . El pie quedó liberado para poder agarrar y manipular objetos, y parte de él se desarrolló como un grupo de tentáculos.”

El primer cefalópodo fue el plectronoceras, del Cámbrico Superior. Los científicos no están seguros de si los plectronoceras lograron flotabilidad o no. Pero en el período Ordovícico que sucedió al Cámbrico (485-443 millones de años atrás), otros cefalópodos evolucionaron y se convirtieron en cameroceras, grandes cefalópodos flotantes con un grupo de tentáculos. A fines del Paleozoico, se produjo un nuevo desarrollo: “Un poco antes de la era de los dinosaurios, parece ser que algunos cefalópodos comenzaron a abandonar sus caparazones (…) Esto permitió una mayor libertad de movimiento, aunque a costa de una mayor vulnerabilidad”. Y esto a su vez condujo a la evolución del cerebro central, ya que los brazos o tentáculos comenzaron a desempeñar un papel más importante en su actividad.

Los pulpos son uno de los cuatro tipos de cefalópodos existentes: los otros tres órdenes son calamares, sepias y nautilus. De esos cuatro, el nautilus se parece mucho más a los cefalópodos anteriores al cameroceras: mantiene su caparazón, hurga en el lecho oceánico y muestra pocas señales de inteligencia. Los otros tres tipos han reducido su caparazón en diversos grados. En la sepia se convirtió en un hueso interno; en el calamar, se redujo a una espada en forma de pluma; y en el pulpo, desapareció por completo, dejando el ojo como la parte rígida más grande del cuerpo. Estos tres tipos de cefalópodos han mostrado signos de mayor inteligencia, pero los calamares y la sepia no han sido tan estudiados como los pulpos.

Mientras que el estudio de Godfrey-Smith sobre la evolución del pulpo reafirma gran parte de los puntos de vista de Engels en un nuevo escenario, Godfrey-Smith nunca menciona a Engels, y parece desconocer su contribución. Parte de la resistencia popular a puntos de vista como los de Engels se deriva de nociones idealistas que ven los pensamientos como la realidad determinante, o nociones dualistas que muestran a la mente y la materia como independientes entre sí. Todo esto está ligado a muchas concepciones políticas reaccionarias, como la visión de los “grandes hombres” en la historia o la supuesta meritocracia del capitalismo; todas ellas consideran que la sociedad humana está impulsada por ideas mientras esconden el papel del trabajo y de las necesidades humanas.

Muchos científicos se alejan formalmente de las ideas filosóficas de Marx y Engels por razones políticas, pero en la práctica se ven forzados a adoptar elementos clave del materialismo dialéctico en teorías como la tectónica de placas o conceptos como el de ecosistema. Algunos científicos con orientación política elogiaron y aplicaron conscientemente los métodos de Engels, como J.B.S. Haldane y A.I. Oparin en sus teorías sobre el origen de la vida, o Stephen Jay Gould en su teoría del equilibrio puntuado. Pero muchos más científicos terminan adoptando un enfoque de “dialéctica inconsciente”, como es el caso.

Godfrey-Smith no aborda las posiciones políticas que subyacen tras los diferentes puntos de vista sobre la conciencia, pero se ve obligado a llegar a las mismas conclusiones científicas que Engels a través de sus estudios sobre la inteligencia del pulpo. La propia biología del pulpo excluye cualquier concepción idealista o dualista de la conciencia: “En un pulpo, el sistema nervioso en su conjunto es más relevante que el cerebro; no está claro dónde comienza y termina el cerebro, y el sistema nervioso recorre todo el cuerpo. El pulpo está lleno de nervios; el cuerpo no es algo separado que está controlado por el cerebro o el sistema nervioso”. Esto le lleva a la conclusión de que “el pulpo vive fuera de la división habitual cerebro/ cuerpo “.

El carácter de la conciencia

Otras mentes… no sólo confirma ampliamente una serie de ideas presentadas anteriormente por Marx y Engels; también desarrolla una comprensión científica de la conciencia más allá de lo que Marx y Engels podían conocer en su época.

Engels basó sus ideas sobre la evolución humana en las de Marx sobre la diferencia entre el trabajo humano y el animal, por ejemplo cuando comentó en El capital que “una abeja puede sonrojar a muchos arquitectos con la construcción de sus panales, pero que lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es que el arquitecto levanta la estructura en su imaginación antes de erigirla en realidad. Al final de cada proceso de trabajo, obtenemos un resultado que ya existía en la imaginación del obrero”. Engels estaba preocupado por saber cómo esta “estructura en la imaginación” evolucionó desde una simple reacción a la naturaleza.

Godfrey-Smith pinta una imagen de la conciencia similar a una “estructura en la imaginación”. Utiliza el término “copia eferente”, queriendo indicar una copia mental del mundo exterior que un organismo obtiene a través de sus sensaciones y actividad, una copia que puede ser manipulada a través del proceso mental para que el organismo planee conscientemente sus acciones. En los humanos, esto incluye cosas como monólogos internos e imágenes mentales. Godfrey-Smith presenta la evolución de la conciencia como un proceso de estas imágenes que se desarrollan a partir de la página en blanco. Pero, yendo más allá de Marx y Engels, señala múltiples avances evolutivos, a medida que se desarrollan diferentes cualidades de la imagen, estableciendo tipos de conciencia cualitativamente diferentes para diferentes animales.

Cada organismo tiene alguna capacidad para extraer información de su entorno, que luego forma la base de sus acciones. Godfrey-Smith señala los estudios sobre la bacteria E. coli, que puede detectar si las concentraciones de ciertos químicos están aumentando o disminuyendo. Luego usa esta información para acercarse o alejarse de ellos, dependiendo de si son útiles o nocivos. Pero incluso en organismos multicelulares simples, esta capacidad tiende a ser reacciones independientes a estímulos externos, llevados a cabo inconscientemente en reacción a la naturaleza.

En contraste con la idea de que la evolución ocurrió a través de cambios lentos y cuantitativos a lo largo del tiempo, Godfrey-Smith señala transformaciones rápidas en la conciencia en diferentes momentos de la historia natural. La primera tuvo lugar durante la explosión del Cámbrico, cuando, no sólo los vertebrados y cefalópodos, sino también gran cantidad de artrópodos, incluidos los ancestros de las abejas, desarrollaron por primera vez la capacidad de percibir objetos distintos en el mundo exterior. También se observó el desarrollo, en algunos organismos, de la capacidad de sentir dolor y otras emociones primordiales. Godfrey-Smith cita experimentos que muestran que los cangrejos responden al dolor curándose las heridas, mientras que los insectos no.

Las “copias de eferencias” o “estructuras en la imaginación” de humanos y pulpos son el producto de transformaciones posteriores, son más elaboradas que las de los animales de la explosión cámbrica. Pero también son bastante distintas una y otra. Los ganglios de los pulpos en sus brazos permiten algunos procesos de pensamiento semiautónomos y Godfrey-Smith compara el proceso de pensamiento general de los pulpos con un director de una banda de jazz en la que cada intérprete puede improvisar dentro de los límites establecidos por el director. Pero los humanos tienen monólogos internos y procesos de pensamiento de orden superior, de los que carecen los pulpos.

Al tratar estas cuestiones, Godfrey-Smith reconoce la contribución del psicólogo soviético Lev Vygotsky. Vygotsky era un psicólogo marxista que entró en conflicto con el estalinismo, y fue uno de los primeros psicólogos en enfatizar el papel de los monólogos internos en el proceso del pensamiento consciente. Godfrey-Smith elogia explícitamente su contribución a resaltar el papel de los monólogos internos, valorándolo favorablemente frente a su minimización por parte de empiristas y pragmáticos como David Hume y John Dewey. Pero él usa a Vygotsky como punto de partida, observando procesos de pensamiento interno más amplios, no necesariamente enraizados en el lenguaje. Porque la complejidad del lenguaje humano, con su elaborada estructura de oraciones y adaptabilidad, es única en humanos.

Un animal no social

Si bien se puede aprender mucho acerca de la humanidad a través de estos estudios sobre la inteligencia del pulpo, es importante tener claro sus límites. Una tendencia desafortunada en la ciencia popular es hacer generalizaciones que reducen fenómenos sociales complejos en la sociedad humana a un comportamiento biológico simple en otros animales. Uno de los ejemplos más crudos es el psicólogo de derechas Jordan Peterson, que apela a la biología de las langostas para justificar la pobreza, el sexismo y otras desigualdades inherentes al capitalismo. Mientras, Godfrey-Smith tiende a evitar abordar cuestiones políticas amplias; él es, afortunadamente, mucho más reflexivo que Peterson cuando se trata de discernir lo que podemos, y no podemos, aprender de la biología de las criaturas marinas.

Una diferencia fundamental entre los pulpos y los humanos es que los humanos son animales sociales, mientras que los pulpos decididamente no lo son. Pueden interactuar con la naturaleza con bastante detalle, pero lo hacen como individuos. Más allá de esto, los pulpos tienen vidas muy cortas, por lo general uno o dos años. Los pulpos también ejercen la semelparidad, lo que significa que sólo se reproducen una vez en la vida. Después de cuidar sus huevos unos meses, la madre muere y las larvas quedan a la deriva en el océano y se valen por sí mismas. Por tanto, incluso en cuanto a relación paternofilial, casi no hay interacción social.

Este comportamiento asocial introduce un límite cualitativo en su conciencia. El monólogo interno que Vygotsky observó en humanos sólo es posible porque los humanos desarrollaron el lenguaje y el diálogo externo. Engels hizo hincapié en el carácter social del trabajo como clave para el desarrollo de la inteligencia humana, al indicar que “el desarrollo del trabajo necesariamente ayudó a acercar a los miembros de la sociedad al aumentar los casos de apoyo mutuo y actividad conjunta, y al dejar clara la ventaja de esta actividad conjunta para cada individuo. En resumen, [los humanos] llegaron al punto de que tenían algo que decirse entre sí”. Pero esto no ha sucedido con los pulpos.

Un pulpo puede ser lo suficientemente inteligente como para descubrir cómo construir una casa improvisada con cáscaras de coco, pero sin comportamiento social ni comunicación, no tienen forma de compartir esa información con otros pulpos, por lo que no podrás ver ninguna ciudad submarina de cáscaras de coco. Por tanto, aunque los pulpos pueden ser más inteligentes que la mayoría de los animales, aún no alcanzan la capacidad de crear, como dijo Douglas Adams, “la rueda, Nueva York, guerras, etc.”

Godfrey-Smith señala una diferencia de los pulpos, no sólo con los humanos, sino con otros animales inteligentes más relacionados con los humanos. El pulpo, con su cuerpo inusualmente flexible y capacidad de cambio de color, tiene el potencial de desarrollar un lenguaje de signos increíblemente elaborado. Pero no existe ningún signo de tal lenguaje. Los babuinos, por su lado, se comunican usando una paleta mucho más limitada de sólo tres o cuatro tipos de gruñidos y gritos. Pero debido a su carácter social, pueden hacer estas llamadas de forma que permitan una gran variedad de interpretaciones diferentes, basadas en circunstancias diferentes. Los humanos tenemos lo mejor de ambos mundos.

¿Arrecifes construidos por pulpos?

El capítulo final de Otras mentes… analiza un escenario aparentemente excepcional, un arrecife cerca de la costa de Australia, al que se ha llamado Octópolis, en el que habitualmente se han encontrado pulpos solitarios que se congregan e interactúan entre sí. Con posterioridad a la publicación de Otras mentes… se descubrió un segundo arrecife de este tipo, también frente a las costas de Australia; a éste se le denominó Octlantis. Además, en ambos arrecifes, parece ser que las acciones de los pulpos crearon las condiciones ambientales que permitieron esta socialización. Esto ha generado algunas noticias exageradas en los medios, afirmando que los arrecifes fueron “diseñados” por los pulpos.

El análisis de Octópolis que propone Godfrey-Smith es un poco más medido. Los arrecifes se construyeron a través de lo que los pulpos acumulaban, como las conchas de vieira, o construían, como las guaridas que alteraban su ambiente: “Los pulpos han construido un ‘arrecife artificial’ a través de sus comportamientos de recolección de conchas, y esto parece haber conducido al desarrollo de una vida social inusual, una vida de multitudes e interacción continua”. Sin embargo, no hay evidencia de que los pulpos se hayan propuesto construir un “arrecife artificial”. Además, debido a la forma de reproducción del pulpo, las generaciones posteriores de pulpos que desarrollaron una vida social en esos arrecifes no son los descendientes de los pulpos que construyeron los arrecifes. El hecho de que un arrecife se formara a partir de las acciones de los pulpos fue simplemente un efecto secundario afortunado.

Lo que Godfrey-Smith sugiere es que el entorno único de arrecifes como Octópolis fomenta un comportamiento más social por parte de los pulpos, que de otro modo serían mucho más solitarios. Este es un desafío sólido al crudo determinismo biológico presentado por figuras como Jordan Peterson. Además, plantea la posibilidad de que, en el transcurso de varios milenios, estos arrecifes podrían facilitar una evolución en los pulpos de las propiedades vistas en la conciencia humana, como el lenguaje, el monólogo interno y niveles más altos de razonamiento. Con el descubrimiento posterior de otros arrecifes como Octlantis, tal perspectiva parece posible en un futuro lejano, pero todavía hay mucho que no sabemos. En todo caso sería una posibilidad si antes la destrucción capitalista del medio ambiente no se interpone.

Godfrey-Smith concluye con su planteamiento más explícitamente político, un llamamiento a la humanidad para cuidar mejor los océanos. El poder único que los humanos tenemos incluye también un potencial único de destrucción. Godfrey-Smith lamenta la contaminación de los océanos, la destrucción de los arrecifes y la creación de “zonas muertas” en los mares del mundo como resultado de los fertilizantes y otros contaminantes que conducen a la pérdida de oxígeno.

Esto apunta a la necesidad de que los científicos participen activamente en la lucha para cambiar la sociedad en líneas socialistas. Pero también señala la necesidad de que los revolucionarios nos tomemos la ciencia en serio. La conciencia, y los pulpos, nos permiten comprender lo que somos y cuál es nuestro entorno. El carácter social avanzado de la conciencia humana la eleva a un nivel mucho más alto. Nos da una comprensión mucho más amplia de nuestra relación entre nosotros y las complejidades del mundo natural. Bajo el capitalismo, esto ha dado como resultado la creación de una brecha metabólica, con la consiguiente destrucción del medio ambiente. Un mundo socialista nos permitiría el potencial para reparar esa brecha y lograr un equilibrio ecológico. Una comprensión más profunda de nuestro mundo natural es vital para desarrollar una sociedad así.

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