Por Shahar Benhorin, Movimiento de Lucha Socialista (ASI en Israel-Palestina). Original del 25/06/2020.

El gobierno israelí de coalición amenaza con lanzar, con el apoyo de la administración Trump de EE.UU., una anexión oficial de hasta el 30% de la Cisjordania ocupada al estado de Israel.

Incluso una anexión en menor escala marcaría un inmenso golpe contra las ambiciones democráticas y nacionales de millones de palestinos, y en particular contra la idea de un estado palestino que exista junto a Israel, y por lo tanto marcaría un importante punto de inflexión en el conflicto israelí-palestino.

Además, los pasos en esta dirección, que forman parte de una visión al estilo apartheid, también perjudicarían aún más las esperanzas de paz y seguridad de millones de trabajadores y pobres judíos israelíes.

Esta amenaza ya ha suscitado protestas y una fuerte oposición en ambos lados de la división nacional e internacionalmente. Esto incluye a miles de palestinos en Cisjordania y miles de judíos y palestinos en Israel que han protestado contra el plan.

Al mismo tiempo, también ha desencadenado inevitablemente una dinámica de escalada de las tensiones nacionales y, según se informa, el ejército israelí se ha estado preparando para una «situación de guerra».

Altos funcionarios de las dos facciones palestinas dominantes, Hamás y Fatah, han advertido que cualquier anexión israelí en Cisjordania daría lugar a un nuevo levantamiento generalizado, una Intifada. Saleh al-Arouri, subjefe de la oficina política de Hamás, el movimiento islamista de derecha que es el grupo gobernante local en la Franja de Gaza bajo el brutal bloqueo israelí-egipcio, advirtió en el canal de televisión Al-Resalah, con sede en Gaza, que «no podemos excluir la posibilidad de que, a raíz de la agresión israelí, las cosas lleguen a un punto de escalada en la confrontación, lo que podría conducir a una escalada militar».

La respuesta de la Autoridad Palestina

El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, declaró el 19 de mayo el cese de todos los acuerdos con Israel y los EEUU. Esta declaración tuvo una gran popularidad. Se han hecho varias veces anuncios similares en los últimos años, pero antes no habían tenido consecuencias prácticas. La plena aplicación de esta idea significaría la disolución o el colapso de la propia Autoridad Palestina, que es lo que Abbas amenaza con que sucederá tras un escenario de anexión. Sin embargo, a menos que se vean obligados por una presión masiva, es poco probable que la dirección de Fatah de la Autoridad Palestina y la Organización de Liberación Palestina (OLP) llegue tan lejos, ya que pondría en peligro los intereses de la élite de la Autoridad Palestinay subrayaría el fracaso de su propia estrategia de liberación nacional. No obstante, esta vez se han tomado medidas importantes para suspender la coordinación de la seguridad con el ejército israelí.

Además, el gobierno de la Autoridad Palestina ha decidido, en un paso problemático, no pagar los salarios mensuales de los empleados del sector público y exige que el estado ocupante los pague directamente, lo que obviamente no sucederá en esta etapa. Esto ha ocurrido mientras la economía de la Autoridad Palestina se desliza hacia una profunda recesión, acelerada por la aplicación de medidas para frenar la pandemia del coronavirus. El Banco Mundial espera una caída del 7,6-11% en el PIB de la Autoridad Palestina este año, con un sofocante tasa oficial de pobreza en sus enclaves, más que doblándose del 14% al 30%. En Gaza esta cifra ha saltado del 53% al 64%.

Así pues, la rabia contra el plan de anexión se desarrolla en el contexto de la frustración masiva por la aguda crisis económica y la pandemia. La primera gran manifestación en territorio de la ANP, el 22 de junio en Jericó, movilizó a algunos miles de personas, bajo medidas de distanciamiento social, y se prevén más manifestaciones. Pero si se declara una anexión, también puede estallar una furia masiva que se escape del control de los funcionarios de la ANP. La desesperada posición de la Autoridad Palestina se refleja en la reciente oferta de Abbas de entablar inmediatamente negociaciones con el nuevo gobierno israelí a cambio de suspender la amenaza de anexión.

Paralelamente, la Autoridad Palestina sigue esperando extraer una contrapartida política al régimen israelí mediante una demanda sin precedentes contra Israel en la Corte Penal Internacional por el cargo de crímenes de guerra. Esto fue definido por el Primer Ministro Benjamin Netanyahu en la primera reunión del nuevo gobierno como «una amenaza estratégica para el estado de Israel». Si se pone en marcha una investigación completa, puede incluir órdenes de arresto internacionales para altos funcionarios estatales y militares israelíes. Se convertiría en un grave quebradero de cabeza diplomático para el régimen israelí y probablemente atraería más atención internacional y oposición a la ocupación israelí.

La matanza en Jerusalén Oriental y la opinión pública israelí

Con la amenaza inminente de anexión, se ha producido una escalada general de los ataques de las fuerzas del estado israelí y de los colonos a los palestinos en Cisjordania y Jerusalén Oriental.

El asesinato de Eyad al-Hallaq, un palestino de 32 años con autismo, a manos de soldados de la “Policía de Fronteras” israelí el 30 de mayo en la Jerusalén Oriental, fue un ejemplo gráfico de la brutalidad de la ocupación israelí en un territorio que ya estaba oficialmente anexado a Israel inmediatamente después de la guerra de ocupación de 1967.

Las pequeñas pero importantes protestas que siguieron a ese asesinato involucraron a palestinos e israelíes y se inspiraron en la rebelión de #BlackLivesMatter en los EEUU, con algunos manifestantes utilizando el lema «Las vidas de los palestinos importan». Los activistas judíos israelíes de origen etíope compararon el caso con la brutalidad policial racista sufrida por los etíopes israelíes, lo que desencadenó una serie de protestas tormentosas, la más reciente en julio de 2019. En respuesta a la matanza de al-Hallaq, el “establishment” israelí, incluido Netanyahu, derramó algunas lágrimas de cocodrilo, dándose cuenta de la posibilidad de que hubiera una reacción más fuerte.

Sin embargo, a pesar de la preocupación de Netanyahu por una posible investigación en La Haya, es evidente que cualquier medida de anexión desencadenará una fuerte reacción contra la ocupación y el régimen israelí en general durante el próximo período.

La propia opinión pública israelí está polarizada sobre esta cuestión. Una encuesta reciente mostró que sólo el 4% consideraba que el plan de anexión era la tarea más importante del nuevo gobierno israelí, mientras que el 68%, con más del 20% de desempleados, especificaba la crisis económica. En segundo lugar, estaba la lucha contra la pandemia de Covid-19. En cuanto al apoyo a un movimiento de anexión propiamente dicho, las cifras de las encuestas varían, influenciadas por la forma en que se formula la pregunta y revelan confusión. Pero el apoyo a medidas concretas de Netanyahu corresponde generalmente a los partidarios del bloque de Netanyahu y la extrema derecha, e incluso este es inconsistente, y en algunas encuestas, el apoyo a una anexión inmediata se sitúa sólo en alrededor del 25%.

El limitado apoyo popular en la sociedad israelí refleja también la débil base de argumentos basados en la demagogia de seguridad para movilizar el apoyo a una anexión. El ex Primer Ministro israelí Ehud Olmert, recientemente liberado de prisión, declaró en Elaph, al sitio web de noticias de Arabia Saudí con sede en Londres, que es un «disparate» sugerir que Israel necesita el Valle del Jordán por razones de seguridad, y que «la anexión conducirá a la catástrofe».

La clase dirigente israelí, preocupada por cuestiones estratégicas a largo plazo, está abiertamente dividida sobre la cuestión. Los dirigentes de ambos bloques políticos, que constituyen este extraordinario «gobierno rotatorio», con un primer ministro y un «primer ministro suplente» que supuestamente intercambiarán sus puestos el año próximo, siguen debatiendo si y con qué medidas continuar con la anexión. Hasta ahora, no ha habido ninguna discusión oficial específica en las reuniones del gobierno israelí sobre los detalles reales de cualquier mapa, los costos del presupuesto, las repercusiones potenciales, etc. Y muy probablemente una falta de acuerdo sobre este podría finalmente desencadenar otra elección, la cuarta en un año.

Sin embargo, la amenaza es real. Los acuerdos de coalición permiten al Primer Ministro Benjamin Netanyahu decidir la cuestión a nivel gubernamental o parlamentario y en todo caso obtendría la mayoría. Hasta ahora ha afirmado que está decidido a llevar a cabo un movimiento de anexión, que se llevará a cabo en fases, obviamente en un intento de frenar la oposición.

El «plan de paz» de Trump

La iniciativa de anexión tiene por objeto aprovechar el «plan de paz» imperialista de Trump, el llamado «Acuerdo del Siglo», que se presentó en enero en la Casa Blanca junto con Netanyahu y tres embajadores de Estados árabes del Golfo favorables a los Estados Unidos, y que fue boicoteado por funcionarios palestinos. Continuaba la lógica de una serie de medidas extremadamente provocadoras de Trump en apoyo de la ocupación, expropiación y opresión de los palestinos por parte del gobierno israelí, en las cuestiones relacionadas de Jerusalén, los asentamientos israelíes y los refugiados palestinos, y el recorte de la ayuda financiera a los palestinos en Cisjordania y Gaza.

El plan ofrece el apoyo de EEUU para una anexión de alrededor del 30% de Cisjordania por el estado israelí, sin derecho a una capital palestina en Jerusalén, junto con otras provocaciones. Esta posición no está ligada ni siquiera a un simulacro de negociaciones y acuerdos políticos entre Israel y los palestinos.

Territorialmente, este plan cínico, casi una farsa, ofrece hipotéticamente a los palestinos el «control» nacional sobre el 15% de la Palestina histórica, en condiciones que están destinadas a no producirse nunca, y con condiciones peores que un bantustán, con un estado títere extremadamente subyugado y disecado. En las propias palabras de Netanyahu:

«El proceso continuaría si realmente cumplieran aproximadamente 10 condiciones duras que incluyen la soberanía israelí sobre el valle del Jordán, mantener Jerusalén unida [exclusivamente bajo control israelí], la no entrada de ni siquiera un refugiado [palestino], el no desarraigo de los asentamientos y la soberanía israelí en extensas partes de Judea y Samaria [Cisjordania] y más». Tienen que reconocer que tenemos la autoridad de seguridad [militar] en todo el territorio. Si están de acuerdo con todo eso, entonces tendrían una entidad propia que Trump define como un estado. Como le dije a un estadista de EEUU, «puedes llamarlo como quieras». En la esencia del plan de Trump hay elementos que sólo podríamos haber soñado»

Israel HaYom, 28 de mayo

La principal organización oficial de los colonos israelíes, el Consejo de Yesha, ha manifestado su oposición al plan de Trump por la referencia a un denominado estado palestino y la petición simbólica de una congelación de cuatro años de la construcción de asentamientos israelíes fuera del territorio anexionado. Pero en última instancia, se esfuerzan por asegurar la anexión más amplia posible. Uno de los líderes del movimiento de colonos explicó que «la aplicación de la soberanía [anexión] es importante para destruir la concepción de que aquí hay una ocupación».

En general, los elementos más reaccionarios de la clase dirigente israelí y de la sociedad israelí en general reconocen una estrecha oportunidad «histórica» para dar plena sanción jurídica, normalizar y legitimar aún más la apropiación de tierras palestinas en Cisjordania y asestar un golpe a la idea de un estado palestino. Más allá de sus posibles esperanzas de que la pandemia frene la atención y la resistencia al plan, se dan cuenta de que Trump puede perder las elecciones presidenciales de noviembre -especialmente ahora, con la crisis económica, la pandemia y el movimiento de rebelión de masas en los Estados Unidos de Black Lives Matter – y que cuanto más esperen, más presión ejercerán sobre su administración para que se retire de un apoyo explícito.

Ya se ha informado de que el agente de Trump, su yerno Jared Kushner, exige como condición previa que los dos bloques del gobierno israelí lleguen a un acuerdo sobre la cuestión, lo que no es en absoluto seguro. Ambos bloques apoyan el plan Trump, al igual que algunos de la oposición capitalista, pero difieren concretamente en cuanto a una anexión «unilateral».

La división en la clase dominante israelí sobre la idea de anexiones inmediatas proviene del temor que tienen sobre las repercusiones estratégicas tanto inmediatas como a largo plazo a todos los niveles, entre ellas un posible levantamiento palestino y una profundización de la recesión económica en Israel. Cualquier tipo de movimiento de anexión oficial en este período estará jugando con fuego.

Relaciones internacionales

Desde el punto de vista de las relaciones internacionales y las alianzas geoestratégicas del capitalismo israelí, pueden esperar más que las habituales denuncias diplomáticas huecas. En este período explosivo de crisis capitalista globalizada, la solidaridad popular masiva contra la opresión de los palestinos puede convertirse en acciones populares y obreras más contundentes en algunos países y puede ejercer una presión significativa sobre los gobiernos capitalistas. Es probable que vuelvan a surgir iniciativas populares de solidaridad internacional, incluidas varias campañas de boicot de protesta, como la de «Boicot, Desinversión y Sanciones» (BDS).

Una nueva frontera impuesta no recibirá un reconocimiento internacional significativo, e incluso puede, bajo presión, ser desreconocida por una futura administración estadounidense. Joe Biden ya ha expresado una oposición explícita a la anexión, y esta es la postura principal del aparato de relaciones internacionales e inteligencia de la clase dominante estadounidense. Les preocupa que cualquier desestabilización afecte a los intereses imperialistas estadounidenses en la región, y también a la opinión pública nacional, que es cada vez más crítica con la ocupación israelí. Algunos estrategas políticos de la clase dominante israelí llevan años advirtiendo que el apoyo al país en los Estados Unidos ha ido perdiendo terreno en una medida sin precedentes. Esto ha afectado en particular a la base del Partido Demócrata, que históricamente ha sido más «pro-israelí». Esto podría convertirse en un problema más grave para el régimen israelí bajo futuras administraciones demócratas.

Las presiones de Europa también aumentarán. El Ministro de Asuntos Exteriores alemán hizo su primera visita después del confinamiento a Israel para advertir que su gobierno se opone a la anexión. Es posible que otros gobiernos europeos repitan la medida simbólica adoptada por el gobierno sueco en 2014, tras la horrible guerra de Gaza de ese año, de reconocer oficialmente un estado palestino. Algunos pueden presionar para que se aumenten las sanciones a los asentamientos israelíes en Cisjordania y, según el curso de los acontecimientos, posiblemente incluso en cierta medida al propio Israel. Sin embargo, como la UE es el mayor socio comercial del capitalismo israelí, con toda una serie de intereses adicionales en juego, otros estados miembros de la UE podrían frustrar las principales sanciones, en particular en un período de creciente crisis y división en la propia UE. Un claro mensaje sobre la impotencia de la respuesta capitalista europea fue enviado el 18 de junio, cuando el Parlamento Europeo ratificó con una gran mayoría el acuerdo de «cielos abiertos» con Israel.

Contexto regional

En el plano regional, incluso un movimiento de anexión israelí «reducido» socavará el proceso que ha visto, en los últimos años, una alianza cada vez más amplia entre los principales regímenes árabes suníes favorables a los Estados Unidos e Israel contra Irán. Varios de los primeros, entre ellos Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, apoyan de hecho el plan de Trump y ya han intervenido para presionar a la Autoridad Palestina a que se rinda ante Trump y acepte una farsa de negociaciones sobre el plan. Sin embargo, la crisis capitalista en desarrollo, vinculada a las complicaciones de la pandemia, está alimentando los procesos de revolución, como vimos en varios países el año pasado. Esto tiene un grave efecto en los cálculos estratégicos de los reaccionarios gobernantes árabes.

Cualquier movimiento de anexión israelí podría desencadenar una enorme rabia popular entre las masas palestinas y árabes, lo que tendría efectos aún más radicales, justo después de una ola de movimientos revolucionarios en Argelia, Sudán, Iraq y el Líbano, y un aumento de la lucha de clases en Jordania.

Mientras que el gobierno sudanés, que ha avanzado hacia la normalización parcial de las relaciones con Israel y ha enfrentado una amplia protesta popular en su país como resultado de ello, ha tratado de evitar el tema, no es una coincidencia que Jordania, Argelia e Irak estén entre los únicos estados árabes que han expresado individualmente un abierto rechazo al plan de Trump. Otro punto de preocupación para algunas de las clases dirigentes árabes suníes es el potencial del régimen iraní y sus aliados en toda la región para explotar un escenario de anexión para despertar el apoyo popular bajo la falsa pretensión de solidaridad con los palestinos, e incluso para tomar represalias militares contra objetivos asociados con los aliados de EEUU e Israel.

Así pues, algunos de los regímenes árabes están jugando un doble juego sobre la cuestión, como se refleja en una reunión de emergencia de los ministros de relaciones exteriores de la Liga Árabe celebrada en El Cairo a petición de la Autoridad Palestina el 1 de febrero. Esta reunión avergonzó al presidente de los Estados Unidos al rechazar unánimemente su plan, reiterando la retórica vacía sobre «la centralidad de la causa palestina para toda la nación árabe» y repitiendo su compromiso con la Iniciativa de Paz Árabe de 2002 de la Liga Árabe dirigida por Arabia Saudí, que exige la retirada israelí de los territorios ocupados de 1967 a cambio de la plena normalización de las relaciones. En una reunión posterior, celebrada a fines de abril, se declaró que la anexión israelí sería «un crimen de guerra».

El embajador de los Emiratos Árabes Unidos en los Estados Unidos, Yousef Al Otaiba, que estuvo junto a Trump en la Casa Blanca durante la presentación del «Plan de paz» en enero, cinco meses después escribió el primer artículo en hebreo de un funcionario de los Emiratos Árabes Unidos en un periódico israelí, con un llamamiento directo a los israelíes con una suave advertencia de que el actual proceso de aumento de las conexiones formales entre israelíes y árabes puede invertirse.

Otros de los regímenes árabes pro-estadounidenses, en un intento de explotar los sentimientos de solidaridad de las masas contra la opresión de los palestinos y desviar la rabia de las elites gobernantes, podrían variar sus posiciones hacia denuncias más fuertes y posiblemente incluso volver a utilizar alguna retórica nacionalista anti-israelí.

El Rey Abdullah de Jordania, al tiempo que mantiene un impopular acuerdo de paz con Israel, en un país donde la mayoría de la población es de origen palestino y con el telón de fondo de la agitación social, ha presentado durante un período una falsa imagen de tener un enfoque más militante hacia Israel. En enero, el parlamento jordano se vio obligado a votar para cancelar un acuerdo sobre la importación de gas natural de Israel, a raíz de las protestas populares. Dos enclaves agrícolas históricos israelíes en Jordania, previamente definidos como arrendados, fueron terminados en los últimos meses para volver al pleno control jordano. Ahora, el rey ha advertido que Jordania tomará duras represalias en respuesta a una anexión israelí y no ha negado que esto puede incluir eventualmente la suspensión del acuerdo de paz. El Ministro de Relaciones Exteriores jordano Ayman a-Safadi subrayó que «la anexión no pasará sin represalias. Su aplicación hará estallar el conflicto, [y] hará imposible la alianza entre los dos países».

El impulso de Trump a la reacción nacionalista israelí

La elección de Trump hace casi cuatro años coincidió con el predominio de las tendencias contrarrevolucionarias en el Oriente Medio. Esto jugó un papel en facilitar el anterior gobierno de coalición israelí, que fue uno de los más derechistas en la historia de Israel. La administración de Trump ha dado un gran impulso a la confianza de los partidarios ultra-sionistas de los asentamientos coloniales y de esa ala de la clase dirigente israelí que apoya alguna forma de programa expansionista del «Gran Israel». La construcción de los asentamientos se aceleró. En 2017, el comité central del partido gobernante, el Likud, aprobó una resolución que instaba al gobierno a «aplicar la soberanía» sobre Cisjordania.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los escándalos de corrupción de Netanyahu y varios aspectos de las políticas reaccionarias del gobierno alimentaran la polarización política en la sociedad israelí, provocaran movimientos contrarios y cristalizaran un bloque capitalista de oposición compuesto por ex generales y rivales de Netanyahu de diversos orígenes.

Ese amplio bloque anti-Netanyahu se centró en las cuestiones de la corrupción y los ataques populistas de derecha de Netanyahu contra las instituciones del estado. Sin embargo, para una gran parte de ese bloque, este desafío al gobierno de Netanyahu era mucho más que eso. Llegó después de años de oposición verbal de ex generales y altos funcionarios del aparato de seguridad que se han pronunciado en contra de lo que consideraban una conducta temeraria y aventurera de Netanyahu en cuestiones geoestratégicas y nacionales. Estos elementos también tienden a considerar a Trump como un aliado poco fiable para los intereses a largo plazo del régimen israelí.

Esta alianza (llamada blanquiazul) se convirtió en el mayor desafío electoral para Netanyahu, pero su incapacidad para atraer realmente a partes de su base dio lugar, hasta el establecimiento del nuevo gobierno, a una crisis política sin precedentes, sin un bloque capaz de establecer un gobierno mayoritario después de tres elecciones parlamentarias.

Netanyahu no consiguió la mayoría ni siquiera en las recientes elecciones de marzo. Pero a lo largo de esas campañas electorales, ha buscado azuzar el nacionalismo, regodeándose de todos los regalos que ha obtenido de la administración Trump, incluido el reconocimiento de Jerusalén como única capital de Israel, el reconocimiento de la anexión de los Altos del Golán y la promesa de ayudar a Israel a «aplicar la soberanía» en Cisjordania. Durante la campaña electoral de septiembre de 2019, Naftali Bennet, líder del partido colono religioso ‘A La Derecha’, comentó «hace ocho años dije lo mismo y me llamaron lunático». En ese momento, durante la administración de Obama, el propio Netanyahu se vio obligado a hablar de la idea de un «estado palestino» y, en 2009, aplicó una breve congelación parcial de la construcción de asentamientos. Luego hubo menos viento de cola para impulsar las aspiraciones de anexión de los colonos de extrema derecha.

El bloque blanquiazul, que tuvo una escisión a principios de este año que abrió el camino para la formación del gobierno conjunto con Netanyahu, no sólo contiene figuras a favor de la anexión, sino que también ha jugado con la idea de que podría abogar por el apoyo a la anexión siempre y cuando se cumpla la vaga condición de un acuerdo con los EEUU e internacional. Hasta ahora no está claro si los líderes blanquiazules del gobierno actuarán para obstruir cualquier tipo de plan de anexión. Los remanentes del Partido Laborista en el gobierno han expresado una oposición simbólica a la anexión, pero es insignificante.

El 9 de junio, una decisión del Tribunal Supremo anuló la Ley de Regularización de Asentamientos de Israel de 2017, que había sancionado legalmente la expropiación de tierras palestinas de propiedad privada en Cisjordania para los asentamientos israelíes. Como ejemplo de la dinámica de la coalición de gobierno, mientras que las figuras blanquiazules pedían que se cumpliera el fallo, las voces del bloque de Netanyahu pedían que se evitara mediante la legislación. Pero el apoyo de los blanquiazules se ha derrumbado en las encuestas de opinión y tienen mucho más que temer de una nueva elección que Netanyahu, quien, a pesar de su juicio por corrupción, ha logrado subir en las encuestas después de haber hecho trizas a su principal oposición parlamentaria.

El dilema estratégico de la clase dirigente israelí

Aunque desde 1967 los gobiernos israelíes han promovido, cada vez en mayor medida, los asentamientos coloniales como una forma de anexión lenta, creando hechos demográficos étnicos sobre el terreno, todos ellos se han abstenido de la anexión oficial. La razón principal de ello ha sido el equilibrio demográfico. A diferencia del antiguo régimen de apartheid de Sudáfrica, el capitalismo israelí es mucho menos dependiente de la clase obrera de la nación oprimida, que, desde un punto de vista sionista, es, en un grado u otro, en última instancia una «amenaza demográfica» para un «estado judío» basado en la mayoría judía. El sionismo, incluido el estado israelí actual, siempre se ha apoyado en políticas de «judaización», esforzándose por garantizar el control de un territorio mediante la ingeniería del equilibrio demográfico nacional-étnico. Tras el plan de partición imperialista de la ONU de 1947, esta lógica se aplicó de manera más brutal en la Nakba palestina, la catástrofe, durante la guerra de 1948, cuando cientos de miles de palestinos se convirtieron en refugiados y cientos de comunidades fueron borradas del mapa.

Más palestinos se convirtieron en refugiados en la guerra de 1967. Poco después de esa guerra, comenzó a desarrollarse en el gobierno y en la clase dirigente un debate sobre el futuro de los nuevos territorios palestinos ocupados. Aunque consideraban que la idea de un estado palestino en cualquier parte de la Palestina histórica era una amenaza potencial, les preocupaba principalmente que la anexión del territorio que contenía la masa de la población palestina convirtiera a la población judía israelí en una minoría de ciudadanos y, en última instancia, condujera a un estado binacional – poniendo fin a la idea de un «estado judío» y posiblemente a una transición hacia un estado nacional palestino – o a un intento de fortificar un estado explícitamente de tipo apartheid, que perdería legitimidad y sería más inestable. La «amenaza» de un estado binacional sigue siendo un argumento clave utilizado hoy en día por las fuerzas sionistas pro-capitalistas que se oponen al plan de anexión.

Este argumento siempre ha tenido eco entre las masas judías israelíes, que temen el escenario en el que se convierten en minoría nacional, dada no sólo la historia de la opresión antisemita y los horrores del Holocausto, sino también la reacción antisemita contemporánea a nivel internacional y las reaccionarias amenazas nacionalistas de expulsar, dañar o destruir a la población judía hechas por el régimen de los ayatolás iraníes y algunas fuerzas islamistas de derecha en la región. Por lo tanto, no es sorprendente que la idea de las anexiones en Cisjordania sea controvertida.

La primera Intifada en 1987, el levantamiento masivo de los palestinos, subrayó la insostenibilidad de la ocupación militar directa de los territorios del 67. La masa de los palestinos logró obligar al poder militar más fuerte de la región a sentarse en la mesa de negociaciones y trajo un cambio de conciencia entre las masas judías israelíes hacia el apoyo de la idea de un estado palestino en los territorios ocupados del 67. Entre la población israelí en general, el apoyo saltó de alrededor del 21% en 1987 a alrededor del 50% y más en pocos años (datos de la encuesta del instituto INSS israelí). El «proceso de paz» de los Acuerdos de Oslo, patrocinado por el imperialismo, de principios de los 90, engendró grandes esperanzas entre las masas de ambos lados de la división nacional. Pero la concesión de acordar el establecimiento de los enclaves de la Autoridad Nacional Palestina tenían la intención del régimen israelí de continuar la ocupación por otros medios. Nunca hubo intención de conceder un estado palestino, como explicó el propio primer ministro israelí Yitzhak Rabin un mes antes de ser asesinado. La Autoridad Palestinaestaba destinada a funcionar en última instancia como subcontratista del régimen de ocupación israelí.

En virtud de los Acuerdos de Oslo, los asentamientos se expandieron y los movimientos de los palestinos fueron controlados más estrictamente. El régimen israelí se negó a hacer concesiones más sustanciales e inevitablemente el proceso implosionó con un nuevo levantamiento palestino, la Segunda Intifada en 2000. Lamentablemente, su fase masiva pronto dio paso al predominio de las milicias secretas y a los ataques terroristas contra civiles, que han reforzado las fuerzas reaccionarias de la sociedad israelí y han servido de pretexto para una severa represión sangrienta en los territorios ocupados.

A continuación, la clase dirigente israelí adoptó una estrategia «unilateral» que incluía la creación del muro de separación en Cisjordania y la puesta en marcha de la retirada de la Franja de Gaza en 2005, después de que el proyecto de los asentamientos en esa zona no lograra atraer a los israelíes de a pie.

Tras la retirada, Hamás ganó las elecciones de la Autoridad Palestina presentándose como una alternativa menos corrupta y supuestamente más «militante» que la élite de la Autoridad Palestina dirigida por Fatah y su inútil colaboración directa con Israel. Los gobiernos israelí y estadounidense no estaban dispuestos a aceptar ese resultado y respondieron con sanciones. Bajo esas presiones, la rivalidad entre Hamás y Fatah culminó en 2007 en una escisión en la Autoridad Palestina, con Hamás asegurando una autoridad gobernante separada en Gaza. Los métodos destructivos de Hamás, incluidos sus anteriores atentados suicidas con bombas y el lanzamiento de proyectiles indiscriminados contra civiles israelíes, fueron utilizados por el régimen israelí para movilizar el apoyo a las medidas de terrorismo de estado contra los palestinos, en particular el asedio de Gaza y las bárbaras ofensivas militares que han matado a miles de palestinos de todas las edades.

Mientras que la retirada de Gaza dio paso a una nueva forma de un infierno aún peor para los palestinos que vivían allí, en Cisjordania se utilizó para ampliar aún más el impulso a los asentamientos. Esta ha sido una característica clara del régimen de Netanyahu desde que regresó al poder al frente del Likud en 2009.

¿La muerte de la «solución de los dos estados»?

De hecho, Israel tiene el control directo de alrededor del 60% de Cisjordania, bajo el «Área C». Además, en los enclaves de la Autoridad Palestina, donde la mayoría de la población palestina está concentrada en guetos empobrecidos en ciudades y campos de refugiados asediados, el ejército israelí entra regularmente para realizar incursiones y patrullas. Pero anunciar la anexión oficial de incluso parte de la «Zona C» equivale a declarar lo que puede parecer un estrechamiento irreversible y decisivo del territorio reservado a un estado palestino. Intensificaría aún más los ataques de estados y colonos con el objetivo de desarraigar a la minoría palestina superoprimida de la «Zona C» y llevarla a los enclaves de la Autoridad Palestina. Pondría en marcha un proceso que podría conducir a nuevas anexiones efectivas e incluso a un posible retorno de la ocupación militar directa en los enclaves de la Autoridad Palestina.

Desde el punto de vista de la clase dirigente israelí, las repercusiones desestabilizadoras inmediatas de un escenario de anexión llevarán la situación a un callejón sin salida estratégico, en lo que respecta al control a largo plazo de la masa de la población palestina. También aumentaría la posibilidad de un futuro cambio en la estrategia del movimiento palestino para adoptar la antigua demanda sudafricana de un voto por persona. El estado israelí, que durante decenios no ha concedido ninguna forma de estado palestino ni siquiera en una pequeña parte de la Palestina histórica, resistiría aún más ferozmente a ese escenario, presentándolo como una amenaza existencial y contando con la movilización del apoyo de la masa de los judíos israelíes. La corriente principal de la clase dirigente israelí preferiría no llegar a este punto y, en cambio, emplear un enfoque más flexible de las concesiones en su intento de estabilizar su control general.

Huelga decir que los dos últimos decenios de atrocidades durante la ocupación israelí y el conflicto israelo-palestino han suscitado un pesimismo sombrío entre las masas de ambos lados de la línea divisoria en cuanto a las posibilidades de llegar a una solución que satisfaga el deseo de los palestinos de lograr la liberación nacional y el deseo de las masas de ambos lados de poner fin al sangriento conflicto nacional.

El apoyo a la idea de una «solución de dos Estados», aunque sigue siendo importante, ha ido disminuyendo en general durante varios años tanto entre los palestinos como entre los israelíes, especialmente entre la generación más joven. Un movimiento de anexión casi seguro que reafirmará esta tendencia. Por ejemplo, en una encuesta realizada en febrero por la PCPSR, el 78% de los corresponsales palestinos en Cisjordania y Gaza apoyaron responder al plan de Trump con «manifestaciones populares no violentas». Al mismo tiempo, el 81% en Gaza y el 53% en Cisjordania – 64% en total – estaban a favor de librar una lucha armada o un levantamiento armado. La contradicción entre el apoyo a las «acciones no violentas» y la «lucha armada» es una tendencia a largo plazo y, en general, ambas cifras representan esperanzas de que aumente la resistencia en casi todas las formas, y reflejan la falta de un liderazgo político claro, que pueda apuntar a una estrategia y un programa más coherentes para superar la ocupación, la opresión nacional y la miseria social.

El apoyo al concepto de «solución de dos estados» en esta encuesta se encuentra en su nivel más bajo desde los Acuerdos de Oslo, con un 38,6%, con un 59% de oposición (40,6% «en oposición», 18,5% «fuertemente en oposición»). El 61% creía que este concepto ya no es factible debido a los asentamientos. Al mismo tiempo, el 59% se opuso al abandono de la «solución de dos estados» y su sustitución por una posición de «un estado», con la oposición de Cisjordania en un 66,6%. Esta es una tendencia constante.

Entre la población israelí, en particular entre los judíos, ha habido un crecimiento relativo de la oposición al concepto de «solución de dos estados» en la última década, aunque el apoyo al concepto ha seguido siendo una mayoría relativa hasta ahora, a pesar de una caída de alrededor del 69% en 2012 a alrededor del 55% en la actualidad (datos de la encuesta del INSS).

Una cosa es rechazar correctamente los falsos planes imperialistas de «dos estados» dictados a los palestinos en el pasado, que nunca ofrecieron nada que se pareciera a una verdadera liberación nacional de la opresión del estado israelí. Otra cosa es tratar de reemplazar esa farsa con el concepto demasiado abstracto de un estado binacional.

Millones de palestinos aspiran a la liberación nacional y a la independencia de Israel. Cabe señalar que más de medio siglo después de la ocupación y la anexión de Jerusalén Oriental a Israel, la pobre mayoría palestina sigue boicoteando las elecciones municipales. Aunque algunos han solicitado, por consideraciones prácticas, la plena ciudadanía israelí, que no es fácil de obtener, en cualquier caso, ésta sigue siendo una tendencia marginal, ya que la mayoría rechaza lo que se consideraría una «normalización» de su subyugación nacional y aspira a convertirse en ciudadanos de un estado palestino separado. Paralelamente, millones de judíos israelíes resistirán y lucharán con fiereza contra la idea de un arreglo que, en su opinión, no incluye su autodeterminación nacional.

Una vez que los palestinos de los territorios ocupados del 67 vuelvan a luchar en masa contra la ocupación, su objetivo probablemente no será integrarse en el estado israelí, sino resistir contra este.

Si bien la anexión es peligrosa y hay que oponerse a la construcción de nuevos asentamientos, sin embargo, la idea de que los asentamientos en esta etapa y cualquier anexión parcial hará que un estado palestino sea «impracticable» es una exageración pesimista. Entre otras cosas, la población de los asentamientos sigue siendo una minoría relativamente pequeña en Cisjordania y se concentra sobre todo en unos pocos «bloques». La descolonización de los asentamientos coloniales podría aplicarse en última instancia de diversas formas. Aparte de superar y eliminar los elementos colonialistas fervientes y expropiar las zonas industriales de los asentamientos, es posible, por ejemplo, que se llegue a un acuerdo que permita a parte de la población de los asentamientos, en particular a las familias de clase trabajadora de las comunidades más grandes, optar por permanecer como minoría nacional con derechos garantizados en comunidades no segregadas bajo un estado palestino. También es posible que algunas tierras que hoy son oficialmente parte de Israel puedan formar parte de un futuro estado palestino, como parte de un acuerdo político.

Todas las cuestiones políticas que se encuentran en el centro del conflicto nacional podrían resolverse por sí mismas sobre la base de la igualdad de derechos nacionales, evitando nuevas injusticias. Sin embargo, no sólo la clase dirigente israelí se resistirá en la medida de lo posible a cualquier concesión sustancial a los palestinos, sobre todo en lo que respecta a la cuestión más delicada de los refugiados, sino que es un completo error de interpretación de la complejidad de la situación sugerir que cualquier acuerdo político y jurídico en sí mismo bastaría para resolver la situación.

Si no se expropia a la clase dirigente que respalda esta maquinaria militar regional; si no se utilizan los recursos democráticamente para poner fin a la pobreza, a la enorme desigualdad material entre los dos grupos nacionales y se construye una infraestructura avanzada para garantizar un alto nivel de vida para todos, entonces no hay camino para resolver realmente el conflicto, que continuará de una forma u otra. La solución sólo es posible como parte de un movimiento regional para el derrocamiento de las oligarquías podridas y los agentes de la reacción, en una «primavera socialista». Sólo en ese contexto es posible crear las condiciones para que desaparezcan los prejuicios y el cisma nacional.

En las actuales circunstancias de conflicto y profunda división, un programa de dos estados socialistas democráticos iguales, en una confederación voluntaria, con dos capitales en Jerusalén, señala el camino para abordar las actuales sospechas y permitir que la posible colaboración en la lucha de los trabajadores y los pobres de ambos lados de la división socave y desafíe eficazmente a la clase dirigente israelí.

Descarrilar la anexión

Los efectos de la pandemia, que sigue extendiéndose, y de la crisis económica frenan actualmente el desarrollo de una mayor atención a la cuestión y el aumento de la resistencia sobre el terreno a la anexión. A esto se suman las especulaciones sobre si Netanyahu llevará a cabo su amenaza. Esto puede, por supuesto, cambiar en las próximas semanas.

Pero ya ahora, la tarea más urgente para los socialistas ante esta amenaza es movilizar a los trabajadores y a los jóvenes para que ejerzan la máxima presión para descarrilar el plan y bloquear efectivamente al gobierno israelí, con acciones de protesta en los territorios palestinos ocupados, en Israel, en toda la región y a nivel mundial.

En los territorios ocupados, el peligro cotidiano de la represión letal debe ser enfrentado mediante el avance del establecimiento de comités de acción y defensa democráticos.

En Israel, las protestas conjuntas de judíos y árabes, israelíes y palestinos, deben apelar a sectores más amplios de la clase obrera para advertir de las repercusiones y llamar a una lucha generalizada contra el gobierno capitalista y su agenda antiobrera.

A nivel internacional, los sindicatos y la izquierda deberían movilizar acciones de solidaridad y protestas frente a las embajadas israelíes y con demandas para que los gobiernos tomen medidas como el reconocimiento inmediato de un estado palestino, la retirada de los embajadores de Israel y la declaración de que Netanyahu es una persona non grata, con la imposición de sanciones estrictas contra la ocupación y los asentamientos israelíes. Esto debería incluir la suspensión y la prohibición de toda posible ayuda y acuerdos financieros y militares públicos y privados que puedan utilizarse directamente para apoyar la ocupación y los asentamientos.

Por último, no debe confundirse a los elementos capitalistas y nacionalistas de derecha que intervienen en el movimiento contra la anexión desde su propio punto de vista con los aliados de las masas palestinas o el pueblo trabajador de la región. Las acciones contra la anexión deben estar vinculadas a la tarea de promover soluciones de la clase obrera y una alternativa socialista ante la grave crisis capitalista que se está desarrollando.


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