10/08/2014, Robert
Bechert, CIT (Comité por una Internacional de los Trabajadores).
Original en inglés publicado en
www.socialistworld.net
el 19/07/2014.

Antes
de 1914, la Segunda Internacional, que agrupaba a organizaciones
socialistas y de los trabajadores a través de Europa, decidió
actuar para evitar la guerra. Sin embargo, una vez que la guerra fue
declarada, casi todos estos partidos respaldaron a los capitalistas
de su país. Esta fue una traición del movimiento de los
trabajadores de verdaderas proporciones históricas y con
consecuencias trascendentales.


La
Primera Guerra Mundial fue al mismo tiempo pronosticada y una
sorpresa. Pronosticada porque las crecientes carreras armamentísticas
entre los mayores, y algunos de los menores, poderes imperialistas
significaron que durante muchos años antes de 1914 se viera como
inevitable que estallara un conflicto tarde o temprano. Una sorpresa
porque inicialmente los asesinatos de Sarajevo no parecieron a muchos
una amenaza de guerra en Europea, algo que cambió en solamente unas
semanas. Pero la mayor conmoción para los socialistas fue que la
mayoría de las direcciones de las organizaciones socialistas y de
trabajadores apoyaron a su «propia» clases dominantes en
este cruento conflicto.

En
los años anteriores a 1914 el incremento de la amenaza de guerra era
un asunto constantemente discutido dentro de las entonces crecientes
organizaciones de masas de los trabajadores y socialistas. Las
campañas contra el militarismo, el presupuesto gastado en armas y la
amenaza de la guerra eran eventos regulares en la actividad
socialista anterior a 1914, que algunas veces tuvo como consecuencia
detenciones y penas de prisión. El capitalismo y la guerra se veían
como dos cosas inevitablemente ligadas. Había discusiones muy
amplias sobre qué se podía hacer para detener la guerra tanto en
partidos de ámbito nacional como dentro de la Internacional,
posteriormente conocida como la Segunda Internacional, la
organización que vinculaba a organizaciones socialistas y de los
trabajadores de muchos países.

Mientras
las nubes de la guerra se juntaban en 1914 hubo muchas declaraciones
de oposición a la guerra tanto desde la Internacional como desde
partidos nacionales. Un par de semanas antes de la Primera Guerra
Mundial comenzó un congreso del entonces partido socialista en
Francia, el SFIO, que reclamó una huelga general si la guerra
estallaba. Hubo manifestaciones contra la guerra en muchos países en
los días previos a que el conflicto empezara, incluyendo Alemania,
Francia y Gran Bretaña.

Inicialmente
muchos pensaron que los asesinatos en Sarajevo no conducirían a la
guerra porque ya antes se habían dado casos de «incidentes»
internacionales que habían amenazado con culminar con una guerra,
como las crisis de 1905 y 1911 contra Francia y Alemania por sus
disputas para dominar Marruecos.

El
miedo a la guerra se convirtió en pavor por las grandes bajas y
daños con la moderna tecnología militar podía provocar. Fue
Frederick Engels, el colaborador más cercano de Marx, quien en
diciembre de 1887 predijo con sorprendente precisión el impacto
humano, económico y político de una futura guerra que,
particularmente, describió como una «guerra mundial»:

«Y,
finalmente, la única guerra que le queda por hacer a Prusia-Alemania
será una guerra mundial. Una guerra mundial, además, de una
extensión y violencia hasta entonces inimaginables. Se enfrentarán
de 8 a 10 millones de soldados y en el proceso dejarán más en los
huesos a Europa que una plaga de langostas. Los estragos de la Guerra
de los 30 Años condensados en 3 ó 4 años y extendidos sobre todo
el continente: hambre, enfermedad, la degeneración universal hasta
el barbarismo tanto de los ejércitos como de los pueblos, siguiendo
los pasos de la miseria profunda y la irremediable dislocación de
nuestro sistema artificial de comercio, industria y crédito,
culminando en una bancarrota universal. El colapso de los antiguos
estados y su sabuduría política convencional hasta el punto de que
las coronas rueden hacia las cloacas en docenas sin nadie alrededor
para recogerlas. La absoluta imposibilidad de predecir como terminará
todo y quién emergerá victorioso de la batalla. Solamente una
consecuencia es segura: agotamiento universal y la creación de las
condiciones necesarias para la victoria final de la clase
trabajadora.


Esta
es la perspectiva para este momento en el que la carrera
armamentística llega a su clímax y finalmente da sus inevitables
frutos. Este es la situación crítica, mis nobles príncipes y
hombres de estado, a la que vuestra sabiduría ha conducido a nuestra
vieja Europa. Y cuando no os quede otra alternativa que comenzar el
último baile de la guerra no nos importará lo más mínimo. La
guerra nos podría, durante cierto tiempo, empujar a la irrelevancia,
podría arrebatarnos muchas de las conquistas de nuestras manos. Pero
una vez que hayáis liberado las fuerzas que seréis incapaces de
refrenar, las cosas podrán tomar su curso: para el final de la
tragedia vosotros estaréis arruinados y la victoria del proletariado
habrá sido alcanzada o será inevitable.»
(De
la edición en inglés de
Marx-Engels
Collected Works
,
Volumen 26, página 451).

Fueron
estas experiencias y temores las que sentaron las bases para que el
movimiento de los trabajadores se opusiera tanto al capitalismo como
a la guerra. Mientras muchos socialistas y trabajadores llegaban a la
conclusión de que el capitalismo significa guerra, había debates
continuos, y algunas veces acalorados, sobre qué se debía hacer
para evitar la catástrofe.

Oposición
internacional a la guerra

La
situación empeoró en 1912, cuando la primera guerra de los Balcanes
se consideró que amenazaba con convertirse en una guerra europea. En
Octubre comenzaron a darse grandes manifestaciones en toda Europa,
siendo la mayor la de Berlín con 250.000 personas, y que llevó a un
día de protestas en toda Europa convocado por la Segunda
Internacional el 17 de Noviembre. La Internacional, que había sido
fundada en 1889, unía a organizaciones de trabajadores,
especialmente, pero no únicamente, de Europa. Durante años había
tenido un papel vital en el desarrollo de organizaciones de masas y
como foro de discusión de las ideas socialistas y tácticas del
movimiento de los trabajadores. En una era de imperialismo y de
amenaza de guerra, la Internacional era un símbolo de
internacionalismo y de unidad de la clase obrera. Por lo tanto, su
convocatoria en noviembre de 1912 tuvo como resultado protestas
simultáneas en 11 países europeos, y con la mayor manifestación en
París, con 100.000 personas. Una semana más tarde se celebró en
Basilea, Suiza, un congreso de emergencia de la Internacional. En el
congresos participaron más de 500 delegados y fue recibida por una
manifestación internacional contra la guerra de 30.000 personas.

Políticamente,
este congreso continuó y desarrolló los debates anti-guerras y las
decisiones de los anteriores congresos ordinarios de la Internacional
que tuvieron lugar en Stuttgart en 1907 y Copenague en 1910.

Uno
de las cuestiones discutidas fue si convocar una huelga general para
impedir el estallido de la guerra. Esta convocatoria estaba apoyada,
entre otros, por el francés SFIO, que en 1912 en un congreso
extraordinadio el 21 de noviembre, incluyó «una guerra general
e insurrección» entre las acciones que se deberían tomar si
había una amenaza de que la guerra estallara.

La
declaración del Congreso Internacional de Basilea resumía muchos de
los debates de los años anteriores y, a pesar de algunas
debilidades, expresaba claramente la oposición a una guerra entre
los poderes capitalistas:

«Si
existe una amenaza de guerra, el deber de las clases trabajadores y
de sus representantes parlamentarios en los países involucrados,
apoyados por la actividad coordinada del Buró Socialista
Internacional, es el de realizar todos los esfuerzos posibles para
evitar el estallido de la guerra de la forma que consideren más
efectiva, que naturalmente varía de acuerdo con la forma de la lucha
de clases y de la situación política general.


En
caso de que la guerra estalle de todas formas, es su deber el
intervenir a favor de un rápido término y con todos sus poderes
utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para
levantar al pueblo y de esta forma acelerar la caída del poder de la
clase capitalista.

La
derrota del antagonismo entre Alemania por una parte, y Francia e
Inglaterra por la otra, eliminaría el mayor peligro para la paz en
el mundo, sacudiría el poder del zarismo que explota este
antagonismo, haría imposible un ataque del Imperio austrohúngaro
contra Serbia, y aseguraría la paz en el mundo. Todo los esfuerzos
de la Internacional, por lo tanto, deben encaminarse a este fin…

La
Internacional hace un llamamiento a los trabajadores de todos los
países a responder con el poder de la solidaridad internacional del
proletariado al imperialismo capitalista. Advierte a las clases
dirigentes de todos los estados de que no incrementen mediante
acciones beligerantes la pobreza que las masas sufren como
consecuencia del método capitalista de producción. Demanda
enfáticamente la paz. Los gobiernos deben recordar que con las
condiciones actuales de Europa y el estado de ánimo de la clase
trabajadora, no pueden provocar una guerra sin riesgo para ellos
mismos. Deben recordar que a la guerra francoalemana le siguió el
levantamiento revolucionario de la Comuna, que la guerra rusojaponesa
puso en marcha las energías revolucionarias de los pueblos del
Imperio ruso, y que la competición militar y en armamento naval dio
a los conflictos de clase en Inglaterra y el continente una
intensidad jamás vista, y desencadenó una enorme oleada de huelgas.
Sería demente que los gobiernos no se den cuenta de que la misma
idea de la monstruosidad de una guerra mundial inevitablemente
causaría la indignación y la revuelta de la clase trabajadora. Los
proletarios consideran un crimen dispararse mutuamente por el
beneficio de los capitalistas, las ambiciones de las dinastías, o la
gloria de tratados diplomáticos secretos.

El
proletariado es consciente de que en este momento lleva el peso del
futuro de toda la humanidad. El proletariado luchará con todas sus
fuerzas para evitar la aniquilación de los jóvenes de todos los
pueblos, amenazados por los horrores de matanzas masivas, hambrunas y
pestes.

Por
lo tanto, el Congreso llama a todos vosotros, proletarios y
socialistas de todos los países, a hacer oír vuestras voces en esta
hora decisiva. ¡Proclamad vuestra voluntad en todas las formas y
sitios; protestad en todos los parlamentos con toda vuestra fuerza;
uníos en grandes manifestaciones; utilizad todos los medios de la
organización y del proletariado puestos a vuestra disposición!
Aseguraos de que los gobiernos son conscientes en cada momento de la
vigilancia y del apasionado deseo de paz del proletariado. Oponeos al
mundo capitalista de explotación y asesinatos masivos con el mundo
proletario de paz y fraternidad.»

Capitulación
traumática

Dada
la creciente fuerza de los partidos de la Internacional,
especialmente del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) que en
el mismo año ganó un tercio de los votos en Alemania, estaba muy
extendida la expectativa de que estos partidos, incluso si no eran
capaces de detener el estallido de la guerra, se opondrían a ella y
utilizarían la crisis subsiguiente para derrocar el capitalismo.

De
ahí la gran conmoción de muchos activistas cuando en agosto de 1914
prácticamente todos los líderes de los partidos de la Internacional
apoyaron a sus «propias» clases dirigentes. Al igual que en
1912, en julio de 1914 hubo enormes manifestaciones contra la guerra,
aunque frecuentemente con demandas bastante vagas. Entre el 25 y el
30 de julio al menos 750.000 personas acudieron a las manifestaciones
contra la guerra convocadas por el SPD en toda Alemania. En Francia,
aunque las manifestaciones estaban prohibidas en París, alrededor de
90.000 personas se manifestaron fuera de Parías entre el 25 de julio
y el 1 de agosto. De igual manera en Gran Bretaña, la «sección
británica» de la Internacional, es decir, el Partido Laborista,
El Partido Laborista Independiente y el Partido Socialista Británico,
organizaron una serie de protestas durante el primer y segundo fin de
semana de agosto bajo el eslogan «Guerra a la Guerra», y la
mayor de ella convocó a 20.000 personas en el centro de Londres.

Pero
mientras continuaba la cuenta atrás hacia la guerra se incrementó
la presión de la clase dirigente hacia los líderes de las
organizaciones de los trabajadores para que apoyaran a sus «propios»
gobiernos. Al mismo tiempo la propaganda de la clase dirigente
manipuló los miedos y los prejuicios históricos para suscitar el
apoyo a la guerra. El líder socialista austriaco Victor Adler
explicó en una reunión de la Internacional justo antes de la guerra
que «ahora vemos los resultados de años de agitación y
demagogia de clase (de la clase dirigente)… En nuestro país, la
hostilidad a Serbia es casi una segunda piel».


Mientras
la posibilidad de una guerra crecía, cada clase dirigente se
esforzaba en movilizar el apoyo público a la guerra y la presión
sobre los líderes de los trabajadores se incrementaban para que la
aceptaran. Pero esto no es excusa para las acciones de estos líderes
que apoyaron a la clase capitalista de sus países. De hecho se
dieron justificaciones y excusas en cada país para presentar la
guerra como una de «defensa nacional» y éstas eran
repetidas por los «socialistas» a favor de la guerra. En
Alemania era la amenaza de la Rusia zarista, mientras en en Gran
Bretaña y Francia era la amenaza del militarismo pruso-alemán y la
defensa de la «pobre Bélgica».

Pero
todas estas excusas eran completamente hipócritas. Ninguno de estos
estados europeos eran democráticos, ni siquiera formalmente, y
negaban el derecho a voto a todas las mujeres y a muchos hombres.
Todos eran poderes coloniales involucrados en guerras brutales para
crear y mantener sus imperios. Gran Bretaña, Francia y Alemania
estaban guerreando por el reparto de China. Entre 1904 y 1907 el
ejército alemán ejecutó las matanzas masivas que más tarde se
conocieron como el genocidio herero y manaqua en lo que ahora es
Namibia. Solamente días después de que estallara la guerra en 1914
el ejército británico estaba disparando a manifestantes desarmados
en Abeokuta, en la recién creada Nigeria, como parte de un intento
de reprimir las protestas contra los nuevos impuestos coloniales y
obligar a realizar trabajos no renumerados. La clase dirigente que
gobernaba «la pobre Bélgica» no era tan pobre y su rey,
Leopoldo II, había escrito a un ministro «Il faut à la
Belgique une colonie»
(Bélgica necesita una colonia) antes
de establecer un dominio personalista y particularmente brutal sobre
el Congo.

Incluso
algunos de los que se oponían a la guerra, como el líder francés
Jean Jaurès, que fue asesinado por un nacionalista cuando la guerra
estaba empezando, tenía esperanzas de que los propios capitalistas
detuvieran la guerra. En un mitin contra la guerra de la
Internacional en Bruselas dos días antes de que fuera asesinado,
Jaurès argumentaba que «no tenemos que forzar una política
de paz sobre nuestro gobierno (francés). Está llevando a cabo unas
políticas que demuestran que el gobierno francés quiere la paz y
trabaja para mantenerla. Es el mejor aliado de los esfuerzos de paz
del espléndido gobierno británico, que tomó la iniciativa de la
conciliación».
Como Jaurès, que generalmente estaba a la
derecha del movimiento de los trabajadores, hubiera reaccionado al
hecho de que cinco días más tarde Alemania declarara formalmente la
guerra a Francia es una pregunta abierta.

La
capitulación de los líderes socialistas anteriormente «anti-guerra»
fue muy extensa bajo la presión dual de la ola patriótica que
acompañó al estallido de la guerra y la intensa presión de las
clases dirigentes por la «unidad» en el «frente
interior». En Gran Bretaña, Arthur Henderson, que propuso la
resolución «Guerra a la Guerra» el 2 de agosto en el mitin
de Londres, rápidamente se convirtió en un apoyo a la guerra y en
1915 se unió a la coalición de guerra, siendo la primera vez que un
miembro del Partido Laborista llegó a ser ministro en Gran Bretaña.
Al
mismo tiempo estas dos presiones reforzaron la posición de los
elementos pro-capitalistas ya presentes dentro de las organizaciones
de trabajadores que no tenían el deseo, o veían imposible, la
transformación socialista de la sociedad.

En
la mayoría de los países combatientes los partidos de la
Internacional inmediatamente decidieron apoyar a su «propio»
bando, con las únicas excepciones de Rusia, Bulgaria y Serbia. Pero
mientras el estallido de la guerra no fue inesperado, ésta casi
completa caída de la oposición a la guerra fue una sacudida para
los socialistas que continuaban sosteniendo las posiciones
previamente decididas en contra de la guerra. Lo que reveló la
Primera Guerra Mundial fueron las diferencias entre las palabras y
las acciones, concretamente que mientras muchos líderes todavía
mantenían públicamente una posición revolucionaria, es decir, de
rechazo del capitalismo, la realidad era que estaban de manera
efectiva incorporados al sistema capitalista y se estaban
convertiendo en unos traidores al socialismo. Muchos de los líderes
de los trabajadores se convirtieron en nacionalistas, y de ahí la
editorial a favor de la guerra del principal diario socialista en
Austria, el vienés Arbeiter-Zeitung, titulada “Der Tag der
deutschen Nation”
(El Día de la Nación Alemana).

En
muchas facetas esta retirada fue simbolizada en su mayor parte en
Alemania, donde el SPD, el partido más fuerte de la Internacional,
había efectivamente caído en las manos de sus líderes que en
realidad no tenían intención de conducirlos a una lucha contra el
capitalismo. El antiguo lema del SPD “Diesem System keinen Mann
und keinen Groschen!”
(Para este sistema ni un hombre y ni un
céntimo), con el que uno de sus fundadores, Wilhelm Liebknecht,
recibió la creación del Imperio Alemán, fue reemplazado por
Burgfrieden” (paz civil). Pero mientras los líderes del
SPD estaban en «paz» con el Kaiser y los capitalistas,
éstos estaban imponiendo un régimen policial dentro de su propio
partido para sofocar las críticas y, cuando esto no funcionó,
empezaron a expulsar a los que se oponían a la guerra. Cuando la
revolución estalló en Alemania en 1918 algunos de estos traidores
trabajaron con los militares y bandas de tipo fascistas para reprimir
sangrientamente la revolución, incluyendo ejecuciones sumarias de
los líderes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en
enero de 1919 por orden de los líderes del SPD. La cooperación con
las clases dirigentes en el gobierno no se limitó a los líderes del
SPD; lo mismo ocurrió en Gran Bretaña, Francia y Bélgica y en
1917, en el primer periodo de la Revolución Rusa antes de que los
bolcheviques llegaran al poder.

El
crecimiento del reformismo

El
impacto de lo que ocurrió en Alemania fue mayor por la fuerza
científica y económica del país y porque antes de la guerra el SPD
era visto internacionalmente como modelo del movimiento de los
trabajadores. El SPD lideraba políticamente la Internacional, que
entonces estaba formada fundamentalmente por partidos marxistas.

Internacionalmente
el SPD había sentado las bases de la construcción de organizaciones
de masas de la clase trabajadora que, al menos formalmente, tenían
como objetivo el derrocamiento del capitalismo. Rechazando los
«esfuerzos revisionistas» que pretendían
comprometer formalmente al partido solamente a reformar el
capitalismo. Por ejemplo, el congreso del SPD de 1901 condenó los
intentos de «suplantar la política de conquista del poder
mediante el triunfo sobre nuestros enemigos con una política de
reconciliación con el orden existente»
. Organizativamente
el SPD disfrutó de un crecimiento masivo. Después de emerger en
1890 de 12 años de ilegalidad, el voto del SPD creció en las
siguientes elecciones generales, alcanzando los 4.25 millones (34,7%)
en 1912. En 1913 sus miembros alcanzaron la cifra de 1.085.900,
cuando la población total alemana era de aproximadamente 68
millones.

Sin
embargo la herencia revolucionaria del SPD fue minada por una
combinación de ilusiones propagadas por un periodo de crecimiento
económico y, paradójicamente, por el propio crecimiento año tras
año del SPD. La mayoría de las capas dirigentes dentro del SPD y
los sindicatos empezó a asumir que el movimiento continuaría
progresando casi automáticamente hasta que ganaran una mayoría y
que luego, paso a paso, las reformas mejorarían gradualmente las
vidas de los trabajadores. Con el tiempo esto llevo a un abandono «de
facto» de la expectativa de que las crisis atenazarían el
sistema capitalista y de la perspectiva revolucionaria, ya que un
número creciente de líderes pensaban que el capitalismo seguiría
desarrollándose generalmente de forma ininterrumpida.

Este
desarrollo de adaptación al capitalismo fue fortalecida por el hecho
de que las organizaciones de trabajadores cuando crecen, de manera
natural, tienen que hacer actividades más allá de la propaganda.
Cada vez más tienen que involucrarse en luchas del día a día,
abiertas a las reformas o a asuntos diarios de los centros de trabajo
o en reformas que podrían mejorar inmediatamente las vidas de los
trabajadores. Como el SPD no tenía un puente entre su programa
máximo de revolución y un programa mínimo de reformas inmediatas,
esto significó que las luchas diarias frecuentemente eran vistas
como algo separado del objetivo más amplio de construir la
conciencia del movimiento con el objetivo de acabar con el
capitalismo.

Al
mismo tiempo el crecimiento de las organizaciones de trabajadores
produjo el peligro de que este crecimiento fuera visto como un fin en
sí mismo. Estas organizaciones en expansión también corrieron el
riesgo de convertirse en vehículos para construir carreras
personales de una minoría privilegiada, algo que solamente podía
ser evitado por unas bases políticamente activas. En muchos casos
había una política consciente de la clase dirigente de desarrollar
una capa de líderes pro-capitalistas dentro de las organizaciones de
los trabajadores, a los que el pionero socialista estadounidense
Daniel De Leon llamó «los lugartenientes obreros del capital».
Por ejemplo, el voto a favor de la guerra de agosto de 1914 del SPD
fue preparado parcialmente por las conversaciones privadas entre el
canciller alemán y el parlamentario del ala derecha del SPD Südekum,
que después transmitió a los líderes del SPD.

En
1914 este era un nuevo fenómeno, y de allí la gran conmoción.
Había habido ejemplos anteriores de líderes socialistas que
individualmente se movieron al bando del capitalismo. El más famoso
se dio cuando Millerand se unió al gobierno francés en 1899, un
paso que dio lugar a un debate internacional que culminó con la
Internacional denunciado su postura en agosto de 1904. Mientras que
Jaurès tuvo éxito en 1903 en evitar que el congreso del Partido
Socialista Francés expulsara a Millerand, más tarde éste fue
expulsado por la federación regional de Seine, en enero de 1904.
Pero el «corrimiento» de partidos enteros no se había
visto antes de 1914. Por desgracia hoy los socialistas han
experimentado muchas más veces que individuos o fuerzas
anteriormente socialistas se adapten y se integren en el sistema
capitalista pero también han aprendido cómo combatir el crecimiento
de las tendencias pro-capitalistas y arribistas.

Sin
embargo, en 1914, las noticias de que los parlamentarios del SPD
habían votado a favor de la guerra fueron muy chocantes para muchos
activistas. Como es bien conocido, Lenin, entonces en el exilio,
inicialmente pensó que el número del principal diario del SPD,
Vorwärts, que anunciaba que el partido apoyaba la guerra era una
falsificación del ejército alemán. El apoyo del SPD a la guerra
del Imperio Alemán sacó a la luz el hecho de que la mayoría de sus
líderes habían claramente adoptado posiciones pro-capitalista y, en
el futuro, se opondrían a la revolución socialista. Este fue el
significado esencial del punto de inflexión del 4 de agosto de 1914,
cuando el SPD votó en el parlamento por el apoyo a «su bando»
en una guerra inter-imperialista en la que se involucraban, en el
mejor de los casos, semi-democracias.

La
decisión del liderazgo del SPD de apoyar la guerra, contraria a la
oposición de sus fundadores en la ocupación de Francia liderada por
Prusia, y su oposición a la colaboración con el gobierno, fue un
fuerte golpe que públicamente marcó el final de la proclamación
del partido como revolucionario. Este fue un paso decisivo hacia la
integración de los líderes del SPD dentro del sistema capitalista y
preparó el camino para el papel abiertamente contrarrevolucionario
que jugó durante y después de la revolución alemana de 1918-9.

Preparación
de la revolución

A
pesar de esta conmoción sobre muchos, esto no fue enteramente un
relámpago inesperado, aunque muy pocos esperaban que el SPD
realmente diera un apoyo total a la guerra. Antes de 1914, en una
fuerte lucha política dentro del SPD, Rosa Luxemburgo se había
convertido en la principal oposición a una creciente tendencia
reformista, no revolucionaria, y «de facto» pro-capitalista
dentro del partido. Para 1914 el SPD estaba dividido en 3 tendencias:
el ala abiertamente reformista; el llamado centro (liderado por
Kautsky); y los radicales (es decir, la izquierda marxista) liderada
por Luxemburgo, Liebknecht y otros. Pero, al contrario que los
bolcheviques en su lucha entre 1903 y 1912 en la Decocracia Social
Rusa, Luxemburgo no intentó unir al ala marxista y convertirla en
una oposición coherente que sistemáticamente luchara tanto por sus
ideas como por construir más apoyos. Trágicamente esto contribuyó
a su debilidad al principio de la guerra y después al principio de
la revolución alemana en 1918.

Mientras
la guerra se aproximaba la ola patriótica en la mayoría de los
países asustó a muchos líderes y esto se convirtió en otra razón
para no oponerse a la guerra. Por lo tanto el líder austriaco Victor
Alder dijo en la última reunión del Buró Internacional antes de
que la guerra empezara que «corremos el peligro de destruir
30 años de trabajo sin ningún resultado político».


Claramente
ningún líder de los trabajadores quiere destruir o debilitar el
movimiento por temeridad política, pero a veces es necesario decir
la verdad, aunque hábilmente, para prepararse para el futuro. El
desafío era como prapararse para los inevitables efectos
revolucionarios de la guerra que, como había predicho Engels,
solamente tendría una consecuencia «absolutamente segura»:
«agotamiento universal y la creación de las condiciones para
la victoria final de la clase trabajadora.»


Esto
es exactamente lo que pasó cuando el entusiasmo patriótico inicial
de la Primera Guerra Mundial fue barrido por los horrores de la
guerra y el cinismo de las clases dirigentes y reemplazado por
la revuelta y una ola revolucionaria a nivel mundial.

La
cuestión de cómo prepararse para estos inevitables efectos
revolucionarios dominó la actividad política de los socialistas en
el primer periodo de la guerra. Cómo la Internacional había
desaparecido como fuerza, por qué la resolución de Basilea había
sido ignorada, por qué sus partidos constituyentes estaban en
diferentes bandos en las trincheras y qué conclusiones políticas y
organizativas debían extraerse de esto eran los temas que se
debatían entre los activistas mientras intentaban reconstruir el
movimiento socialista.

En
su artículo de 1915 «La Caída de la Segunda Internacional»,
Vladimir Lenin, mientras criticaba los argumentos de estos líderes
que apoyaban la guerra también enfatizaba que el abandono de las
ideas del Manifiesto de Basilea, no solamente sobre la oposición a
la guerra sino también sobre la preparación para los eventos
revolucionarios que la guerra traería, significaba un cambio
cualitativo fundamental en los antiguos partidos.

«Consideremos
la sustancia del argumento de que los autores del Manifiesto de
Basilea sinceramente esperaban la llegada de una revolución, pero
que fueron refutados por los hechos. El Manifiesto de Basilea dice:
(1) que la guerra creará una crisis política y económica; (2) que
los trabajadores considerarán la participación en la guerra como un
crimen, y como criminal a los que «se disparen mutuamente por el
beneficio de los capitalistas, por las ambiciones dinásticas y los
tratados diplomáticos secretos», y que la guerra provoca
«indignación y sublevación» en los trabajadores; (3) que
es el deber de los socialistas aprovechar esta crisis y la rabia de
los trabajadores para «despertar al pueblo y acelerar la caída
del capitalismo»; (4) que todos los «gobiernos» sin
excepción podían comenzar la guerra solamente «bajo su propia
responsabilidad»; (5) que los gobiernos «temían una
revolución del proletariado»; (6) que los gobiernos «debían
recordar» la Comuna de París (es decir, la guerra civil), la
Revolución Rusa de 1905, etc. Todas estas ideas eran perfectamente
clara; no son la garantía de que una revolución tendrá lugar, pero
enfantizan una caracterización precisa de hechos y tendencias…


¿Durará
mucho esta situación? ¿Hasta dónde puede seguir agudizándose?
¿Terminará en una revolución? Esto es algo que no sabemos, que
nadie puede saber. La respuesta solamente puede venir de la
experiencia ganada durante este desarrollo del sentimiento
revolucionario y la transición a la acción revolucionaria de la
clase avanzada, el proletariado. No puede haber discusión en esta
conexión sobre «ilusiones» o su rechazo, ya que ningún
socialistas ha garantizado jamás que esta guerra (y no la
siguiente), que la situación revolucionaria de hoy (y no la de
mañana) producirá una revolución. Lo que estamos discutiendo es el
deber indiscutible y fundamental de todos los socialistas: la de
revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria,
explicar su alcance y profundidad, despertar la conciencia
revolucionaria del proletariado y su determinación revolucionaria,
ayudándoles a pasar a la acción revolucionaria, a formar, para ese
propósito, organizaciones adecuadas para la situación
revolucionaria.

Ningún
socialista influyente o responsable se ha atrevido jamás a dudar de
que ésta es el deber de los partidos socialistas. Sin extender o
amparar «ilusiones», el Manifiesto de Basilea hablaba
específicamente de este deber de los socialistas: el de levantar al
pueblo… aprovechar la crisis para acelerar la caída del
capitalismo, y guiarse por los ejemplos de la Comuna y los eventos de
Octubre – Diciembre 1905. El actual fracaso de los partidos de
actuar bajo este deber significó su traición, su muerte política,
la renuncia de su papel y su deserción al bando de la burguesía».

Fueron
Lenin, Trotsky y los bolcheviques quienes en Rusia en 1917 se guiaron
por estos ejemplos del pasado para ganar el apoyo de las masas,
llevar a cabo la revolución de Octubre y convertirse en un ejemplo
que inspiró a millones de personas alrededor del mundo.

La
Primera Guerra Mundial marcó el final de la Segunda Internacional
como fuerza socialista y la convirtió en un freno pro-capitalista
del movimiento de los trabajadores, ayudando a dar forma a la
historia posterior. Pero de esta derrota surgió un nuevo movimiento
que construyó una nueva Internacional, la Internacional Comunista,
esforzándose por aprender las lecciones del pasado y de la
Revolución Rusa de 1917. Éste fue el movimiento revolucionario a
nivel global más grande visto hasta entonces, construido con una
combinación de antiguos activistas opositores a la guerra y a la
colaboración con las clases dirigentes y aquellos, especialmente
jóvenes, radicalizados por las experiencias de la guerra y la
revolución. Desgraciadamente esta nueva Internacional fue debilitada
por el crecimiento del estalinismo en la entonces Unión Soviética
que finalmente la llevó a su derrumbe.

Hoy
las características básicas del capitalismo son las mismas que
antes de la Primera Guerra Mundial. Es todavía un sistema que
significa inestabilidad y, en muchos casos, guerras. Incluso si hoy
las principales potencias prefieren evitar la confrontación directa
entre ellos, esto no ha significado un mundo en paz, ya que millones
de personas han muerto en conflictos desde el final de la Segunda
Guerra Mundial en 1945.

En
este sentido la lucha por el final de la guerra, en todas sus
diferentes formas, todavía continúa siendo una tarea del movimiento
de los trabajadores. El carácter de la lucha puede ser diferente,
por ejemplo mediante la lucha para construir un respuesta unida de
trabajadores y pobres a los conflictos sectarios y la lucha contra la
represión. Como vimos con la invasión de 2003 de Iraq, incluso
cuando los capitalistas son capaces de empezar guerras, solamente el
movimiento de los trabajadores puede hacerles rendir cuentas, tanto
individual como colectivamente.

El
mundo de hoy está más conectado que nunca antes. Actualmente la
idea de una Internacional que una a los trabajadores de todo el mundo
en un movimiento para transformar el mundo tiene más potenciala que
nunca. El CIT, Comité Internacional de los Trabajadores, está
luchando para construir sobre este potencial, aprendiendo de las
lecciones del paso para ayudar a cumplir el objetivo de los pioneros
del movimiento de los trabajadores de transformar el mundo y librarlo
del caos del capitalismo y de la amenaza de violencia y guerra.

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