¡No
a la intervención imperialista en Siria!

¡Por
un movimiento independiente de los trabajadores y oprimidos!


22/10/2013. Danny Byrne, CIT.

El
estallido hace ya más de dos años de la llamada “primavera árabe”
fue una fuente de inspiración para millones de trabajadores, pobres
y jóvenes de todo el mundo. Los movimientos de masas – con un fuerte
peso del movimiento obrero organizado en ambos casos – que derribaron
a los dictadores Ben Ali y Mubarak en Túnez y Egipto aparecieron
como poderosas muestras de la posibilidad, efectividad y fuerza
aplastante de la acción masiva revolucionaria, ante la cual ningún
régimen ni gobierno puede sostenerse en pie.

Pero
a la vez de reconocer la fuerza inspiradora y revolucionaria que
supusieron estos magníficos movimientos, el CIT avisó de las
peligrosas contradicciones presentes en estas situaciones
revolucionarias que, de no ser resueltas, amenazaban con entorpecer y
hacer descarrillar los procesos. Dos años después, a la hora de
reflexionar sobre cómo han avanzado dichos procesos revolucionarios,
hemos de reconocer que siguen vivos y en marcha, pero que además,
las contradicciones de los movimientos revolucionarios no han sido
superadas definitivamente. Además, la marcha de los acontecimientos
muestra como estas contradicciones, amenazan en muchos casos con
convertir la «primavera» revolucionaria en un «invierno»
de reacción. 

Sobre
todo el desarrollo de los acontecimientos en Siria, con una guerra
civil que es cada vez más entre dos bandos liderados por
reaccionarios, debe servir como un aviso serio a los trabajadores de
la región entera de lo que puede acabar pasando si la clase
trabajadora no consigue imponer su propia solución.

Egipto:
la «segunda revolución»

La
principal contradicción de la que hablamos es bastante sencilla. En
todos los países de la región, el motor decisivo de los movimientos
contra el régimen ha sido el mismo: la movilización masiva de la
mayoría social de trabajadores, jóvenes y pobres. Y más aun, en
los casos de Egipto y de Túnez ha sido la acción organizada del
movimiento obrero (con oleadas repetidas de huelgas masivas) la que
dio los golpes más fuertes y efectivos a los dictadores. Pero a
pesar de este hecho, el liderazgo de estos movimientos, sobre todo en
el plano político, no ha sido representativo de los intereses de los
que impulsaron la revolución. Una vez tras otra, movimientos de
masas que lucharon no solo contra dictadores sino también contra las
condiciones de miseria que les impone el sistema capitalista e
imperialista han conseguido derrocar a líderes opresores, para luego
ser sometidos a un nuevo gobierno que, hablando en nombre de la
revolución, protege y mantiene el sistema de explotación y las
políticas neoliberales contra las que el pueblo se ha levantado.

En
este sentido, el caso de Egipto es especialmente llamativo. Un
movimiento de masas y de huelgas indefinidas derribó a Mubarak.
Pero después de una victoria de este tipo, la cuestión decisiva que
se ha de plantear es la cuestión del gobierno: ¿quién va a
gobernar y con qué políticas? En ausencia de una alternativa
política preparada por el propio movimiento obrero y popular, se
presentan otras fuerzas con intereses ajenos para llenar el vacío. Y
así ha sido con la elección de los hermanos musulmanes, con Mursi
como presidente: un presidente «revolucionario» que recién
llegado al poder se dedicó a actuar contra las propias fuerzas de la
revolución, reprimiendo huelgas obreras en varios sectores, mientras
que las fuerzas de seguridad continuaron ejerciendo su venganza
contra los activistas revolucionarios, con centenares de detenciones,
torturas y asesinatos.

En
el primer año del gobierno de Mursi hubo más de 1000 huelgas por
todo el país, muchas más de las que hubo durante el último año
bajo gobierno de Mubarak. Los problemas fundamentales sociales y
económicos que caracterizaron la vida bajo Mubarak – el desempleo
masivo, la inflación y los precios insoportables de productos de
primera necesidad – empeoraron bajo Mursi. Así que el proceso
revolucionario ha continuado, con más profundidad y fuerza popular.
Los trabajadores en lucha empezaron rápidamente a construir sus
propias organizaciones, sobre todo sindicatos independientes, que
pasaron de 20.000 trabajadores en el último periodo de Mubarak, a
más de 2 millones de afiliados en la actualidad.

Los
marxistas entendemos que la revolución es un proceso, no un acto
solitario. En una situación revolucionaria en la cual los
trabajadores carecen de una solución política definitiva – un
proyecto de gobierno alternativo de los trabajadores, en el que éstos
pasen a ser dueños de la riqueza del país – este proceso puede
tardar bastante tiempo en madurar. Grandes resurgimientos de la lucha
se repiten, con los trabajadores levantándose contra cualquier nueva
solución que el capital les intenta imponer. Esta es la base
fundamental de lo que se ha llamado la «segunda revolución»
en Egipto. Un movimiento de movilizaciones aún mas masivas que el
que derrocó a Mubarak explotó en las calles y en las fábricas, con
una jornada de manifestaciones el 30 de Junio, en la cual hasta 20
millones de personas participaron, seguramente una de las
movilizaciones más numerosas de la historia. Los sindicatos
independientes organizaron una huelga general para echar
definitivamente a Mursi y la hermandad musulmana, que obviamente
cayeron ante un movimiento así.

Pero
se planteó de nuevo la misma cuestión: ¿cuál es la alternativa?
Lamentablemente, el movimiento obrero en Egipto todavía no ha
desarrollado una expresión política independiente: un partido de
los trabajadores. En su ausencia, volvió a pasar lo de siempre: un
elemento ajeno al movimiento – el ejército y sus generales – se
presentó como salvador de la nación y protector de la revolución,
aunque los mismos generales fueron en su momento una parte
fundamental del régimen de Mubarak (su líder, Al Sisi, fue jefe de
inteligencia militar en 2008). Además, el ejército egipcio es un
verdadero poder económico en el país, donde los generales juegan un
papel muy importante en la economía (por ejemplo, el 30% de los
recursos de petróleo son propiedad de los generales).

Existen
ciertas ilusiones en el potencial progresista o revolucionario del
ejército en Egipto, teniendo en cuenta la historia del país y el
papel que jugó en el régimen radical de Nasser de los años 50.
Pero este gobierno también se va a dirigir contra los que hicieron
la revolución por su naturaleza de clase. Como con el gobierno de
Mursi, la tarea de los revolucionarios en Egipto es explicar
pacientemente a las masas la naturaleza de este gobierno, e ir
preparando un nuevo movimiento, esta vez armado con un programa
político para acabar con la dominación del capitalismo, tanto
nativo como extranjero, islamista o secular, a través de la
transformación revolucionaria de la sociedad y la planificación
socialista y democrática de la economía para satisfacer a la
mayoría y eliminar su miseria. La lucha por un partido político de
los trabajadores, de la revolución, con un programa socialista, es
la tarea principal que queda por cumplir.

Siria:
¡No a la intervención imperialista! Ni régimen ni «oposición».
Por un movimiento independiente y no sectario de los trabajadores y
oprimidos.

Después
de la primera fase de la «primavera árabe» en 2011, con el
derrocamiento de los dictadores en Egipto y Túnez, llegó una nueva
fase más peligrosa, caracterizada por la cuestión de intervención
del imperialismo mundial en Libia, y ahora en Siria. Cabe recordar
que las sangrientas dictaduras de la región son una parte
fundamental del sistema de expolio y saqueo de estos países y sus
recursos por el imperialismo, así que la caída de Ben Ali y Mubarak
supuso una gran amenaza para los imperialistas, y para la
«estabilidad» que necesitan sus empresas. Por eso, los
imperialistas, sobre todo los estadounidenses, británicos y
franceses, que tienen intereses actuales e históricos en la región,
buscaron desde el primer momento la manera de intervenir y solventar
la situación en su propio beneficio.

Vieron
su oportunidad en Libia, donde intervinieron para echar a Gadafi,
acabando así con el movimiento de masas que hasta entonces se había
enfrentado al dictador. Este ataque tuvo motivos variados: fue la
entrada decisiva del imperialismo en el juego regional para frenar
los procesos revolucionarios y sirvió para diluir y minar el
carácter popular y de base de los movimientos. Ante un escenario
así, la única posición posible que pueden adoptar los marxistas es
la de oposición total y frontal a la intervención del imperialismo,
que es por naturaleza totalmente incapaz de jugar un papel
progresista en ningún país del mundo. Sólo los trabajadores y
pobres organizados independientemente representan a fuerzas fiables
para proseguir una lucha contra un régimen dictatorial como los de
Gadafi en Libia y El Assad en Siria. Por mucha presión que haya para
hacerlo, es un error criminal para la izquierda apoyar una
intervención de este tipo, un error que lamentablemente hemos visto
cometido por varias organizaciones internacionalmente, incluso en el
estado español en el caso libio.

En
los últimos meses, se ha desarrollado un nuevo debate parecido sobre
Siria, donde el imperialismo de EE.UU, Francia y Gran Bretaña había
decidido intervenir militarmente con la justificación de los ataques
con armas químicas del régimen (que en ningún caso pueden ser
peores que los ataques químicos del imperialismo en Irak y muchos
otros países más a lo largo de la historia). En este debate los
revolucionarios tienen que volver a insistir en una oposición a
cualquier intervención imperialista. Al intervenir en Siria, el
imperialismo no tiene ninguna motivación «humanitaria» ni
pretende acabar con los masacres, sino llevar a cabo sus propias
masacres. Por ahora, Obama, Cameron y compañía no han podido
intervenir de forma directa, principalmente por la oposición masiva
doméstica a la apertura de nuevas guerras imperialistas en la
región, después del los fracasos de Irak y Afganistán. Es esta
oposición la que refleja la negativa del parlamento británico a
autorizar la intervención y la inseguridad sobre si el congreso de
EE.UU lo haría igual. Pero todavía la amenaza de una intervención
no ha desaparecido, dada la inestabilidad del nuevo «acuerdo»
de Obama con el capitalismo ruso que tiene intereses económicos y
políticos en sostener a El Assad.

En
Siria, las contradicciones fundamentales que vimos en los procesos en
otros países de la región han pesado enormemente. Un movimiento que
en principio desafío a El Assad desde un punto de vista popular,
pero sin fuertes organizaciones unitarias de los trabajadores, ha
degenerado en una guerra civil sangrienta
entre las fuerzas del régimen y una «oposición» liderada
por elementos pro-occidentales por un lado, e islamistas
reaccionarios tipo Al Qaeda, por otro. En vez de ser una expresión
sana de una revolución, la guerra actual en Siria es una expresión
podrida de una lucha armada entre diferentes facciones de una élite,
en la cual los trabajadores, como clase, no tienen ningún
representante. En una intervención imperialista, los marxistas
revolucionarios no pueden apoyar al régimen reaccionario de El Assad
(que hasta hace muy poco colaboró con gusto con Obama, Bush y
compañía) ni a la «oposición».

Por
muy complicado que puede parecer, el único camino a seguir para ir
superando estas contradicciones es el de la lucha para forjar un
movimiento obrero fuerte, independiente y socialista. Sólo un cambio
de sistema, que instale el socialismo, sobre la base de la propiedad
pública y democrática de los recursos y la riqueza en la región
puede acabar con las dictaduras brutales, con el sectarismo étnico y
religioso y con la miseria económica. Los marxistas de todos los
países hemos de saludar e impulsar todos los avances en este sentido
de los trabajadores egipcios, tunecinos, sirios…

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