Lilly
Revert – Motril

Soy
hija de un jornalero andaluz, forjado entre los olivares de la provincia de
Jaén. Él me enseñó el significado de la conciencia de clase, y me inculcó que,
estuviera donde estuviera, pertenecería a la «clase obrera».

Durante
toda mi vida, nunca he abandonado ése sentir y ése orgullo, de tener conciencia
de quién soy y hacia donde quiero ir.

Mis
primera tomas de contacto con el mundo político (siendo aún adolescente) y
cuando todavía estaba vivo el dictador Franco, fueron con el Partido Comunista,
por supuesto, aún en la clandestinidad

Yo
no sabía nada, o casi nada sobre las estructuras de un partido y tampoco sabía
cómo se movía el partido en la clandestinidad; pero lo que aprendí con rapidez
fué que aquéllos camaradas deseaban lo mismo que yo.

Acudí
a reuniones, fuí a jornadas de aprendizaje, donde leíamos a Marx…, donde
estudiábamos, a fondo, el Manifiesto y donde, en charlas interminables
soñábamos con el mundo socialista.

Por
aquel entonces, el Partido ya estaba introduciendo camaradas en las férreas
estructuras del franquismo: en el sindicato vertical, en los llamados
«centros sindicales» de los barrios; incluso me encontré con los
llamados «curas obreros», que hacía proselitismo por el socialismo,
desde sus púlpitos; también perseguidos y castigados por el régimen franquista.

Poco
antes de la muerte de Franco, algunos comunistas verbalizaban, sin miedo, que a
la muerte del dictador, el futuro sería socialista y que no habría involución, en
nuestro país; pero la muerte del dictador concitó «filias» y
«fobias». Salieron de debajo de las piedras izquierdosos e
izquierdistas que, el miedo a la represión franquista, había mantenido ocultos.

Aquel
20 de Noviembre, en casa de mis padres, se vivió una jornada festiva, aunque el
miedo aún nos obligaba a actuar con cautela. Pasados unos días, me reuní con
camaradas: hicimos circular,por Madrid, un panfleto, que hablaba….»del
hedor a Franco, muerto»… y, con mucha malicia, recordando que no había
resucitado al tercer día…

No
recuerdo en este momento la fecha exacta de la legalización del Partido en
España, pero sí recuerdo con nitidez, las largas discusiones en la célula de mi
barrio. Según algunos camaradas, Carrillo nos había «vendido», para obtener
la legalización. Discusiones agrías y, sobre todo, llenas de pasión.

El
siguiente paso: organizarnos, para vivir en la legalidad. No era fácil;
sabíamos movernos con discrección, en silencio… Pero, ahora, el Partido nos
pedía destapar nuestra cara y enfrentar a la ciudadanía con coraje.

Así
se hizo y, en mi barrio, fuimos llamando puerta por puerta y presentándonos:
«Hola, somos del Partido Comunista de España». Algunas puertas se
cerraban bruscamente, en nuestras narices; otras, son embargo, nos hacían
pasar, tímidamente al principio, pero luego hablábamos, durante largo rato, y
en algunos casos podíamos conseguir un camarada más.

Fueron
hermosos tiempos, ciertamente; pero como algunos camaradas habían adelantado,
el PCE se avino a los «pactos de la moncloa», admitiendo una
monarquía, que era y es pura herencia del dictador; y a una transición
«pacífica», que dejaba sin justicia, a tantos camaradas, asesinados
por el régimen franquista.

Los
años han pasado y, no solo España, el mundo sigue siendo capitalista. Y yo sigo
escuchando la voz de mi padre: «hija, no renuncies nunca a tu clase, y no
olvides que el mundo, algún dia, será socialista.

Por tanto, aquí sigo, sin renunciar a ese sueño y
dispuesta a seguir en la lucha de la clase obrera, contra la codiciosa y
salvaje opresión del capitalismo. Y es por ésto, que tanto me ilusiona este
proyecto internacionalista, en el que encuentro el mismo discurso (que a
algunos les parece trasnochado y pasado de moda), pero que, para mí, está más
vigente que nunca.

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