04/08/2014, Juan
Bértiz. Socialismo Revolucionario, Barcelona.

            Si hablásemos de literatura, nos costaría discernir si el
ascenso y declive de Jordi Pujol (o de la familia Pujol, tal vez sea mejor
decir) parece una versión renovada de la tragedia griega al mejor estilo
mediterráneo o es un sainete al peor estilo casposo de esa España de la que
algunos, desde el nacionalismo burgués,  se
quieren diferenciar. No en vano lo han ido repitiendo una y mil veces, que
Cataluña es diferente, hasta convertirlo en un tópico que puede que parta de
una verdad de Perogrullo, que en el Estado Español hay diversas naciones y
pueblos con marcada identidad, pero que se ha convertido al final en una serie
de fórmulas huecas por recurrentes: el hecho diferencial, la diferente cultura
política de Cataluña respecto a la de la España profunda, la europeidad y
ejemplaridad política y social de la sociedad catalana, convertida durante
lustros, los lustros del Gobierno Pujol, en un oasis catalán.

            Aparente oasis catalán, en todo caso.

A bote
pronto, la noticia que rompía el pasado viernes 25 de julio la calma veraniega
hacía pensar más en lo segundo, un sainete muy castizo, no en vano el asunto al
que hacía alusión la declaración de Jordi Pujol Soley nos hizo rememorar el
cutrerío del caso Bárcenas, por ejemplo, o la corrupción de los EREs en
Andalucía, o los escándalos de Baleares que ha llevado estos días a Jaime Matas
a prisión, entre muchos otros. Sin embargo, también es cierto que el caso Pujol
posee rasgos peculiares, muy propios de la realidad catalana, una realidad que
se ha forjado a golpe de imágenes construidas por el imaginario burgués, aunque
es innegable que desde finales del siglo XIX Cataluña ha sido uno de los focos
industriales y de modernidad, junto a Vizcaya y Madrid, de un Estado que no
emprendió su avance industrial y social hacia mediados de los cincuenta, en
pleno franquismo, lo que tal vez explique algunas mañas y resabios en el
empresariado español o en las clases dominantes.

Por
otro lado, la Transición iniciada con la muerte del dictador Franco, aunque
fraguado antes, supuso un cambio de estructura del Estado Español para
adaptarlo al modelo democrático liberal de la Europa capitalista. En este
proceso de cambio de estructura política, que no social, el tema territorial
tuvo su importancia, al fin y al cabo la dictadura franquista no sólo no
solucionó el problema nacional –o problemas nacionales-, sino que lo empeoró.

Y es en
esta Transición donde Jordi Pujol comenzó a jugar su papel dirigente.

Miembro
de la laboriosa burguesía catalana, hijo de Florenci Pujol, uno de los
fundadores de Banca Catalana en 1959, Jordi Pujol Soley comenzó a militar la
clandestinidad en el nacionalismo catalán. En 1974 funda Convergencia
Democrática de Catalunya (CDC), que poco después, tras la legalización de los
partidos, se coaligaría con Unió Democrática de Catalunya (UDC), partido
histórico catalán de tendencia socialcristiana, hermanado con el PNV, dando
lugar a la coalición Convergencia i Unió (CiU). Pronto se convirtió en el
hombre fuerte de la coalición y le dio las características que pocos años más
tarde lo mantendría en el gobierno de la Generalitat, él mismo como Molt Honorable President de la Generalitat, durante veintitrés
años: liderazgo fuerte, discurso basado en una Nación Catalana caracterizada
por la ética, el orgullo del trabajo bien hecho, el consenso y la negociación, aunque
pocas veces hablase de independencia, más bien, cuando la planteaba, se refería
a ella como una mera Ítaca atemporal. Quiso que Catalunya se mostrase como una
nación homogénea, liberal y de progreso, que participase en la buena marcha del
Estado, pero ajena al ruido de corrupción, tensiones  y tiranteces varias que comenzaron a afectar a
la política española sobre todo a partir de la segunda legislatura de Felipe
González. Es entonces cuando se hablaba ya del oasis catalán.

Pero
hubo también sus muchas sombras.

A raíz
de la declaración del pasado 25 de julio ha vuelto a salir a la palestra el
tema de Banca Catalana, que enturbió durante unos años las relaciones de la
Generalitat con el Estado. La Fiscalía General del Estado incluyó en 1984 a Jordi Pujol,
Presidente de la Generalitat desde 1980, en la querella contra directivos del
banco. Eran los años de la LOAPA, un intento de dar marcha atrás en el proceso
autonómico español promovido por un acuerdo PSOE-PP tras la intentona golpista
de 1981. La querella tenía que ver con un asunto
relacionado con el banco, mal gestionado y bajo sospechas de latrocinio, que
por entonces no se hablaba aún de corrupción. La reacción de Pujol fue
envolverse en la bandera: según él mismo diría, aquel ataque lo que escondía
era en realidad un ataque a Cataluña, a su modelo de sociedad, se trataba de un
intento de introducir la misma tensión que había en el resto del Estado en la
sociedad catalana, ejemplo de consenso y progreso, la reacción que
correspondía, por tanto, era de apoyo incondicional al President porque
representaba a Catalunya, era Catalunya.

Y aquí
radica uno de los claroscuros de la etapa pujoliana de la que hablan con
frecuencia quienes vivieron aquellos años: la concepción de que el President
Pujol, y por ende su familia –su esposa y sus siete hijos que crecieron a la
sombra de la personalidad política paterna-, representaba el País o, dicho de
otra forma, que el País era suyo porque los valores que pregonaba a diestro y
siniestro –ética, trabajo bien hecho, consenso y seny– los había recibido él como una antorcha que cruzaba la
historia de Cataluña desde el principio de los siglos.

De allí
que se dedicara en cuerpo y alma a cruzar el país como un patriarca que cuidaba
de los suyos, que cualquier crítica se entendiera como una prueba de
anticatalanidad, que se enlazara con la burguesía catalana –su clase al fin y
al cabo- para hacer negocios incluso bajo el paraguas del Estado español, con
cuyos gestores, ya fuesen del PSOE o del PP, negociaba y pactaba abiertamente
una vez superado con éxito el engorroso tema de Banca Catalana, que tratase
casi de tú a tú con el Rey Juan Carlos I, que no le afectase en absoluto los
primeros casos de corrupción que se daba en sus propias filas, como los que
afectaron entre otros a Javier de la Rosa –empresario modélico, según Pujol-,
Joan Piqué Vidal –abogado de Jordi Pujol en el caso Banca Catalana-, caso
Pallerols, entre otros, que a él no le afectaban en absoluto, al
contrario,   repartía aquí y acullá
lecciones de ética política y de moral pública y privada en cualquier foro que
le quisiera escuchar.

De allí
también que sentimiento de robo que se impuso, cuando en 2003 el PSC, ERC e
ICV-EUiA pactaron una mayoría parlamentaria que permitió un cambio de color en
el Gobierno de la Generalitat, y que dicen que fue lo que afirmó la esposa del
Honorable Jordi Pujol, Marta Ferrusola cuando CiU se quedó sin el Gobierno, que
se lo habían robado. El país era suyo y la normalidad sólo se alcanzaría cuando
recobrasen el poder, lo que ocurrió en 2010 cuando CiU volvió a ganar y dio la
presidencia a Artur Mas, según propias palabras hijo político de Jordi Pujol.

Por
tanto, en 2003 Jordi Pujol abandonaba el gobierno, pero pasó a ser una de las
figuras claves de la modélica transición española en su versión catalana, un
hombre dotado, dijeron oficialmente, de un sentido ejemplar del Estado, un
Hombre de Estado que podía por tanto mantener esa función de guardián de las
esencias y dictar sus lecciones éticas a través de su Centro de Estudios Jordi
Pujol y sin que tampoco le afectase los casos de corrupción que apuntaban a sus
propios hijos, algunos de los cuales aparecen ya como imputados.

Pero de
pronto estalla el escándalo y esto lo cambia todo.

Y
estalla, no lo olvidemos, cuando el proceso soberanista está en marcha, a poco
más de tres meses del referéndum que no sabemos si se celebrará o no y a cinco
días de la reunión entre Artur Mas y Mariano Rajoy, último intento de desatascar la situación y en la que con toda
seguridad se iba a poner sobre la mesa un nuevo modelo de financiación más para Cataluña. Hay que recordar que para el
Gobierno Mas el proceso soberanista comienza porque considera que no hay un
buen sistema de financiación y que por ello necesita la gestión de sus propios
impuestos, sin que con anterioridad el tema de la independencia estuviera
presente en sus objetivos más allá de las meras declaraciones formales lanzadas
de tanto en tanto, a diferencia de ERC o de las CUP con un perfil claramente
soberanista. La declaración de Jordi Pujol de que posee cuentas bancarias en el
extranjero no declaradas al fisco, algo que había negado hasta hace bien poco,
convierte esta demanda en una broma pesada, la deslegitima abiertamente y hunde
por completo a una CiU muy tocada políticamente. 

Es
difícil saber hasta qué punto va a afectar esta situación al proceso en marcha,
aunque la reunión del 30 de Julio, de acuerdo a las declaraciones públicas de
Artur Mas y del Gobierno español, no muestra muchos cambios por persistir ambas
partes, al menos de cara a la galería, en sus posiciones de origen: realización
de una consulta legal según Mas e ilegalidad de la consulta según Rajoy. La
reacción ante el escándalo ha sido hasta el momento más bien titubeante por
parte de los partidos soberanistas o partidarios de la consulta. ERC intenta
mostrarse firme, pide la retirada de los títulos y las potestades honoríficas
de Jordi Pujol, lo que ya ha ocurrido, se opone en un primer momento  a una comisión parlamentaria que investigue el
asunto para variar y unirse luego al conjunto de la oposición y reclamar la
intervención de Pujol en el Parlamento Catalán. Tampoco ICV-EUiA o las CUP han
dado muestras de firmeza, en cierto modo porque pesa demasiado el pacto firmado
con CiU y con ERC en relación a la consulta y el asunto estalla en pleno
proceso. Ambas fuerzas de izquierdas perdieron tal vez en ese momento la posibilidad
de desarrollar un discurso propio, rupturista, de democracia radical y le
dieron sin quererlo un balón de oxígeno a CiU y a ERC. Esto se aprecia
especialmente ahora.

Es
evidente que cualquier proceso de transformación social y democrática pasa por
romper abiertamente con la burguesía y sus partidos. Luchar por el
reconocimiento de los pueblos a la libre determinación supone romper con
quienes sólo se preocupan de sus privilegios, por desgracia esto no ha sido así
en los últimos meses. Cataluña sólo podrá decidir su futuro como pueblo cuando
rompa con quienes gobiernan para las élites económicas, cuando rompa con los
políticos corruptos e hipócritas, como ha demostrado ser Jordi Pujol.

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