Foto: Roberto Pérez

23/05/2015, Juan Pedro López González. Publicado originalmente en el número de mayo de «La Brecha«.

Català

Durante las décadas de 1940 y 1950 el Barcelonés Nord (Badalona, San Adrián y  Santa Coloma de Gramanet) experimentó un gran
crecimiento demográfico debido al flujo migratorio proveniente del resto de la
península. Pese al control que intentó ejercer el franquismo sobre estos
barrios en los que la infravivienda predominaba y los servicios básicos eran
escasos, la lucha vecinal de estos barrios obreros se mantuvo fuerte frente a
la autoridad. En muchas circunstancias, las organizaciones católicas de base en
estas comunidades obreras, representados por sus párrocos, se manifestaron en
contra de las imposiciones injustas que sufrían los vecinos por parte del
ayuntamiento. Esto hacía visible un fuerte sentimiento colectivo que sirvió
para cohesionar a estas familias provenientes de todos los pueblos de España.
Aunque sin duda, el pensamiento antifranquista dominante en estos barrios fue
determinante, con un discurso claramente anticapitalista se consiguió mejorar
la forma de vivir de esas familias trabajadoras y formar barrios dignos en muy
poco tiempo.

Hoy día los hijos de estos inmigrantes disponemos gracias a
estas luchas de  una dignidad y unos
derechos que tuvieron que ser conseguidos con dolor y sangre en demasiados
casos. Nuestra forma de vivir, a pesar de las diferencias, nunca ha dejado de
estar sometida a un fuerte control, vemos como esa calidad de vida y esos
derechos laborales conseguidos en las últimas décadas han comenzado a
resquebrajarse por todos sus flancos. Ese bienestar que pareció haberse
conseguido, hoy no es más que una ilusión que todo el mundo persigue de una
manera enfermiza y con aires de normalidad.  

Un síntoma claro es que estas luchas vecinales no representan
aquel sentimiento social de antaño. A diferencia de entonces, hoy parecen mucho
más graves los problemas globales y no tanto los locales. Debemos entender que
la forma que tienen nuestras calles nos representan desde un punto estético y
también político, que los derechos se ganan en cada gesto y en cada acción.
Nadie puede determinar la lógica y la estética urbanística de una zona mejor
que los propios habitantes de esa misma zona. Este artículo pretende señalar
esta desconexión y lejanía que existe entre las acciones llevadas por los
ayuntamientos y los vecinos de los barrios trabajadores. Para ello sólo me hace
falta pasear por la calle en la que me crié, la avenida Marqués de San Mori
(Llefiá), en la que existen dos casos que apenas están separados por unos
metros y que muestran una total despreocupación, desconsideración y falta de
respeto a la gente que pisa esas calles cada día.

Como si de una broma de mal gusto se tratase, la construcción
de la plaza Trafalgar  supuso una dura
batalla entre vecinos y ayuntamiento. Dando muestra de un infinito mal gusto,
la plaza puede ser descrita como unas bonitas palmeras en un macetero de cemento
de cientos de toneladas. Pero el objeto de la protesta que se desencadenó por
parte de los vecinos fue la construcción de un monstruoso puente, por supuesto
de cemento, que servía para cruzar un simple paso de cebra y que sirvió durante
años para dar cobijo a muchos heroinómanos de la zona. En estas protestas las
cargas policiales sobre los vecinos fueron más que desproporcionadas y se
reprimió el derecho de expresión con la retirada de pancartas y carteles; las
obras tuvieron que ser custodiadas por la policía nacional ante los intentos de
boicot de los propios vecinos.

A pesar de la fuerte lucha de los vecinos el puente acabó
construyéndose, y no sería hasta  el año
2009  que se decidió proceder al
derrumbamiento del puente, acabando por dar la razón a aquellos vecinos que
salieron a la calle en 1986. Es esa desproporción y falta de optimización de
los recursos la que hace tan grave la gestión de esta construcción, lo que hace
pensar que habría ciertos intereses económicos por parte de la administración y
de ciertas empresas en juego (cementeras, constructoras, arquitectos, etc.).
Solamente hace falta ver el tipo de obras similares que se hicieron por aquel
entonces, en el que un factor común fue el uso desmesurado del cemento, como en
la plaza Trafalgar o el parque del Gran Sol entre otros. A pesar de la derrota
en este caso, cabe resaltar la sensibilidad y unión del vecindario en aquella
época, la preocupación por llevar la lógica a sus calles.

El segundo ejemplo lo encontramos al dirigirnos avenida arriba,
al llegar a una pequeña plazoleta en la misma avenida que va a dar a parar a un
parque interior y que continúa en una calle peatonal que lleva a la calle
Carretera antigua de Valencia. Pues bien, en cada una de estas calles nos
topamos con dos misteriosos cubos negros, los cuales tienen arriba algo que
recuerda a unos espejos rotos. Estas fuentes-esculturas no solo fueron un
fracaso urbanístico por su extrema fealdad, sino que se convirtieron en algo
similar a un cenicero de agua en el que grandes cantidades de basura acababa
dentro de la fuente. Ante este problema se optó posteriormente por cortar el
agua ya que en verano, aparte del problema de las basuras,  se dieron casos en los utilizaba la fuente
para bañarse. Ambas situaciones dieron lugar a escenas deplorables causadas por
una mala planificación y una mala reconducción del asunto. El resultado es que
dejan en nuestras calles unas esculturas que son auténticos esperpentos que
cualquier niño de alguna de nuestras escuelas hubiera proyectado mucho mejor y
mucho más barato. No podemos dejar que este tipo de arte nos represente, un
arte hecho por alguien al que le importamos bien poco y que, seguramente, ha
servido para que alguien se haya lucrado injustamente gracias nuestros
impuestos. 

Pero aunque parezca mentira, estas esculturas tan solo son una
mínima parte de lo que nos espera al introducirnos en ese parque interior. El
parque fue construido hace pocos años y se encuentra rodeado  de cuatro grandes edificios típicos de estos
barrios trabajadores, los cuales albergan cientos de familias. En este caso la
estética no es tan desagradable como en los anteriores, podría incluso decir
que el parque es bonito, pero no me cabe duda alguna que es el mejor ejemplo de
cómo no se debe hacer un parque en un barrio obrero. Por la situación
anteriormente descrita, el lugar adquiere una resonancia elevada, pues bien,
¿qué se les ocurre hacer?, un parque dedicado al sonido en el que los
artilugios que se encuentran hacen una especie de música al ser girados y cosas
por el estilo. ¿Resultado?, tuvieron que bloquear estos aparatos porque el
ruido molestaba a los vecinos a altas horas de la madrugada.

En estos dos casos separados por tan pocos metros, pero
separados en el tiempo más de veinte años, podemos ver dos actitudes diferentes
de dos generaciones diferentes. Quizás debemos ver que las comunidades en los
barrios han dejado de ser lo fueron, y que esto conlleva la pérdida de una
fuerza fundamental de control sobre los
ayuntamientos que debe ser recuperada. Mucho dinero se ha escapado en estos
últimos años por los ayuntamientos, ya sea por las malas gestiones de
incompetentes al cargo o por sus acciones corruptas. Dar importancia a los
aspectos funcionales o estéticos de nuestras calles será determinante para hacer
que los barrios tradicionalmente obreros dejen de ser sitios donde “cualquier
cosa valga”. Pero no solo esto, sino que esto es fundamental para controlar que
las acciones del ayuntamiento sean las correctas.

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