Bangladesh está experimentando una espectacular aceleración de la historia. El lunes 5 de agosto, la primera ministra Sheikh Hasina dimitió y huyó de la capital, Dhaka, en un helicóptero militar hacia la base aérea de Hindon, en Delhi (India), mientras millones de personas se echaban a la calle para celebrar el fin de su mandato. Hace sólo medio año había jurado el cargo para su cuarto mandato consecutivo. Desafiando un toque de queda nacional, enormes multitudes irrumpieron en su palacio, recordando las escenas presenciadas en Sri Lanka hace dos años. Lo que comenzó como un movimiento de protesta de estudiantes universitarios se ha transformado en una revuelta en toda regla.

Por Serge Jordan, Alternativa Socialista Internacional

Las protestas estudiantiles estallaron a principios de julio por la reintroducción de un antiguo sistema de cuotas para los empleos del sector público que favorece a los descendientes de los “luchadores por la libertad” (“freedom fighters”), aquellos que lucharon por la independencia del país de Pakistán en 1971. Este sistema de cuotas, previamente archivado por el gobierno después de protestas a gran escala en 2018, fue restablecido por una sentencia del Tribunal Superior en junio de este año. A pesar de que los descendientes reales de los luchadores por la libertad representan menos del 1% de la población, el 30% de estos puestos de trabajo estaban reservados para ellos. Este plan se había convertido de hecho en un disfraz del nepotismo y el clientelismo del partido gobernante, catalizando la ira en una situación en la que dos quintas partes de los jóvenes bangladeshíes están sin trabajo.

Bajo la presión de las masas, una nueva sentencia del Tribunal Supremo, de 21 de julio, suprimió la mayoría de las cuotas, redujo la cuota de ex militares del 30% al 5% y asignó el 93% de los puestos de trabajo en función de los méritos, reservando el 2% restante para grupos minoritarios. Esta primera victoria de los estudiantes, que demostró la eficacia de su lucha, tuvo un sabor amargo: se consiguió a costa de una sangrienta represión por parte de las fuerzas de seguridad y de violentos ataques de matones asociados a la Liga Awami, en el poder, y a su ala estudiantil, la Liga Chhatra. Más de 200 personas fueron masacradas en el proceso.

El uso por parte del régimen tanto de concesiones como de medidas violentas para intentar controlar la revuelta estudiantil sólo sirvió para envalentonar y enfurecer aún más al movimiento, al tiempo que atraía un apoyo más amplio. Tras una breve pausa, el movimiento volvió a salir a la calle; las demandas de justicia y rendición de cuentas para las víctimas de la represión estatal, y de dimisión de la primera ministra, como el eslogan “Ek dofa ek dabi, Hasina tui kobe jabi” (“Tenemos una demanda; ¿cuándo te irás, Hasina?”) se pusieron a la orden del día.

Desde el “Movimiento Lingüístico” de 1952 contra la imposición del urdu como única lengua nacional en lo que entonces era Pakistán Oriental, pasando por el levantamiento masivo de 1969 contra el gobierno autocrático de Ayub Khan, hasta el movimiento contra la dictadura militar de Hussain Muhammad Ershad a finales de la década de 1980, el activismo estudiantil ha desempeñado un papel fundamental en la historia de Bangladesh. Esta vez se ha producido una dinámica similar. Pero el derrocamiento de Hasina sólo puede explicarse por la profunda oleada de furia popular que se había extendido como un maremoto por casi todos los segmentos de la sociedad, incluido un número cada vez mayor de trabajadores.

Un régimen odiado

Hasina y su partido en el poder, la Liga Awami, han gobernado el país con un puño cada vez más autoritario durante casi dos décadas. Desde 2009, su régimen ha subordinado cada parte del aparato estatal a sus necesidades, reprimiendo cualquier signo serio de disidencia, incluso mediante desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales. La mayoría de los medios de comunicación del país son propiedad de empresas vinculadas al partido gobernante. Los partidos de la oposición, como el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP) y Jamaat-e-Islami (JeI), han encarcelado o forzado al exilio a sus principales líderes. Las tres elecciones parlamentarias sucesivas -en 2013, 2018 y 2024- estuvieron plagadas de violencia contra la oposición y amaño de votos. Las últimas elecciones generales, celebradas en enero, registraron una participación récord del 40%, aunque se cree que la cifra real es muy inferior.

Aclamada durante mucho tiempo en las capitales extranjeras como ejemplo del resurgimiento y el desarrollo económico de Bangladesh, y como la mujer que más tiempo ha ocupado el cargo de dirigente en el mundo, Hasina construyó un régimen que flotaba en un océano de corrupción, del que el sistema de cuotas es sólo una faceta. Su gobierno presidió un crecimiento económico fuertemente dependiente de una industria de la confección orientada a la exportación que explotaba a trabajadoras predominantemente femeninas a cambio de míseros salarios, para deleite de las multinacionales extranjeras. Cuando esas trabajadoras exigieron vivir dignamente mediante una oleada de huelgas a finales del año pasado, fueron recibidas con insultos, detenciones masivas y asesinatos a manos de la policía.

El trato reservado a los estudiantes manifestantes este verano ha sido excepcionalmente brutal, y la represión del régimen se ha saldado con el mayor número de muertos en Bangladesh desde su Guerra de Liberación en 1971, por no hablar de las torturas, lesiones y detenciones generalizadas. El cierre total de Internet móvil y de los servicios de banda ancha duró 10 días. Lejos de sofocar la revuelta, esta violencia se convirtió en un factor enormemente radicalizador, que precipitó la caída de Hasina.

El domingo 4 de agosto fue uno de esos días en los que, como dijo Lenin, “pasan décadas”. Era el primer día de una campaña de no cooperación lanzada por los Estudiantes contra la Discriminación, el organismo que ha liderado las protestas estudiantiles. Los organizadores habían instado a la gente a no pagar sus impuestos y facturas de servicios públicos, a no presentarse a trabajar y a que las instituciones gubernamentales y privadas, oficinas, tribunales, molinos, puertos y fábricas permanecieran cerrados. Muchos trabajadores siguieron su ejemplo y se unieron al movimiento de no cooperación, incluso en el sector de la confección, de vital importancia económica.

A pesar de que el domingo es día laborable en Bangladesh, numerosas tiendas y bancos de Dhaka permanecieron cerrados. La petición de dimisión de Hasina resonó desde las grandes ciudades hasta las pequeñas aldeas, con millones de manifestantes en las calles. Al intensificarse los enfrentamientos entre las fuerzas favorables al régimen y los manifestantes, sólo ese día murieron más de 100 personas, lo que eleva a más de 300 el número de víctimas mortales desde que comenzó el movimiento. Entre las víctimas había más de una docena de policías y media docena de simpatizantes de la Liga Awami, ya que muchos de los jóvenes habían acudido preparados para defenderse. La noticia de que habían muerto otras cien personas sacó aún más manifestantes a la calle, en pleno desafío al toque de queda impuesto por el gobierno.

El lunes por la mañana, cuando los Estudiantes contra la Discriminación habían convocado una “Marcha a Dacca” en respuesta a esta nueva oleada de terror estatal, cada vez más personas descendieron a la capital. Se impuso un cierre total de Internet, que se levantó a las 12.30 hora local. Sin embargo, para Hasina ya era demasiado tarde.

El papel del ejército

Según el sitio web indio de noticias The Quint, el general Waker-uz-Zaman, jefe del ejército, recibió presiones de sus oficiales subordinados para que no ordenara disparar contra los manifestantes, lo que indica un creciente descontento y vacilación entre las tropas, que en algunas zonas incluso simpatizaban abiertamente con el movimiento. El domingo aparecieron en Internet vídeos en los que se veía a soldados protegiendo a estudiantes que protestaban de atacantes pertenecientes a la Liga Awami.

El lunes por la mañana, Waker-uz-Zaman dio instrucciones a los comandantes de división para que se abstuvieran de disparar, a pesar de que la Primera Ministra había dado instrucciones claras al ejército para que frustrara por todos los medios la marcha hacia su oficina. Una vez que quedó claro que las Fuerzas Armadas no acudirían en su rescate, el destino de Sheikh Hasina quedó sellado.

Poco después de la dimisión de Hasina, los altos mandos del ejército anunciaron que se formaría un nuevo gobierno provisional y que se entablarían conversaciones a tal efecto con los líderes estudiantiles y los principales partidos de la oposición. En televisión, Waker-uz-Zaman instó a la población a tener paciencia y mantener la confianza en el ejército. “También nos aseguraremos de que se haga justicia por todas las muertes y crímenes ocurridos durante las protestas”, afirmó. Esto es como si un zorro prometiera vigilar el gallinero. Waker-uz-Zaman no es otro que el tío político de Hasina. Sin su ayuda y la de los militares, Hasina no habría podido ejercer semejante tiranía.

Como los revolucionarios han aprendido por las malas una y otra vez, desde Túnez hasta Sudán y Sri Lanka, la huida o el derrocamiento de la cabeza de un régimen, si bien enciende el potencial revolucionario, no garantiza por sí solo su realización. La maquinaria podrida de los regímenes anteriores se aferra tenazmente a su poder, mientras que la clase dominante se apresura a formar un nuevo acuerdo de poder que les beneficie, intentando restaurar el statu quo contra el que las masas acaban de levantarse.

Entre los nombres que se barajaron en un principio para el nuevo gobierno provisional estaba el del general retirado Iqbal Karim Bhuiyan, quien, como jefe del ejército, conspiró con la Liga Awami para amañar las elecciones generales de 2014. Estas figuras reaccionarias y corruptas personifican el intento de la vieja clase dirigente de mantener el control.

En cuanto a los principales partidos de la oposición, tampoco ofrecen una alternativa genuina: su historial demuestra que mantienen el mismo sistema de clientelismo y estrecha colaboración con las grandes empresas internacionales que la Liga Awami. El derechista BNP no declaró su apoyo a la lucha estudiantil hasta el 18 de julio, con la esperanza de sacar provecho oportunista de un movimiento con el que no tenía ninguna implicación.

Dirigentes clave de los Estudiantes contra la Discriminación propusieron un gobierno interino dirigido por el premio Nobel Dr. Muhammad Yunus, el llamado “padre del microcrédito”. En el momento de publicar este artículo, se ha informado de que Yunus dirigirá efectivamente el gobierno interino. Esta decisión llega tras las negociaciones entre el presidente Mohammed Shahabuddin, los líderes de las protestas estudiantiles, los jefes del ejército, los empresarios y los miembros de la “sociedad civil”.

Se trata de un grave error por parte de los líderes estudiantiles, que deberían mantenerse al margen de cualquier acuerdo de este tipo con la clase dirigente. Los magnates de los negocios, los generales del ejército y un presidente que ha estado estrechamente alineado con la Liga Awami durante toda su carrera no deberían tener nada que decir sobre el curso del levantamiento. Involucrar a representantes del movimiento en este tipo de tramas antidemocráticas es una vieja táctica para dar una fachada de legitimidad a las maniobras de la contrarrevolución y aplacar la lucha en la calle. Además, aunque Yunus ha apoyado retóricamente al movimiento estudiantil, sigue siendo un banquero y campeón del “libre mercado”, cuyo modelo de microcréditos ha hecho más por mercantilizar la pobreza que por aliviarla. Su noción de “capitalismo desinteresado” es una contradicción en sí misma, ya que la maximización del beneficio y la explotación están arraigadas en el ADN del capitalismo.

Se opone a confiar en líderes militares y políticos que no desempeñaron ningún papel en el levantamiento.

Al hacer frente a una violencia espantosa y forzar la marcha de Sheikh Hasina, el movimiento revolucionario ha logrado una importante victoria, que millones de personas de Bangladesh y de la diáspora celebran con todo derecho. Sin duda, muchos gobernantes internacionales y grandes empresas con intereses creados en los tristemente célebres talleres clandestinos de Bangladesh están ansiosos por contener al genio revolucionario.

El gobierno de Modi es uno de ellos. Tras haber mantenido estrechos vínculos con el régimen de Hasina durante años, teme las consecuencias geopolíticas de un cambio de poder en Bangladesh si el país dejara de estar en manos de la Liga Awami. Y lo que es más importante, teme ser testigo de una segunda revuelta masiva que derroque a un gobernante autocrático justo a sus puertas en el plazo de dos años. El ejemplo dado por las masas revolucionarias de Bangladesh es una poderosa fuente de inspiración para los trabajadores, los jóvenes y los oprimidos de la región y de todo el mundo, y debe ser defendido y emulado.

Sin embargo, la victoria del lunes se forjó únicamente gracias a la propia fuerza del movimiento de masas, y esa lección vital, extraída de la sangre de cientos de mártires, debe ser recordada en el futuro, para evitar que esta victoria sea usurpada. El pueblo revolucionario no debe confiar ni implicarse en las maniobras entre bastidores para formar un gobierno con figuras que no desempeñaron ningún papel en esta heroica lucha. Estas maniobras pretenden arrebatar el control del levantamiento y, en última instancia, aplastarlo.

Por el contrario, el movimiento debe mantener y profundizar su impulso de base, construyendo sus propias estructuras democráticas para una verdadera representación revolucionaria, independiente de todas las facciones de la clase dominante capitalista. Establecer comités del levantamiento en todas las localidades, instituciones educativas, lugares de trabajo y barrios ayudaría a discutir democráticamente las demandas y coordinar las acciones, a defenderse de los ataques de las fuerzas estatales y paraestatales, y a desafiar sistemáticamente al corrupto aparato estatal y al opresivo dominio de los gerentes de las fábricas. También pondría los cimientos de un gobierno revolucionario formado por auténticos representantes elegidos democráticamente entre los estudiantes, los trabajadores y todas las fuerzas combatientes del levantamiento, y responsables ante ellos.

Estas fuerzas han demostrado una notable energía, heroísmo y capacidad de organización, cualidades que apuntan al futuro. El martes, con la policía en huelga, jóvenes y estudiantes tomaron las riendas, gestionando el tráfico y organizando la limpieza de las carreteras. Esta instantánea revela el potencial de una sociedad enraizada en la democracia revolucionaria y la auténtica solidaridad. Pero este potencial debe aprovecharse y organizarse eficazmente, o sucumbirá.

El movimiento debe movilizarse y avanzar audazmente con su propio conjunto de reivindicaciones, presentando un programa que pueda atraer a todos los sectores progresistas de la sociedad en una lucha por el cambio revolucionario. Debe luchar por una verdadera democracia a todos los niveles: el derecho a la huelga, a formar sindicatos y a protestar sin miedo al acoso, la liberación inmediata de todos los estudiantes, manifestantes y activistas políticos detenidos, el desarme y la detención de todos los responsables de la muerte de manifestantes; incluso podría hacer campaña para que los soldados eligieran a sus propios oficiales y, de este modo, desafiar el poder arbitrario de los jefes del ejército y facilitar la purga de las figuras más notorias de las fuerzas armadas y de seguridad.

Algunos informes sugieren que los hindúes han sido objetivo de elementos islamistas radicales en medio del malestar general. Aunque la extrema derecha hindú y los partidarios de Modi en la India exageran estos informes para desacreditar el levantamiento de Bangladesh y eclipsar los ejemplos de solidaridad interreligiosa (como los musulmanes que vigilan templos e iglesias en todo el país), el peligro del comunalismo religioso sigue siendo real. El movimiento debe mantenerse firme contra cualquier forma de opresión y persecución de las minorías y contra cualquier intento de fomentar la división comunal, y defender la total igualdad de derechos para todos los sectores de la sociedad. Como explicaba un estudiante citado por la CNN: “Hasta que nuestras minorías religiosas y étnicas no estén protegidas y la justicia llegue también a ellas, la nación no será libre”.

Por supuesto, la lucha por empleos decentes y un salario digno para todos, indexado a la inflación, debe ocupar un lugar prioritario en la agenda de los movimientos. Pero estas cuestiones no pueden separarse del panorama general: el hecho de que la riqueza de Bangladesh fluya predominantemente hacia una pequeña élite y entidades extranjeras, mientras cada vez más bangladesíes se ven abocados a la pobreza extrema, el hambre, la compresión salarial y el desempleo… Sheikh Hasina y su propia familia poseen una riqueza considerable, con importantes inversiones y activos en tierras agrícolas, bienes inmuebles, piscicultura y otros. La empresa de investigación Wealth-X, con sede en Nueva York, identificó a Bangladesh entre los cinco países de más rápido crecimiento para los “individuos con grandes patrimonios”. Según el Informe Anual sobre Desigualdad 2023 de Oxfam, el 10% más rico de la población controla actualmente el 41% de los ingresos totales del país, mientras que el 10% más pobre sólo obtiene el 1,41% de la cuota.

Cualquier gobierno “interino” también estará llamado a proseguir con las medidas de austeridad y privatización que el gobierno dirigido por Hasina ha acordado en 2023 como condiciones para un rescate de 4.700 millones de dólares del FMI, lo que no hará sino empeorar el desempleo crónico, los salarios de miseria, las desigualdades y las terribles condiciones de trabajo que atenazan la vida de millones de personas.

El levantamiento debe abogar por medidas radicales para hacer frente al saqueo sistémico y parasitario de la economía, en el corazón de los orígenes del movimiento. Esto implica rechazar los dictados antipobres del FMI y poner las entidades económicas estratégicas del país -como los bancos, el sector energético y la industria de la confección- en manos de la propiedad pública democrática y el control de los trabajadores, con el objetivo de planificar la producción y reorganizar la sociedad en función de las necesidades humanas y no del beneficio privado. Con la riqueza de la sociedad así gestionada colectivamente, podría acometerse una reducción general de la semana laboral e importantes inversiones públicas en proyectos sostenibles y socialmente útiles. Estas medidas podrían crear millones de empleos y mejorar enormemente la calidad de vida de todos. Una transformación socialista revolucionaria es la única forma de acabar con el interminable sufrimiento que el capitalismo reserva a los estudiantes, jóvenes, trabajadores, campesinos y pobres de Bangladesh.