Algunos vieron la victoria de Joe Biden en 2020 como una señal de cambios en la política de Estados Unidos hacia América Latina. Incluso sectores de la izquierda apostaban por la vuelta a la “normalidad” después de Trump, pero la realidad resultó más amarga.

Escrito por Fernando Lacerda, Liberdade Socialismo e Revolução (Alternativa Socialista Internacional en Brasil)

 

 

Este artículo fue publicado en el primer número de América Latina Socialista, revista latinoamericana en portugués y español de Alternativa Socialista Internacional.

Las intervenciones estadounidenses e imperialistas en la era del desorden

Algunos vieron la victoria de Joe Biden en 2020 como una señal de cambios en la política de Estados Unidos hacia América Latina. Incluso sectores de la izquierda apostaban por la vuelta a la “normalidad” después de Trump, pero la realidad resultó más amarga.

Trump, bajo el lema “América Primero”, llevó a cabo una política agresiva hacia América Latina congruente con el populismo de derecha que lo eligió. Así, colocó en el centro de su agenda la lucha contra la inmigración de trabajadores y jóvenes latinoamericanos a Estados Unidos a través de medidas como: la creación de un muro que separe las fronteras entre México y Estados Unidos; instituir verdaderos “campos de concentración” de inmigrantes, violando los acuerdos internacionales de derechos humanos; recortar la ayuda económica a los países centroamericanos; y presionar por la militarización de las fronteras de los países latinoamericanos.

Además de la política migratoria draconiana, Trump apoyó numerosas iniciativas golpistas. En Venezuela reconoció al golpista Juan Guaidó como presidente interino, y en Bolivia participó y apoyó el golpe de 2019, utilizando como apoderado no solo a la élite del país, sino a la Organización de Estados Americanos. Trump también luchó abiertamente contra los gobiernos de Nicaragua y Cuba, incluso colocando a este último en una lista de “patrocinadores del terrorismo”. El apoyo a las iniciativas golpistas estuvo acompañado de alianzas con gobiernos de derecha y extrema derecha de la región (como Bolsonaro en Brasil y Duque en Colombia), además de legitimar acciones de violencia estatal, como los ataques de Piñera contra el movimiento que estalló en Chile en 2019 – contra la clase trabajadora y la juventud que salieron a las calles para luchar por sus derechos y vidas.

Aparte de algunos cambios en cuestiones concretas, Biden continuó con varias políticas vigentes en la era Trump. Por ejemplo, continuó reconociendo al golpista Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y mantuvo la inclusión de Cuba en la lista de países terroristas. Aunque Biden revirtió y detuvo la construcción del muro que separa a México y Estados Unidos, sus medidas no cumplen las promesas de cambio. Para empeorar las cosas, Biden reabrió un centro de detención para niños y jóvenes migrantes de 13 a 17 años que fue heredado de la administración anterior y presentó una propuesta de “Ley de Ciudadanía” que condiciona la reanudación de las ayudas económicas a México y países centroamericanos a condición que los gobiernos de estos países presenten como “contrapartida” inversiones en sus fuerzas militares y policiales para el control de la migración.

Incluso la pandemia y el proceso de vacunación fueron utilizados por Biden a favor del imperialismo estadounidense: Estados Unidos está utilizando el hecho de concentrar más dosis de vacunas como instrumento de intervención geopolítica [i]. Biden, en marzo de este año, presentó una propuesta para enviar 2.5 millones de dosis de vacuna a México, pero lo hizo presionando al gobierno de AMLO para que intensifique las políticas de control y vigilancia militar sobre quienes intentan emigrar de México. Biden solo acordó eliminar las restricciones de patentes de las grandes compañías farmacéuticas y facilitar la producción de vacunas recién a principios de mayo de este año, y esto solo se produjo después de una intensa presión popular [ii]. Un mes después, también bajo una gran presión, se realizó la primera contribución significativa de Estados Unidos a Covax (un mecanismo de administración de vacunas creado por la OMS).

Dado el historial de política exterior de los presidentes del Partido Demócrata, las esperanzas de que Biden hiciera cambios importantes en la política latinoamericana no eran más que engaños. El hecho de que Biden vacile incluso ante las medidas más draconianas de Trump es algo que solo puede entenderse en el contexto de la crisis global del capitalismo y la intensificación de las tensiones interimperialistas que marcan la actual “era del desorden”.

Crisis capitalista, nueva guerra fría y el imperialismo estadounidense

Desde Alternativa Socialista Internacional hemos señalado que, a partir de la crisis global del capitalismo de 2008/09, además de la imposición de políticas económicas y contrarreformas que favorecen al capital financiero, se produjo una escalada de los conflictos interimperialistas, especialmente entre dos principales potencias imperialistas: Estados Unidos y China [iii].

El imperialismo significa hegemonía del capital financiero, concentración de la producción y el capital en pequeños nichos, altísimos niveles de exportación y transnacionalización del capital y división territorial del mundo. Con la entrada del imperialismo chino como nuevo protagonista en las disputas interimperialistas, podemos decir que hay una nueva “guerra fría”. Usamos el término para afirmar que las tensiones interimperialistas no se explican como disputas y conflictos militares directos, sino como la profundización de disputas por influencia política, recursos materiales, mercados de consumo y, sobre todo, ganancias. El crecimiento de las disputas interimperialistas fue una consecuencia “natural” de la crisis global de 2008-2009, cuando la crisis del capitalismo comenzó a demandar acciones más virulentas de sus principales actores para garantizar la ganancia.

Por tanto, desde la llegada de Biden como presidente de Estados Unidos, no ha habido un enfriamiento, sino una escalada en el conflicto con China, que ya había sido alto en el gobierno anterior. Biden no solo mantuvo la postura beligerante de Trump sobre la “guerra tecnológica”, sino que la intensificó al publicar, el 3 de junio, una orden ejecutiva que prohíbe la inversión en 59 empresas chinas. Asimismo, el paquete de estímulo económico de Biden de 2,3 billones de dólares para inversiones en infraestructura menciona repetidamente la “amenaza china”.

Es esta situación de una nueva guerra fría la que explica la intensificación de las acciones del imperialismo estadounidense en América Latina. Esto es especialmente fácil de ver si se considera que la influencia económica y política de China ha crecido intensamente en América Latina y el mundo. El imperialismo chino pudo crear lazos de dependencia industrial, conquistar mercados para sus productos tecnológicos y convertirse en uno de los principales compradores de commodities. Un gran paso adelante fue la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) [iv].

Es la preocupación por la nueva guerra fría lo que explica las similitudes entre Trump y Biden. En última instancia, ambos son dos caras de la misma moneda: el imperialismo estadounidense, cuyo intervencionismo está impulsado por la búsqueda para sobrevivir a la crisis global del capitalismo de 2008/2009.

Las organizaciones internacionales que son fundamentales para el imperialismo estadounidense – el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y el Banco Interamericano de Desarrollo – ofrecieron a los gobiernos latinoamericanos paquetes de “ayuda” económica que exigían a cambio la realización de una agenda política de austeridad, como privatización de servicios públicos, retirada de derechos de la clase trabajadora, mercantilización de los recursos naturales (especialmente gas y petróleo), etc.

Cuando sólo los supuestos “organismos multilaterales” no eran suficientes, se aplicaron golpes políticos para hacer valer los intereses del capital. Por esta razón, el golpe de Estado creció en la región y se utilizó incluso antes que Trump, ya que entre 2009 y 2017, el presidente Barack Obama y su vicepresidente (Joe Biden), por inacción o por acción, apoyaron diferentes golpes exitosos. En 2009, Paraguay en 2012 y Brasil en 2016. A esto se suman varios intentos de golpe en Venezuela, una aventura fallida en Ecuador y la elaboración del llamado “Plan Colombia” que, bajo la justificación de la guerra contra las drogas, sirvió para avivar la militarización que ahora plaga la región.

Una nueva ola de luchas en América Latina y la lucha antiimperialista

La política de Biden hacia América Latina está engendrada por el mismo proceso que impulsó la política de “máxima presión” de Trump: la necesidad de hacer valer los intereses del capital utilizando a América Latina como fuente de mano de obra barata y materias primas, además de asegurar un enorme mercado de consumidores.

El silencio de Biden en relación con las luchas en Colombia, su apoyo a Juan Guaidó en Venezuela, la no existencia de enfrentamientos con Bolsonaro, el mantenimiento de las sanciones político-económicas contra Cuba y Venezuela y la presión sobre América Central y México en el tema de la migración son señales de que, en esencia, Biden también defiende América Primero. Poner a Estados Unidos en primer lugar es necesario para combatir la creciente importancia económica del imperialismo chino en América Latina, incluso si esto significa apoyar a gobiernos autoritarios, hacer silencio frente al terrorismo de estado, instrumentalizar la concentración de vacunas durante una pandemia global para implementar políticas o, incluso combatir política y económicamente cualquier política que amenace al capital.

La nueva ola de luchas que produjo la reversión de un golpe de Estado en Bolivia, derrotas de la derecha en Chile, Colombia, Ecuador y Perú debe considerar esta importante lección: la clase obrera y la juventud latinoamericana encontrarán en la política de Biden solo un obstáculo más en sus luchas contra el capitalismo y el imperialismo.

 

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