05/03/2011, publicado
originalmente en febrero en Ofensiva Socialista, periódico de Socialismo
Revolucionario (CIT en Portugal).

La crisis del
capitalismo provoca el descontento en la población, al igual que el
fortalecimiento de la lucha y la conciencia clase, también puede crear una base
para los movimientos y la retórica populistas. Aunque parte de la izquierda
utilice el populismo de manera oportunista, el populismo puede adoptar formas
muy reaccionarias, por lo que su comprensión es vital para la politización de la
lucha de clases actual.

El populismo es un discurso
y un movimiento político que trata de ganar el apoyo popular, jugando con un
discurso que defiende la «voluntad del pueblo» contra una élite. Esta
retórica puede encontrarse en la izquierda, pero también es recuperada
fácilmente por la derecha. Con la crisis económica y política que nos
enfrentamos en nuestro país y el resto de Europa, el creciente descontento de
amplios sectores de la población con las desigualdades y las injusticias
sociales se abre una base social cada vez mayor de apoyo a este discurso.

Este populismo, sin
embargo, tiene varios problemas. Su principal problema es que crea una distinción
vaga entre «el pueblo» y «la élite «, que no está basada en
un análisis profundo del sistema capitalista actual. La élite se identifica generalmente
con la élite política dominante, o incluso con el sistema político en su
conjunto. Este tipo de descripción ignora el hecho de que lo fundamental de
nuestra sociedad capitalista es que el poder de la clase dominante, y su
posición jerárquica en la sociedad, se basan en la acumulación de capital. La
élite política y el Estado capitalista son sólo, en este sentido, los
instrumentos que pueden servir a los intereses de esta clase dominante.

El hecho de que la
retórica populista no esté vinculada a un análisis de clase y anticapitalista
de la sociedad permite que muchas de sus críticas al sistema político y sus
propuestas puedan ser defendidos por movimientos de la izquierda a la extrema
derecha. Cualquier retórica populista que se centra en los problemas de nuestro
país, en la corrupción del sistema político y en los privilegios y beneficios
de los representantes políticos, elimina el foco de la estructura de esos
problemas dentro de un sistema capitalista, y conlleva el peligro de
individualizar y despolitizar las cuestiones que son de hecho políticas.

Señalar la corrupción y
los privilegios como causa de la crisis copia la retórica de la Troika sobre el
sur de Europa, que apunta a la corrupción y la ineficiencia del Estado como la
causa de la crisis. Con esta retórica, legitiman la austeridad, disciplinando a
los políticos, a los gobernantes y los funcionarios públicos, y los
trabajadores al mismo tiempo. Sin embargo, para los socialistas, la corrupción
y los privilegios ilícitos no son la causa de la crisis en Portugal, no son más
que síntomas de un capitalismo periférico. Es cierto que hay corrupción en
Portugal, todo el mundo lo sabe, pero Portugal, no es la excepción. No sólo es
común en todos los llamados PIGS – los países afectados por la crisis y la
Troika – sino también en la práctica hay poca diferencia, por ejemplo, con los
50.000 lobbistas en Bruselas, aunque ellos lo hagan de forma oficial.

La crisis que el país
está pasando es una crisis sistémica del capitalismo; una crisis financiera
mundial y la consiguiente crisis de la Zona Euro. Es el resultado de los
procesos neoliberales de los últimos 20 años y de las contradicciones dentro
del propio modelo europeo. La causa principal por lo tanto es una cuestión de
clase y de alternativas al capitalismo. Cuando el análisis se limita a los
síntomas y las soluciones que dan no cuestionan el propio sistema capitalista
se comete un grave error político-estratégico.

Todas las propuestas del
tipo «reducir el número de diputados», «cortar las dietas de los
diputados para el transporte» o «pena de prisión para quien robó al
país” sufren en mayor o menor grado el problema del populismo. Cada una de estas
propuestas puede ser o es reaccionaria. Por ejemplo, la reducción de diputados,
propuesta por el gobierno, de hecho reduciría la representación política de la
clase obrera, lo que haría más difícil elegir a los candidatos que apoyan
nuestros intereses, y daría ventajas especialmente a los partidos grandes. Recortar
algunas compensaciones puede hacer más difícil la organización de las luchas
locales por un buen representante, por ejemplo, limitando el contacto entre la
lucha local y la representación en Lisboa.

La «cárcel para los
ladrones del país» también se puede utilizar para la penalización de quien
es considerado por la derecha como un ladrón del país, como desempleados, inmigrantes,
etc. Todo esto no quiere decir que creamos que las injusticias sociales no
deben terminar. Por supuesto que no defendemos la existencia de privilegios y
corrupción, sino que además defendemos el fin de cualquier explotación. Pero
creemos que la eliminación de los privilegios y corrupción no sacará al país de
la crisis, puesto que no son la causa, sino los síntomas. Las posiciones y
exigencias en estas materias deben estar, por lo tanto, siempre vinculadas con
sus causas sistémicas y sus soluciones tienen que poner en tela de juicio el
sistema capitalista. El descontento con los privilegios de la clase política
puede ser transformado, por ejemplo, en la demanda: «Los representantes
políticos no pueden ganar más que el salario promedio de un trabajador”. Así,
estos representantes sentirán los efectos de sus propias políticas y se hace
posible vincular los intereses de los trabajadores y de sus representantes
políticos.

Existe otra diferencia
esencial entre decir «Fin de los privilegios de los políticos » y
«Representantes electos con salario de un trabajador promedio, con un
mandato revocable en cualquier momento». La primera, además de ser vaga,
apunta a «los políticos «como un grupo separado, la «clase
política», algo que no existe. El segundo concretiza la condición de estos
representantes y como además de acabar con los privilegios, al hablar de
«salario promedio de un trabajador» adopta la visión correcta
clasista en esta cuestión, entre la clase obrera y la capitalista.

La tarea de los
socialistas no es seguir los sentimientos del pueblo para ganar popularidad,
despolitizando su propio discurso. La tarea de la izquierda y los socialistas
es politizar estas voluntades, transformando la «voluntad del pueblo»
en la defensa de los intereses de la clase explotada bajo el capitalismo. El
papel de la izquierda política es orientar y dirigir la transformación de estas
voluntades en lugar de seguirlas, conectándolas, críticamente, con una
perspectiva anti-capitalista y socialista.

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