«No estamos en silencio. No tenemos miedo. No somos obedientes», Estambul, Turquía. Cantos de protesta contra la violencia de género en el 8 de marzo de 2019, desafiando la prohibición estatal de la manifestación y el uso de gases lacrimógenos por parte de la policía.

«Mi vida no es tu porno», Seúl, Corea del Sur. Lema principal de 70.000 personas en una combativa manifestación contra las ‘cámaras espías’ en los baños públicos, octubre de 2018.

«La violencia sexista y la política de estado nos está matando», pancarta en Buenos Aires, Argentina. Manifestación contra el femicidio y por el derecho al aborto, junio de 2019.


«Mi cuerpo no es tu escena del crimen», pancartas en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Protesta contra la violencia de género después de un aumento en los feminicidios, septiembre de 2019.

Al acercarnos al 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, celebramos y nos solidarizamos con las innumerables luchas y movimientos sociales que han estallado en todo el mundo en contra de la violencia de género en todas sus formas. 

El fenómeno #MeToo destapó la prevalencia de la violencia de género y familiar, el acoso y el abuso. La relevancia de #MeToo ha sido demoledora, derribando a poderosos hombres de negocios y políticos; y animado a expresarse a víctimas en todos los ámbitos, desde atletas en el mundo del deporte, a estudiantes universitarias, a trabajadoras en lugares de trabajo tan diversos como la agricultura, la restauración, la industria, el entretenimiento y la tecnología… #MeToo ha centrado la atención en la naturaleza sistémica de la violencia de género y en la realidad de que, como mínimo, todas o casi todas las mujeres y las personas que no se ajustan a las normas de género experimentan alguna forma de acoso sexual y, en ese sentido, como mínimo experimentan miedo a la amenaza de la violencia, en algún momento de sus vidas. La valentía de los supervivientes individuales que han publicado sus historias personales ha llevado la cuestión a la esfera pública en una escala sin precedentes, con algún impacto en todos los países del mundo y dando un gran impulso a la construcción de la lucha colectiva contra la violencia de género. 

La violencia de género, muy extendida en el sistema capitalista

Además, ya sea Harvey Weinstein, Jeffrey Epstein o Donald Trump, #MeToo ha dejado claro para millones de personas como los ricos y poderosos se creen con el derecho a abusar y acosar impunemente. Estos individuos son la personificación de la necesidad de luchar contra el propio sistema capitalista, ya que nos levantamos contra la violencia de género en todas sus formas, y dondequiera que ocurra, incluyendo la forma más común de abuso que proviene de una pareja o ex-pareja. 

Las estadísticas por sí solas son una acusación contra el sistema. Una de cada tres mujeres en todo el mundo ha sufrido violencia física y/o violencia sexual por parte de su pareja o violencia sexual por parte de personas que no son su pareja durante su vida. En un estudio reciente que entrevistó a más de 13.300 mujeres entre las edades de 18 y 45 años en los Estados Unidos, aproximadamente una de cada 16 mujeres reportó que su primer encuentro sexual fue violación (JAMA Internal Medicine). 

Las mismas ideas machistas que alimentan la violencia contra las mujeres y los niños, alimentan la violencia contra la comunidad LGTBI+, sobre todo contra la comunidad trans y de género no conforme. Es imposible medir el número de víctimas de violencia y maltrato generalizado por motivos de género y familiares, que tiene implicaciones financieras, mentales y de salud física para los supervivientes. Por ejemplo, un estudio de gran envergadura ha demostrado que el abuso infantil grave está asociado con un riesgo un 79% mayor de desarrollar endometriosis en la edad adulta, una afección ginecológica terriblemente dolorosa y debilitante. Una encuesta de Women’s Aid (Ayuda a la Mujer) sobre supervivientes de maltrato en Gran Bretaña, publicada en marzo de 2019, encontró que más de dos de cada cinco estaban endeudadas y un tercio tuvo que abandonar su hogar como resultado del maltrato.

La explosión de luchas en las calles contra la violencia de género y el acoso en todas sus formas es el antídoto más poderoso contra la violencia, el maltrato y el acoso, que son la antítesis de la solidaridad de la clase obrera y la acción colectiva necesaria para cambiar la sociedad. Parte de los movimientos que se han desarrollado en los últimos años incluyen a los trabajadores que se organizan contra el acoso sexual en su lugar de trabajo. El 80% de los trabajadores de la industria de la confección de Bangladesh, la gran mayoría de los cuales son mujeres y niñas, han sido testigos o víctimas de acoso sexual en el trabajo, y esta cuestión ha sido uno de los principales factores que han contribuido a la campaña de sindicalización de los trabajadores de la industria textil. El 1 de noviembre de 2018 trabajadores de Google en países de todo el mundo realizaron acciones coordinadas contra las indemnizaciones pagadas a altos ejecutivos acusados de acoso sexual, así como contra la discriminación racista en el lugar de trabajo. Esta acción no sólo resultó en concesiones de la dirección, sino que ha sido parte integral de los primeros pasos hacia la sindicalización de los trabajadores dentro de esta multinacional notoriamente no sindicalizada. En Sudáfrica en junio de 2019, 200 mineros, en su mayoría hombres, emprendieron una valiente huelga, que incluyó el rechazo de alimentos mientras ocupaban una mina durante varios días, en protesta por el acoso sexual por parte de un jefe a su compañera. Las huelgas de los trabajadores de la hostelería convocadas bajo la bandera de #MeToo fueron un paso brillante hacia la concreción de la lucha contra la violencia de género y el acoso que fluye de la difusión de historias individuales de #MeToo en los medios de comunicación social. 

Llevar la lucha sobre la cuestión de la violencia de género al lugar de trabajo es particularmente poderoso porque estar en lucha colectiva con sus compañeros de trabajo no sólo tiene el poder económico, a través de la huelga, de ejercer una presión masiva sobre las empresas para que despidan a los superiores acosadores, o para que se introduzcan los procedimientos necesarios para que los trabajadores se aseguren de que no se tolera el acoso sexual en el trabajo, sino también porque el propio acto de lucha es en sí mismo un desafío a los comportamientos y actitudes machistas y misóginas, y eleva la conciencia de los trabajadores de cualquier género sobre las cuestiones relacionadas con la violencia de género, agudizando un sentido de solidaridad en oposición a la violencia de género en todas sus formas. La demanda más básica de los trabajadores por dignidad y seguridad en el trabajo (además de ser una demanda de un salario y condiciones decentes para todos los trabajadores) también es necesariamente una demanda de un lugar de trabajo libre de acoso sexual.

Nuestra respuesta es la lucha de masas 

El otro gran avance del movimiento feminista de los últimos años es el de la «huelga feminista», en su punto más álgido, con más de 6 millones de trabajadores y trabajadoras en el Estado español el 8 de marzo de 2018 y 2019 actuando en torno a una serie de demandas que van desde la igualdad salarial y la dignidad, pasando por la reversión de las medidas de austeridad, hasta el fin de la violencia de género. El 14 de junio de 2019 en Suiza, medio millón de personas se lanzaron a la calle en una «huelga feminista» similar, una huelga general. La huelga fue convocada inicialmente por las mujeres de los sindicatos que aprobaron una resolución en el Congreso Suizo de Sindicatos en junio de 2018 convocando una huelga el 14 de junio de 2019. El hecho de que las mujeres sindicalistas de base y las mujeres jóvenes que apoyaban el llamamiento en todo el país se pusieran en acción para concretarlo y asegurar que no sólo ocurriera, sino que provocara un terremoto – la mayor movilización de masas y acción de los trabajadores en décadas – fue testimonio de una amplia radicalización y de un estado de ánimo favorable al cambio. Esto también se hizo evidente en el movimiento de diciembre de 2018 en Israel, que unió de manera inspiradora a judíos y palestinos en una «huelga de mujeres» y en las protestas de decenas de miles contra el feminicidio. En septiembre de 2019, un grupo de mujeres palestinas desafió la brutal represión del Estado israelí y organizó protestas contra el feminicidio en Cisjordania, Gaza e Israel. 

Las acciones de «huelgas de mujeres» o «huelgas feministas», así como las ocupaciones masivas de universidades en Chile, y plazas en Argentina, que han sido una característica del movimiento de masas contra el femicidio, “Ni una menos”, en toda América Latina, muestran que el movimiento está tomando las armas más poderosas del movimiento obrero, huelgas y ocupaciones, en un desarrollo inevitablemente incómodo incluso para las más radicales de las feministas pro-capitalistas y del establishment, dados los métodos de lucha de la clase obrera empleados y la inspiración proporcionada a toda la clase obrera del poder de la acción de masas, especialmente la huelga general. En Argentina, “Ni Una Menos” ha enfocado el movimiento de masas contra el femicidio en la cuestión de la violencia estatal que es la prohibición del aborto, con un movimiento de masas fenomenalmente inspirador. La victoria de este movimiento salvaría vidas de mujeres y personas embarazadas y sería un gran acicate para la lucha por legalizar el aborto en toda América Latina.

Al igual que el movimiento juvenil climático, cabe destacar que no hay una conciencia de lucha por un solo tema dentro de estos movimientos. Es correcto y totalmente necesario que el movimiento de oposición a la violencia de género vaya contra las medidas de austeridad en los servicios públicos y los salarios y pensiones de miseria, luche por la vivienda pública y contra la gentrificación de nuestras ciudades, desafíe la pobreza de las familias monoparentales, se enfrente a un sistema judicial y legal machista, racista y antiobrero, y luche por la justicia climática. Dada la forma en que la violencia de género y el acoso impactan en las vidas de la mujeres de la clase trabajadora y las pobres, todo forma parte de la misma lucha. Por lo tanto, librar una lucha eficaz contra la violencia de género requiere una ruptura estricta con el feminismo de ejecutivas como Sheryl Sandberg, y las feministas liberales en el sistema político y empresarial en general, precisamente porque sus intereses de clase chocan inevitablemente con estas demandas más amplias que son esenciales para las masas femeninas trabajadoras y pobres de todo el mundo. 

La reciente ola de luchas y movimientos de masas feministas ya han logrado importantes victorias, desde las victorias contra las leyes que exoneran a violadores por casarse con sus víctimas en Jordania, Líbano, Túnez y Malasia, hasta la victoria contra el tratamiento machista del caso de «la manada» en el Estado español, pasando por la provisión de aborto gratuito a través del servicio público de salud en Irlanda (después de que un movimiento de masas en el que las feministas socialistas de la Mayoría del CIT tuvieron un papel fundamental, eliminara una prohibición total del aborto de décadas de antigüedad).  

Amenaza de la extrema derecha

Sin embargo, desde Trump hasta Bolsonaro y Viktor Orban, el ascenso de las fuerzas políticas de derecha populista y de extrema derecha, es la evidencia más alarmante imaginable de la amenaza del sistema capitalista no sólo a nuestras victorias recientes, sino también a los derechos ganados hace décadas en anteriores oleadas de lucha feminista y obrera de masas. Esto está fuertemente representado por la continua amenaza a la sentencia del caso “Roe vs. Wade” que legalizó el aborto en los Estados Unidos en 1973 en lo que se considera una de las victorias más importantes del feminismo de la segunda ola. 

La atmósfera creada por la campaña política, el ascenso y la victoria de Bolsonaro en Brasil, quien una vez le dijo a una parlamentaria: «No voy a violarte, porque eres muy fea», con sus vínculos fascistas y su misoginia y racismo desvergonzados, ha incrementado la violencia sufrida por los negros, las mujeres y las personas LGTBI+, las de la clase obrera y los pobres sobre todo. Los feminicidios en Brasil aumentaron en más de un 4% hasta alcanzar los 1.206 en el año 2018. Los incidentes de violencia sexual denunciados ese año aumentaron en un 4,1%, y más de la mitad de las mujeres víctimas eran menores de 13 años.  Las cifras también muestran que en 2018 en Brasil cada dos minutos una mujer sufrió violencia de género. No es sorprendente que en este contexto de crisis social que empeora aún más desde que Bolsonaro tomara el poder en enero de 2019, las mujeres, especialmente las jóvenes, pensionistas pobres, obreras, negras, indígenas y pobres, hayan estado a la vanguardia de la lucha contra el Bolsonaro. El apoyo descarnado de Bolsonaro a la codicia corporativa, sin importar las consecuencias, se refleja en su privatización y destrucción de la Amazonía, en el ejemplo más gráfico imaginable de cómo se está quemando el planeta por los beneficios de la élite capitalista. 

El único medio seguro para desafiar y derrotar la amenaza de la derecha es construir un desafío de la clase obrera de izquierda al statu quo capitalista que está creando las condiciones de descontento y alienación vinculadas al ascenso de la derecha. Con una nueva recesión global que la élite política y empresarial capitalista previsiblemente intentará utilizar para empeorar la precariedad a la que se enfrentan los trabajadores y la juventud, así como la extrema desigualdad de clase que caracteriza al capitalismo de hoy, hay una necesidad urgente de unir a la clase obrera y a los oprimidos en la lucha, con un movimiento de este tipo que plantee una alternativa socialista a la crisis capitalista.

Debemos poner el capitalismo en el banquillo de los acusados

La opresión de las mujeres y las personas LGTBI+, y por lo tanto su expresión más gráfica, la violencia de género, está incorporada en el sistema capitalista. Históricamente, el capitalismo como sistema desde el principio promovió la ideología retrógrada de la familia patriarcal como herramienta para su ascenso. Hoy, según un estudio de Oxfam, el trabajo no remunerado realizado por mujeres en todo el mundo asciende a la asombrosa cifra de 10 billones de dólares al año, 43 veces el volumen de negocio anual de Apple. Este es en un ejemplo de cómo la opresión de las mujeres está en el ADN del sistema. Específicamente, este trabajo de cuidados no remunerado es una herramienta vital para que el capitalismo mantenga y renueve su fuerza de trabajo, cuya mano de obra genera beneficios para la clase capitalista, en una clara ilustración de cómo el capitalismo necesita de la opresión de las mujeres, al igual que lo hacían otros tipos de sociedades anteriores basadas en la división de clases. 

Por su propia naturaleza, las sociedades que dependen de la opresión de la mujer y la perpetúan tratan de controlar su sexualidad, por ejemplo a través de la estructura familiar patriarcal. La violencia de género y la violencia sexual son parte de la coerción a esta estructura, así como, por ejemplo, la limitación por parte del estado del acceso a los derechos reproductivos. Las diferentes formas de violencia de género están conectadas, desde el acoso sexual hasta la propia violación, con la objetivación de los cuerpos de las mujeres como base común. 

La lucha por una sociedad socialista, en la que la estructura familiar patriarcal sea frenada y se convierta realmente en una cosa del pasado, en la que la vivienda, el cuidado de los niños, el cuidado de los ancianos, los empleos y la reducción de la jornada laboral son todos públicos, de calidad y completamente accesibles para todos, es un aspecto vital de la lucha por la liberación de las mujeres y de las personas LGTBI+. 

Bajo el capitalismo, también es cierto que, como explicó Marx, todo se convierte en una mercancía, y los cuerpos de las mujeres y las niñas a menudo son objetivados y comercializados. Negocios de miles de millones de dólares, como los de la pornografía y la prostitución, inevitablemente reflejan, perpetúan y se benefician de la desigualdad de género y, por lo tanto, son enemigas de una auténtica liberación y libertad sexual. La reacción de los estados capitalistas a estas actividades es a menudo reprimir a la mayoría de mujeres y personas que no se ajustan a las normas de género, a menudo migrantes y de color, que trabajan en ellas, en lugar de desafiar a los magnates de los negocios que se enriquecen a través de ellas. Además, las personas que son brutalmente coaccionadas y traficadas hacia la pornografía y la prostitución han sido también reprimidas por el estado capitalista, incluyendo un caso muy publicitado en los Estados Unidos de Cyntoia Brown que ya había pasado más de una década en prisión. Cyntoia Brown, de 16 años de edad, estaba controlada por un brutal traficante y proxeneta cuando mató a un cliente que fue violento con ella, y hubiera pasado cuatro décadas más en prisión si no fuera por una gran campaña para su liberación en 2019.  

Además, la estructura misma del sistema, la naturaleza misma del estado capitalista, se basa en la violencia. ¿Cómo puede terminarse la violencia interpersonal en un mundo en el que la clase dominante emplea ejércitos capitalistas e imperialistas para hacer la guerra, y a veces para la represión violenta? Hoy asistimos a una brutal invasión de las fuerzas turcas del norte de Siria con el objetivo de aplastar la zona autónoma kurda de Rojava. El régimen dictatorial de Erdogan intenta destruir cualquier forma de autogobierno kurdo en la región. Esto se está haciendo con el pleno apoyo del régimen de Trump. Una vez más el imperialismo yanqui, y el imperialismo en general, han demostrado ser los falsos amigos del pueblo kurdo oprimido. El valor de los combatientes de las facciones armadas predominantemente kurdas de las YPG (Unidades de Protección Popular) y YPJ (Unidades de Protección de la Mujer) con sede en Rojava en la lucha contra ISIS fue la inspiración para muchos a nivel mundial en 2014-2015. La brutal violencia estatal que se emplea contra ellos es emblemática de la naturaleza violenta del capitalismo y del propio imperialismo. Además, se sabe que las personas refugiadas a causa de las guerras están entre las más vulnerables a la violencia sexual en el mundo.

Violencia y machismo del estado capitalista

En Hong Kong, un movimiento social de masas por la democracia, que inevitablemente está imbuido de mucha oposición a las precarias condiciones de trabajo y de vivienda a las que se enfrentan los trabajadores y los jóvenes en una de las ciudades más neoliberales del mundo, ha sido objeto de una violenta represión estatal, que incluye el disparo de munición real contra los jóvenes que protestan. Tácticas similares se están utilizando contra las masas en Catalunya. Este es un ejemplo de la violencia estatal capitalista empleada para proteger el statu quo. Dado este aspecto del estado capitalista, así como la conexión inextricable entre el capitalismo y el imperialismo y la guerra, la existencia de actitudes machistas y racistas dentro de la policía y las fuerzas armadas es de hecho útil y necesaria para el sistema. Esta realidad se refleja en las estadísticas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, los estudios han indicado que al menos el 50% de los veteranos varones con problemas de salud mental relacionados con el combate cometen actos de violencia en la pareja y en la familia, y también que al menos el 40% de las familias de los agentes de policía sufren violencia doméstica, en contraste con el 10% de la población general. 

Además, la culpabilización de las víctimas en los procedimientos judiciales es una característica de los casos de violencia sexual en todo el mundo. En noviembre de 2018, Ruth Coppinger, miembro del Partido Socialista (Mayoría del CIT en Irlanda) y parlamentaria se hizo viral en los medios sociales y recibió una cobertura mediática internacional sin precedentes, desde su aparición en la televisión nacional india hasta su aparición en el New York Times. Ruth protestó contra la culpabilización de la víctima cuando mostró un tanga en el parlamento para decir «esto no es consentimiento» después de que la abogada del hombre acusado de violar a una adolescente presentara la ropa interior de encaje de la adolescente en el juicio. Ruth Coppinger utilizó la plataforma que le da su escaño para llamar a protestas significativas en Irlanda contra el machismo arraigado en el estado y también para hacer un llamamiento a una huelga global en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el 8 de marzo.

Construir la lucha feminista socialista internacional 

En el período previo al 25 de noviembre, en el que se celebrarán importantes manifestaciones contra la violencia de género en muchos países de todo el mundo, publicaremos artículos de varias de nuestras secciones sobre la lucha contra la violencia de género. El mismo día, nuestras compañeras de todo el mundo estarán participando y ayudando a organizar muchas manifestaciones y acciones contra la violencia de género, y específicamente, estarán presionando para construir el ala socialista del movimiento. Con esto queremos decir que hay que romper decisivamente con cualquier corriente de feminismo que busque acomodarse a los intereses del “establishment” capitalista y de la élite de las grandes empresas. 

El feminismo socialista es una lucha colectiva. Es solidaridad. Es aliarnos con la clase obrera, los pobres y los oprimidos del mundo de todos los géneros y nacionalidades en una lucha común contra el capitalismo. Es urgente intensificar este movimiento contra la violencia de género que ya ha llevado a millones de personas a las calles de todo el mundo, incluyendo las huelgas masivas y ocupaciones en el sur de Europa y América Latina. Para las feministas socialistas esto está inextricablemente ligado a la construcción de un movimiento de masas de la clase obrera y los oprimidos por un cambio socialista.

En Hong Kong, la revuelta pro-democracia de masas que ha estallado ha sido acompañada por mujeres organizando protestas #MeToo contra la violencia estatal y de género. En el Líbano, donde la lucha estalló en las calles contra la pobreza en octubre de 2019, las mujeres manifestantes han estado tuiteando que son revolucionarias, no «babys», en respuesta al trato machista y objetivador que han recibido en los medios de comunicación. Como proclamaba la canción de Bread and Roses sobre la huelga de las trabajadoras de la confección en Lowell, EEUU, en 1912, «el levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de todos nosotros». 

Levantémonos contra la violencia de género y contra el sistema capitalista que genera desigualdad y falta de democracia con un puñado de multimillonarios que toman las decisiones, se benefician de la opresión de la mujer y buscan dividirnos a la clase obrera en todas las líneas posibles, desde género hasta raza, para evitar una lucha unida. Una alternativa socialista tomaría la riqueza y los recursos clave, como la de los bancos y las grandes corporaciones, ahora en manos privadas, y las pondría bajo propiedad pública y control democrático de la clase obrera, para planificar la economía para las necesidades humanas y del planeta, y no para los beneficios de una minoría. Una sociedad así, basada en la solidaridad, la cooperación humana y la igualdad, eliminaría las raíces de la opresión y comenzaría a construir un mundo en el que realmente podamos asegurarnos que no se destroce la salud física o mental de nadie y que no haya ni una menos debido a la violencia de género. 

  • Ni una menos! No más pérdidas de vidas debido a la violencia de género; no más daños a nuestra salud física o mental. Luchemos para poner fin a la violencia de género, el maltrato y el acoso en todas sus formas y en todas partes: en el trabajo, en el hogar, en las escuelas y universidades, en las instituciones estatales, en la calle, en las redes…

  • Por manifestaciones masivas el 25 de noviembre contra la violencia de género como un paso hacia la construcción de protestas y huelgas masivas a nivel internacional para el 8 de marzo de 2020

  • Aprovechemos la riqueza de la élite capitalista para financiar una expansión masiva de los servicios públicos; desde la atención médica gratuita, que incluya una excelente atención a la salud mental y asesoramiento gratuito, hasta la atención infantil gratuita, pasando por los servicios especializados en violencia de género y violencia sexual disponibles localmente para todos los que los necesiten. La atención de la salud mental debería incluir el acceso local al asesoramiento y la terapia requeridos por las víctimas, así como evaluaciones psicológicas especializadas y tratamiento para los perpetradores.

  • Por un verdadero control de los alquileres y la construcción de viviendas públicas en masa: todos tienen derecho a una vivienda segura, asequible y pacífica. 

  • Por una educación gratuita, de calidad, pública y laica, con una educación sexual progresiva, ajustada a la edad e inclusiva para las personas LGTBI+, que se centre en el consentimiento. 

  • Los sindicatos deben liderar una lucha real por la sindicalización, por el fin del trabajo precario, por un salario digno para todos los trabajadores y contra el acoso sexual en el lugar de trabajo. Un movimiento como este podría liderar la lucha contra todas las formas de machismo, misoginia, racismo, homofobia y transfobia para construir una lucha unida de la clase obrera.

  • Hay que poner fin a la reproducción del machismo, la discriminación y la culpabilización de las víctimas por parte de los tribunales. Cada parte del estado y de los servicios públicos que entra en contacto con las víctimas y los perpetradores debe ser educada sobre el tema de la violencia de género y capacitada para asegurar que los denunciantes y las víctimas sean tratados con respeto. Luchamos por un estado gobernado democráticamente por la clase obrera desde abajo, eliminando de una vez por todas el sesgo actual a favor de las clases dominantes y la presencia del racismo, el machismo y la discriminación en el estado y en los sistemas judiciales.

  • Por el fin de la guerra y la lucha contra el cambio climático. Por el fin de las políticas de inmigración racistas y por el derecho democrático al asilo.

  • Por la propiedad pública democrática de los sectores clave de la economía, de las principales riquezas y recursos; por el control democrático de la clase obrera y la propiedad sobre las mismas; por un plan socialista democrático de la economía para satisfacer las necesidades de la gente y del planeta, y no por el lucro de unos pocos. 

  • Luchamos por el pan, pero también por las rosas. Por una sociedad socialista en la que la estructura familiar patriarcal sea verdaderamente cosa del pasado. Por un mundo socialista libre de división de clases, opresión, guerra y violencia, una sociedad en el que cada persona tenga derecho a un nivel de vida digna y tenga la libertad de disfrutar de la vida.

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