Erdoğan ha culpado a “los designios del destino” de la magnitud de la catástrofe. Aunque los terremotos del lunes fueron los más potentes en la región desde 1939, la magnitud de la destrucción humana y material no tiene nada que ver con el destino, ni es natural.

Por Serge Jordan, Alternativa Socialista Internacional

Edificios de varias plantas junto a otros pulverizados. Un padre cogiendo la mano de su hija muerta, mientras su cuerpo, aún tendido en su colchón, queda atrapado entre capas de hormigón. Niños pequeños llorando bajo la fría lluvia por sus padres desaparecidos. Supervivientes desesperados atravesando los escombros con sus propias manos en busca de señales de vida. Las escenas de las secuelas de los terremotos de magnitud 7,8 y 7,6 que sacudieron amplias franjas de Turquía, Siria y Kurdistán en la madrugada del lunes, agravadas por cientos de réplicas, son desgarradoras.

En el momento de escribir estas líneas, el número de muertos ya ha superado los 21.000 y aumenta cada segundo; es probable que la cifra final sea mucho mayor, ya que decenas de miles de personas siguen en paradero desconocido, atrapadas bajo los escombros, y el margen de tiempo para encontrarlas con vida se está cerrando. Dado que las zonas afectadas en Siria son en su mayoría zonas de guerra divididas entre el régimen de Bashar al Assad, grupos armados islamistas como Hayat Tahrir al Sham y algunos enclaves kurdos, el número oficial de muertos en el lado sirio tampoco es muy fiable.

Decenas de miles de personas han resultado heridas, y millones se han quedado sin hogar tratando de sobrevivir a temperaturas invernales bajo cero, a menudo sin acceso a electricidad, gas, agua potable ni alimentos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que hasta 23 millones de personas se han visto directamente afectadas por los terremotos. Esto incluye a millones de refugiados sirios que muy a menudo vivían en condiciones de hacinamiento en las zonas afectadas por el terremoto en Turquía, después de haber sido obligados a huir de sus hogares en busca de seguridad.

Junto con el dolor y la desesperación, crece la rabia contra las autoridades de ambos lados de la frontera por su responsabilidad y su terrible respuesta a la catástrofe. “Todo el mundo está cada vez más enfadado”, dice un hombre de Sarmada, ciudad de la provincia siria de Idlib, que ha abandonado a su suerte a la población. En la mayoría de las zonas de Turquía no llegó ningún equipo de rescate durante las primeras y críticas 24 horas posteriores a los sismos; en algunas zonas, esto seguía ocurriendo tres días después. “La gente se rebeló (el martes) por la mañana. La policía tuvo que intervenir”, relató un superviviente de 61 años de la ciudad turca de Gaziantep citado por la agencia de noticias AFP. Desde entonces se han registrado protestas de víctimas del terremoto en algunas localidades gravemente afectadas, como en Adıyaman y en Ordu.

El presidente del país, Recep Tayyip Erdoğan, ha culpado de los retrasos a las carreteras y aeropuertos dañados; pero eso sólo sirve para ocultar la propia culpabilidad de su régimen en esta situación. El aeropuerto de Hatay, cuya pista ha quedado partida en dos e inutilizada por los sismos, se construyó en la llanura de Amik, una zona tectónicamente activa, a pesar de las repetidas advertencias de los activistas medioambientales y las protestas de los residentes locales.

Tras el gran sismo que asoló el noroeste de Turquía en 1999, se introdujo un “impuesto sísmico”, supuestamente para desarrollar servicios de prevención de catástrofes y emergencias y evitar tragedias similares en el futuro. Pero nadie sabe a ciencia cierta adónde fue a parar ese dinero y, a pesar de los incansables esfuerzos de los equipos de rescate, es obvio que el propio Estado estaba terriblemente desprevenido, a pesar de que la región es una de las principales candidatas a sufrir sismos de ese tipo. “¿Dónde está el Estado?” es una pregunta en boca de mucha gente, ya que las comunidades devastadas, que ya viven en algunas de las zonas más pobres del país, se han quedado luchando sin equipos ni apoyo decentes. Para colmo de males, a los voluntarios, las organizaciones de la sociedad civil, los grupos de ayuda y la asistencia de las ciudades gobernadas por la oposición también se les impidió participar en las labores de rescate debido a las trabas burocráticas que les impusieron los funcionarios del gobierno del AKP.

Erdoğan ha aceptado desde entonces que hubo “deficiencias” en las fases iniciales de la respuesta, añadiendo que la situación estaba ahora “bajo control”. Pero es precisamente en las fases iniciales cuando se podrían haber salvado más vidas si se hubiera contado con una preparación y una planificación adecuadas, junto con los recursos adecuados.

La especulación empresarial en el centro del problema

Erdoğan ha culpado a “los designios del destino” de la magnitud de la catástrofe. Aunque los sismos del lunes fueron los más potentes en la región desde 1939, la magnitud de la destrucción humana y material no tiene nada que ver con el destino, ni es natural.

“En el estudio de los riesgos geológicos tenemos un dicho, que es que los terremotos en realidad no matan a la gente, sino los edificios”, afirma Carmia Schoeman, licenciada en geología de deslizamientos y miembro de WASP (ISA en Sudáfrica). Explica que “aunque se esperan grandes terremotos en esta región debido a su situación geológica en el Sistema de Fallas de Anatolia, la magnitud de la tragedia que causan estos fenómenos está casi totalmente provocada por el hombre. Durante muchas décadas ha existido la ciencia y la tecnología necesarias no sólo para predecir las zonas más afectadas, sino también para minimizar los daños mediante la construcción de edificios antisísmicos”.

Los expertos coinciden en afirmar que los edificios construidos adecuadamente habrían podido resistir la sacudida. Según David Alexander, catedrático de Planificación y Gestión de Emergencias del University College de Londres, “de los miles de edificios que se derrumbaron, casi ninguno cumple ningún código de construcción para sismos razonablemente esperados”.

Tras la catástrofe de 1999, Turquía introdujo nuevas normas de construcción para las zonas sísmicas. Pero, en el mejor de los casos, estas normas se aplicaron de forma muy laxa y, en el peor, se ignoraron por completo, mientras que los edificios más antiguos no se adaptaron a las nuevas normas. Un auge de la construcción respaldado por el régimen vio la proliferación de grandes proyectos residenciales que a menudo se entregaban con materiales de calidad inferior y sin un control de calidad adecuado, con el fin de maximizar los beneficios financieros de unas pocas empresas inmobiliarias de primer orden con estrechos vínculos con el partido gobernante.

Esta fiebre constructora, facilitada por el enorme apoyo estatal y engrasada por la corrupción a gran escala para eludir las normas, se convirtió en una fuente de ingresos para estas empresas afines al régimen. La construcción y renovación de muchos edificios públicos como hospitales, escuelas, oficinas de correos, edificios administrativos, etc., también se subcontrataron a estos compinches privados a través de licitaciones estatales bajo el gobierno del AKP. Aunque estos edificios deberían haber proporcionado seguridad a la población en caso de catástrofe, fueron de los primeros en derrumbarse, incluida la sede de la Autoridad Turca de Gestión de Desastres y Emergencias (AFAD) en Hatay.

La política criminal del gobierno en este asunto llegó hasta el punto de conceder periódicamente “amnistías a la construcción”, es decir, una cobertura legal retroactiva otorgada a cambio de una tasa a las estructuras que se construyeron sin las licencias de seguridad exigidas. Pocos días antes de los últimos terremotos, un nuevo proyecto de ley estaba incluso a la espera de aprobación parlamentaria para conceder nuevas amnistías a las obras de construcción recientes. En resumen, mientras millones de personas estaban a punto de ver sus vidas destrozadas, el gobierno turco estaba ocupado proporcionando a sus amigos multimillonarios lo que en la práctica equivale a una licencia sobornada para matar con ánimo de lucro.

El régimen silencia las voces críticas

Además de no dar una respuesta competente a la catástrofe, el régimen de Erdoğan está gastando valiosos recursos estatales, tiempo y esfuerzos en reprimir a quienes critican su gestión de la crisis. El nerviosismo se apodera del régimen ante la perspectiva de que la ira de la población -ya enfrentada por una crisis económica galopante y uno de los niveles de inflación más altos del mundo- cristalice en algo que pueda derrocar su gobierno, cuando el país se acerca a las elecciones presidenciales y parlamentarias previstas para el 14 de mayo. En estas condiciones, los terremotos podrían utilizarse como motivo para aplazar o cancelar la votación.

El martes, el presidente anunció el estado de emergencia durante tres meses en diez ciudades afectadas por los sismos. Esto otorga amplios poderes a la policía y permite prohibir las reuniones públicas y las protestas. Varios informes dan fe de las detenciones e intimidaciones de periodistas independientes que cubren las secuelas de la catástrofe, especialmente cuando informan sobre la falta de equipos de rescate. Un fiscal de Estambul inició una investigación penal contra dos periodistas que criticaron la respuesta del Estado. También se restringió el acceso a Twitter ante la indignación de la gente que salpicaba la red. La policía turca reconoció que se habían practicado numerosas detenciones a raíz de “mensajes provocadores” sobre los sismos en las redes sociales.

Esta nueva ronda de ataques a los derechos democráticos está en consonancia con las políticas autoritarias del régimen anteriores al terremoto, que han contribuido por sí mismas a paralizar la capacidad del país para gestionar una catástrofe humanitaria de tal magnitud. Por ejemplo, los médicos y sus sindicatos, que desempeñan un papel vital en la situación actual, han sido objeto de la caza de brujas política del régimen en los últimos años, sobre todo por su papel en la denuncia de las operaciones militares del Estado contra la población kurda de Siria.

Siria: los efectos del terremoto amplificados por la guerra y los enfrentamientos geopolíticos

Pero la insensibilidad y el cinismo de las clases dirigentes no se detienen aquí. El 7 de febrero, las fuerzas armadas turcas bombardearon viviendas en el distrito de mayoría kurda y afectado por el terremoto de Tel Rifaat, en el norte de Siria, antes incluso de que la población pudiera retirar los escombros de los sismos. El ejército sirio también bombardeó zonas controladas por la oposición afectadas por los sismos apenas unas horas después de la catástrofe.

Doce años de guerra en Siria, alimentada por el régimen de Assad, así como por intervenciones imperialistas de múltiples facetas, ya habían dejado destrozadas las infraestructuras del país y las condiciones de vivienda de la población. Según un informe de 2017 del Banco Mundial, casi un tercio de las viviendas de Alepo e Idlib ya habían sido dañadas o destruidas por la guerra. El 70% de la población necesitaba ayuda y 2,9 millones corrían el riesgo de morir de hambre en todo el país, incluso antes de que los terremotos empeoraran de forma apremiante una situación espantosa. Millones de sirios se vieron desplazados en múltiples ocasiones por la guerra y ahora, muchos más se verán desplazados por esta catástrofe.

Casi inmediatamente después de que se produjeran los terremotos, varios gobiernos occidentales movilizaron ayuda y equipos de rescate a Turquía; pero ofrecieron muy poco o nada a Siria, debido a su conflictiva relación con el régimen de Assad. Las víctimas de los terremotos están pagando el precio de la actual lucha de poder entre el imperialismo occidental y la dictadura siria; ambos juegan con la vida de las personas para aumentar su poder y prestigio. Las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos impiden el envío de ayuda a las zonas afectadas, mientras que el propio régimen retiene la ayuda a las zonas controladas por los rebeldes. La corrupción sistémica y los precios abusivos en todos los ámbitos corroen aún más las posibilidades de una ayuda humanitaria significativa, una razón adicional por la que la recogida y distribución de ayuda de emergencia no puede dejarse en manos de las fuerzas reaccionarias y los partidos corruptos; eligiendo sus propios comités, la población podría esforzarse por asumir y coordinar estas tareas por sí misma, basándose en las necesidades reales.

Catástrofe en cascada

A los efectos inmediatos de los terremotos se añadirá ahora, como era de esperar, una nueva capa de catástrofes. Las personas que no han muerto atrapadas bajo los escombros se ven amenazadas por el frío, el hambre y la posible propagación de enfermedades. Además, como demuestra el derrumbamiento de una presa en la provincia siria de Idlib el jueves, es probable que la situación actual provoque más accidentes perjudiciales.

“Por desgracia, es muy probable que en los próximos días veamos muchos más sucesos de devastación provocados por este terremoto, como corrimientos de tierra, socavones, varias réplicas y tsunamis. A su vez, esto puede causar grandes daños en infraestructuras, viviendas y medios de subsistencia”, comenta Carmia.

“El Servicio Geológico de Estados Unidos, por ejemplo, tiene un mapa que predice las zonas en las que es más probable que se produzcan corrimientos de tierra tras este terremoto, por lo que los servicios de emergencia deben asegurarse de que las personas que viven allí son evacuadas. Pero la capacidad de predecir y reaccionar ante estos sucesos se ve gravemente mermada por la falta de financiación de los sistemas básicos de respuesta a emergencias, por un lado, y la insaciable necesidad del capitalismo de desarrollar bienes inmuebles rentables, por otro. Mientras los gobiernos dejan la vivienda en manos del sector privado, que siempre hace recortes en la calidad de la construcción y el cumplimiento de los códigos de edificación, la clase trabajadora se ve obligada a vivir hacinada en los centros urbanos para encontrar trabajo y sobrevivir. La falta de planificación ante fenómenos naturales inevitables, como los terremotos, nos deja escenas trágicas y caóticas de devastación absoluta. La ciencia de la predicción de los efectos de riesgos geológicos como los terremotos simplemente no es rentable a corto plazo, como tampoco lo es la inversión en sistemas de respuesta de emergencia”.

A muchos niveles, esta tragedia personifica la naturaleza absolutamente disfuncional y bárbara del capitalismo. Como siempre ocurre en este tipo de mega catástrofes, las grandes empresas también se frotan las manos de codicia mientras contemplan las oportunidades de beneficiarse de la miseria y la muerte de la gente: desde las cementeras que ven cómo sus acciones se disparan en bolsa justo después de los terremotos, hasta algunos bancos occidentales que cobran de más a sus clientes por transferir dinero a Turquía.

En cambio, decenas de voluntarios de todas partes se han apresurado a ayudar a sacar a la gente de entre los escombros, donar sangre o recoger artículos de primera necesidad para ayudar a los supervivientes. Esta solidaridad instintiva de la clase trabajadora proporciona las semillas a partir de las cuales, más allá de la ayuda urgente necesaria para salvar vidas, podría crecer un movimiento para exigir justicia para las numerosas y en gran medida evitables víctimas de este desastre. Pero también para luchar por una nueva sociedad, que ponga en el centro la vida y la seguridad de las personas en lugar de la acumulación de beneficios para unos pocos, para asegurarse de que estos horrores no vuelvan a repetirse.

Alternativa Socialista Internacional exige:

  • Que se requisen hoteles, edificios públicos y propiedades vacías, una vez comprobada su seguridad, para albergar a las personas que se han quedado sin hogar
  • La evacuación inmediata de las comunidades en zonas identificadas como de alto riesgo de réplicas y corrimientos de tierra
  • Una provisión estatal de vivienda e indemnizaciones dignas para todas las víctimas de la catástrofe
  • El levantamiento de todas las sanciones a Siria, el cese inmediato de todos los bombardeos y el regreso a casa de todas las tropas turcas
  • La apertura de todos los pasos fronterizos con Siria para facilitar los convoyes humanitarios
  • La formación de comités locales de rescate y ayuda, controlados democráticamente por trabajadores y residentes locales, para garantizar el suministro democrático y coordinado de artículos de primera necesidad y la organización de las labores de rescate, y evitar la corrupción de los suministros de ayuda
  • La plena divulgación del uso de los fondos recaudados a través del “impuesto del terremoto” de Turquía
  • La expropiación inmediata, bajo control democrático de los trabajadores, de la “Banda de los Cinco”, es decir, las cinco empresas de construcción turcas que han ganado casi todas las grandes licitaciones públicas bajo el régimen del AKP y han obtenido enormes beneficios jugando con la vida y la seguridad de las personas. Utilizar su riqueza para financiar la asistencia a los millones de necesitados de las zonas afectadas
  • Una investigación independiente de la catástrofe para identificar a todos los responsables, tanto del Estado como del sector privado, y hacerles rendir cuentas por sus delitos. Esta investigación podría estar dirigida por representantes de las familias de las víctimas, residentes, científicos y sindicatos de trabajadores
  • No permitir que las grandes empresas se beneficien de la catástrofe. Que el suministro de alimentos, agua y energía sea de titularidad pública. Por un plan público de reconstrucción de viviendas de emergencia, basado en técnicas antisísmicas y respetuoso con el medio ambiente, supervisado democráticamente por científicos, trabajadores y residentes de las comunidades afectadas
  • Erdoğan y Assad tienen las manos manchadas de sangre, ¡deben irse! Por la construcción de un movimiento obrero unido y una alternativa socialista a la dictadura, la guerra y el capitalismo.