El brutal asesinato de Zhina (Mahsa) Amini a manos de la policía de la moral en Irán desencadenó un movimiento revolucionario en todo el país. Decenas de miles de personas están saliendo a la calle, encabezadas por mujeres, estudiantes y jóvenes. Las redes sociales están inundadas de escenas inspiradoras de mujeres quemando hijabs y cortándose el pelo, estudiantes protestando y expulsando a los representantes del régimen de sus escuelas.

Por Ofir Shabtai-Levin, Alternativa Socialista en el Estado Español

El régimen ha respondido con una brutalidad extrema. Al menos 328 personas han sido asesinadas y 14.825 detenidas (10/11), muchas de ellas jóvenes. Los estudiantes han «desaparecido» de las universidades y los jóvenes estudiantes están siendo detenidos en sus aulas. El régimen ha perpetrado masacres en Baluchistán y Kurdistán. El 30 de septiembre, denominado «viernes sangriento», fue el día más mortífero desde que comenzaron las protestas. Ese día las fuerzas de seguridad iraníes mataron a decenas de personas, incluidos niños, e hirieron a otros cientos tras disparar munición real, perdigones metálicos y gases lacrimógenos contra una multitud de manifestantes y transeúntes.

Días más tarde, el 15 de octubre, se produjo un incendio en la prisión de Evin, donde se encuentran recluidos muchos presos políticos. Las informaciones señalan que 8 presos murieron y muchos otros resultaron heridos en el incendio. Es posible que la cifra sea mucho mayor. Algunos periodistas y testigos presenciales acusaron a la República Islámica de haber incendiado la prisión intencionadamente para matar a más presos. A pesar de todo, las protestas no han cesado, y las masas llevan ya más de 50 días saliendo a la calle.

Desde el inicio de las protestas, el régimen islámico ha utilizado todas los medios de los que dispone para reprimir el movimiento, reclutando nuevas fuerzas, incluidos niños y jóvenes, para el Basich militar (oficialmente, Nirouyé Moqavematé Basich), una fuerza paramilitar formada por voluntarios Y fundada por órdenes del ayatolá Jomeiní en noviembre de 1979. El Basich, que está subordinado a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, envía a estos niños y jóvenes y a todas las demás fuerzas que tienen, a «enfrentarse sin piedad y a llegar a causar muertes». Estas acciones revelan el profundo temor del régimen ante el movimiento y su capacidad para extenderse y derribar la dictadura.

Durante estas últimas semanas revolucionarias, hemos visto una progresión muy importante de las manifestaciones en las calles hacia una oleada de huelgas. Primero en las universidades, donde estudiantes y profesores hicieron paros y acciones de huelga juntos. Más tarde, cientos de trabajadores del petróleo en Asalouyeh, en la costa del Golfo Pérsico, fueron a la huelga y bloquearon las carreteras cerca de las plantas de procesamiento. Más recientemente, los trabajadores de la empresa siderúrgica de Isfahán, tercera productora de acero de Irán, se han sumado también a las huelgas nacionales. En Ashnoye, en el Kurdistán occidental, los pequeños comercios y mercados llevan más de 10 días de huelga.

El uso de la herramienta de la huelga es crucial en el camino hacia la caída del régimen islámico. Los manifestantes saben que no basta con salir a la calle y que es la clase obrera la que tiene la fuerza para doblegar al sistema tomando el control de su propio poder de trabajo. Reconocen la necesidad de la unidad de toda la clase obrera y ven la necesidad de ampliar el movimiento y emprender acciones de huelga más amplias e incluso una huelga general.

Las protestas tras la muerte de Zhina no surgieron de la nada. El régimen de los mulás islámicos se encuentra en medio de una continua crisis de legitimidad. En los últimos dos años, se han producido varias huelgas y acciones en los centros de trabajo. Por ejemplo, decenas de miles de profesores y jubilados -con las trabajadoras a la cabeza- protestaron en más de 100 ciudades de Irán. No sólo los profesores, sino también los mineros, los trabajadores del petróleo, los del transporte público y las enfermeras se han enfrentado al régimen en acciones valientes, que fueron recibidas con una brutal represión. Los socialistas, los izquierdistas, las mujeres y los activistas sindicales son objeto de constantes ataques, lo que demuestra claramente el miedo que tiene el régimen a una nueva oleada de lucha de la clase obrera contra la dictadura.

El miedo a un movimiento mayor se siente también en los países vecinos, donde mujeres y hombres se solidarizan con los manifestantes iraníes. Se ven acciones de solidaridad en toda la región, y el inspirador eslogan kurdo «Jin, Jiyan, Azadi» (Mujer, Vida, Libertad) se escucha desde Irak a Afganistán, desde Siria a Líbano. Los grupos kurdos que muestran su apoyo al movimiento se enfrentan a ataques mortales. En Afganistán, las mujeres se reunieron frente a la embajada iraní con pancartas que decían: «Irán se ha levantado. Ahora nos toca a nosotras» y «¡De Kabul a Irán, di no a la dictadura!». Las fuerzas de seguridad talibanes arrebataron y rompieron las pancartas antes de disparar al aire para dispersar la concentración. Acciones como éstas muestran el potencial de la lucha para enviar fuerzas de resistencia a través de Irán, Kurdistán y mas allá, amenazando la estabilidad del régimen opresivo en toda la región.

Como hemos visto en repetidas ocasiones y a nivel mundial, en tiempos de crisis la clase dominante se apoya en la opresión y el control de la vida, con especial fijación por la mujer y su cuerpo. El régimen iraní utiliza las leyes religiosas aplicadas con violencia para preservar la opresión y la explotación de las mujeres en el hogar, en las calles y en los lugares de trabajo. Más de 2.000 mujeres son asesinadas cada año por sus parejas o familiares, por agentes de policía y otras fuerzas de seguridad y también ejecutadas mediante sentencias de muerte.

El control del cuerpo y el comportamiento de las mujeres ha sido una herramienta clave del régimen, desde la revolución robada y traicionada de 1979. Las mujeres de Irán estaban al frente de la lucha de la clase obrera y las restricciones en la vestimenta se utilizaron para dividir a la clase obrera y romper el movimiento. Ahora, hombres y mujeres, iraníes y kurdos, protestan juntos, poniendo la liberación de la mujer al frente de sus reivindicaciones y mostrando el potencial de este movimiento para superar las divisiones étnicas, nacionales y de género. Este es un paso crucial y un elemento clave para derrocar al régimen islámico.

El movimiento comenzó con la resistencia al código de vestimenta obligatorio del hiyab, pero inmediatamente se conectó con una rebelión contra todo el régimen. La lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y en todo el mundo no puede separarse de la lucha por derribar todo el sistema.

La lucha contra el código de vestimenta obligatorio del hiyab es mucho más que una lucha por la autoexpresión, es una lucha por la autonomía del cuerpo, por la libertad de elección y la igualdad para las mujeres y las personas LGBTI+ en todos los aspectos de nuestras vidas. La norma del hiyab obligatorio es una herramienta del régimen islámico al servicio de una causa: controlar a las mujeres y dividir a la clase trabajadora. Diferentes regímenes en distintos países y épocas utilizan diversas herramientas para la misma causa. Los códigos de vestimenta, ya sea que obliguen o prohíban los hijabs u otros símbolos religiosos o políticos, las prohibiciones del aborto, la discriminación de las mujeres y de las personas LGBTQI+ – todo esto proviene de la necesidad del sistema capitalista de controlar y poner a la clase trabajadora en contra de sí misma.

Algunos funcionarios del gobierno de Estados Unidos, Italia, España, Francia, Israel y otros, han expresado hipócritamente su apoyo a las mujeres iraníes y al movimiento. Pero se trata de los mismos gobiernos que explotan y oprimen a su propia clase obrera, y de los mismos regímenes cuyos intereses imperialistas les llevan a apoyar y cooperar con el régimen islámico cuando les resulta económica y políticamente beneficioso.

En el Estado español, entendemos muy bien cómo la ultraderecha intenta dar marcha atrás en los derechos de las mujeres. En los gobiernos regionales que controlan, niegan públicamente que exista la violencia de género e insisten en llamarla «violencia intrafamiliar», lo que tiene el efecto de negar que las mujeres son casi siempre víctimas de la violencia masculina.

No se puede confiar en estos poderes, ni en su falso «apoyo» al movimiento en Irán ni en ninguna otra lucha de la clase trabajadora en el mundo. Tienen sus propios intereses políticos y económicos y sólo ven a Irán como una fuente de petróleo y gas baratos. Ellos mismos explotarán a la clase trabajadora de Irán si tienen la oportunidad de hacerlo. Un cambio real y sostenible del régimen y el derrocamiento del sistema de los mulás, sólo se logrará construyendo una resistencia desde abajo, apoyándose en el poder de la juventud y la clase obrera en Irán, en la región y en todo el mundo.

«Mujer, Vida, Libertad» en todas partes: por un movimiento mundial para derrocar el sistema capitalista global que produce la opresión de las mujeres y del colectivo LGBTQI+, las dictaduras, la guerra, la miseria y la explotación, y para construir una democracia socialista mundial. (Mujer, Vida, Libertad»: Un programa para ganar)