17/09/2013. Juan
Bértiz, Socialismo Revolucionario, Barcelona.

De
batacazo olímpico podemos calificar, en uso de un juego de palabras
facilón, lo que se llevaron muchos el sábado 7 de septiembre en
Buenos Aires. A tenor del discurso oficial, reproducido por todos los
medios de comunicación formales, desde el ABC a EL PAÍS, desde la
COPE a la SER, y por el aparato político-institucional, la
unanimidad era absoluta: España entera mantenía la respiración a
la espera de que el selecto club del COI decidiera conceder –en
todos los sentidos y matices del verbo conceder- a Madrid la sede de
los Juegos Olímpicos de 2020. Esta vez, a la tercera, iba a ser la
vencida, ni Tokio ni Estambul nos iban a quitar el sueño, la ilusión
y el empeño de mostrar al mundo que seguimos siendo los mejores, ese
país que fue modelo a seguir durante los esplendorosos años del
cambio de siglo y de milenio, aquel país con el mayor crecimiento
económico de Europa y con el mejor sistema bancario del planeta
donde era fácil hacer fortuna.

El
chasco fue monumental y las caras de circunstancia no pudieron
ocultar que el sueño se transformó en quimera, la ilusión en
frustración y el empeño en turbado vacío existencial. Y ahora qué
vamos a hacer, debieron de preguntarse Ana Botella o el propio
Mariano Rajoy. Porque después del verano gibraltareño de exaltación
patriótica frente a la Pérfida Albión, los Juegos Olímpicos iban
a ser la muy oportuna cortina de humo con que desviar la atención de
nuestra catástrofe cotidiana, ya saben: desempleo, pobreza,
desahucios, precariedad, recortes, pésimo nivel de educación,
EREs, bancos en bancarrota.

Porque
Madrid 2020 no superó siquiera la primera criba. Al gobierno del PP
y al consistorio madrileño, también en manos del PP, se le rompía
el juguete con que entretenernos los próximos años, la única baza
de mostrar un triunfo en una legislatura que está siendo lamentable
–promesas no sólo incumplidas, sino contradichas por la propia
gestión, casos de corrupción a tutiplén, aumento del desempleo,
recortes en ayudas sociales, pensiones y becas, privatización
sanitaria, etc.-, en un gobierno central y unas administraciones
locales y autonómicas –y aquí no sólo del PP- que están dando
tumbos sin que nadie sepa hacia dónde van y hacia dónde nos llevan.
Madrid 2020 iba a ser una tabla de salvación para el Gobierno del PP
el cual mostraría que, como repiten hasta la saciedad, vamos por la
senda correcta.

El
selecto club del COI dio con las puertas en las narices a la
delegación española que iba muy crecida, segura de que esta vez,
sí, nos llevaríamos el gato al agua y volveríamos a ser el ombligo
del mundo gracias al PP, que no paraba de recordar que el
intrascendente y soso presidente Zapatero no había logrado las dos
veces anteriores los JJ.OO. porque la imagen que daba su gobierno, y
por ende el país que gobernaba, no era propicia para tal
reconocimiento ni graciosa concesión. Por cierto, el
expresidente Zapatero también estuvo en Buenos Aires,
participando del festejo patriótico, porque lo que tocaba a todas
luces era la avenencia social que un evento así produce en el
conjunto del país.

Roto
el juguete, la unanimidad del discurso oficial, mantenido por la
prensa formal, recordémoslo, y por eso que llaman clase política
–pocas voces discrepantes hemos escuchado en ella-, apoyado también
por la patronal y por los deportistas de élite, se quebró. Primero
adoptó la forma de rabieta y pudimos escuchar críticas al selecto
club del COI de malintencionado e incluso de corrupto. Luego se hizo
chirigota de la presentación de la delegación española, en
especial de Ana Botella, cuya intervención fue un tanto rocambolesca
(por cierto, tanta obsesión del Ministro Wert por españolizar a los
niños catalanes y la alcaldesa de Madrid acudió al inglés para la
presentación del proyecto). Más tarde, parte de la prensa y de sus
tertulianos sabelotodo, hasta la fecha convencidos todos ellos del
triunfo patrio, atribuyó esa ignominiosa decisión a la mala imagen
de España por la crisis y la corrupción galopantes, casualmente
el mismo argumento empleado por el PP contra el gobierno anterior en
los dos rechazos previos. Incluso hubo una curiosa salida de tono del
alcalde de Barcelona, Xavier Trias, de CiU, a dos días de la Diada,
ya que hablamos de patrioterismo, afirmando que Barcelona sí que
hubiera tenido la imagen suficiente para competir con Tokio, y no
Madrid, ya se ve que creerse lo mejor y el ombligo del mundo no es
patrimonio de la delegación española.

La
negativa fue un jarro de agua fría, pero sobre todo empeora la
situación del PP porque supone un nuevo varapalo en su política y
le deja sin la posibilidad de sacar pecho ante la población. Incluso
hay voces que reclaman la asunción de responsabilidades políticas y
puede que veamos alguna víctima del desaguisado. De momento, todas
las miradas se centran en la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, quien
heredó el proyecto olímpico de su predecesor en el cargo, Alberto
Ruíz-Gallardón, actual ministro de Justicia. Lo que sí dio esta
vez el consistorio fue un carácter más austero al festejo olímpico.
Se destacó antes de la infame fecha que Ana Botella había puesto un
acento de austeridad al evento, convencida de la victoria y tal vez
porque las críticas al despilfarro generalizado del Estado en
general y en particular a la despampanante corrupción, con cuentas
millonarias en Suiza de algunos cargos, inducía a cierta prudencia
en los gastos, y quién sabe si, en un arranque de sensibilidad
social, consideraron que las dificultades por las que pasan buena
parte de la población casaba mal con tirar la casa por la ventana.

Craso
y evidente error: el selecto club del COI no es una ONG. El selecto
club del COI no concibe los Juegos Olímpicos como algo que se deba
adaptar a la realidad de los seres humanos. Al selecto club del COI
le trae al pairo los problemas sociales de cada país y del mundo en
general. Los Juegos Olímpicos no son un mero espectáculo deportivo
más, no es neutral en el conflicto social, hay una concepción de
negocio y alrededor del deporte se mueven los intereses de las
multinacionales y de los Estados. Para estos, se trata de un Juego de
Patriotas donde cada país ha de demostrar, por medio de
deportistas de élite, ser el mejor del mundo a través del
medallero. Para aquellos, se trata de meros beneficios. Se disfraza
todo ello con un discurso pseudofilosófico de concordia y
cooperación, pero hay una concepción elitista del deporte y del
mundo. El selecto club del COI concede cada cuatro años a una ciudad
del mundo la posibilidad de ser la sede del gran negocio y para ello,
qué duda cabe, se tiene muy en cuenta las posibilidades que ofrece
cada plaza, su prima de riesgo. De este modo, el deporte no es ni de
lejos una sana actividad para que lo disfruten niños y mayores, sólo
es un espectáculo en el que todo se compra y todo se vende en
beneficio de las multinacionales. ¿Acaso iba a ser un ámbito ajeno
a las relaciones impuestas por el capitalismo?¿Acaso la liga
profesional de fútbol española se adapta a la difícil situación
económica? Al contrario, se inyecta más dinero y participan más
patrocinadores, todo en beneficio del lucro y las ganancias. Tal es
así que los Juegos Olímpicos de la Era Moderna poco tienen que ver
en realidad con el deporte ni con los valores que dicen defender,
sino con el negocio puro y duro. 

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