A la dictadura china le persigue la perspectiva
de una nueva revuelta de masas. Ha prohibido los actos para conmemorar el
levantamiento de la plaza de Tiananmen de 1989. Este artículo de Vincent Kolo (
Chinaworker.info – ISA), en el que se
exponen los acontecimientos, se publicó por primera vez en 2014.

 
El 15 de abril de 1989 Hu Yaobang, antiguo Secretario
General del Partido Comunista de China, murió de un ataque al corazón. Este
hecho se convirtió en el pistoletazo de salida de uno de los mayores
movimientos de masas de la historia moderna, un movimiento que pronto creció
más allá de las expectativas más descabelladas de sus iniciadores y estuvo a
punto de derrocar el régimen dictatorial del llamado partido
«comunista».

(Este artículo aborda los antecedentes y la fase inicial del movimiento de 1989. Un análisis de la preparación y del sangriento aplastamiento del movimiento se encuentra en nuestro libro, Seven Weeks That Shook the World (Siete semanas que conmovieron al mundo), publicado por chinaworker.info (96 páginas, 70 dólares de Hong Kong, incluidos los gastos de envío)  que puede pedirse en cwi.china@gmail.com).

El 17 de abril los primeros contingentes, unos 700
estudiantes y profesores, marcharon 15 kilómetros desde su campus universitario
hasta la plaza de Tiananmen, en el corazón de la capital china. Corearon:
«¡Viva Hu Yaobang! ¡Viva la democracia! ¡Abajo la corrupción! Abajo la
autocracia». En las semanas siguientes estas consignas resonaron en todo
el mundo.

La ocupación de la plaza de Tiananmen por parte de los
estudiantes hace un cuarto de siglo fue, en muchos sentidos, el precursor de
los movimientos masivos de «ocupación» del presente, compartiendo
muchos rasgos comunes con las revueltas revolucionarias de la «Primavera
Árabe» y las revueltas masivas de los jóvenes, como «Ocuppy Wall
Street» y el «Movimiento Girasol» de Taiwán. Una lección clave
de 1989 y de la sangrienta masacre que puso fin a este movimiento fue la
necesidad de una estrategia basada en la clase obrera y en un programa de lucha
de clases. También plantea muchas cuestiones sobre los movimientos dirigidos
por estudiantes, sus posibilidades pero también sus limitaciones políticas, a
menos que estén equipados con una estrategia consciente para extenderse más
allá de la clase media y vincularse con los trabajadores.

Millones de personas se unieron a una oleada de
manifestaciones en el propio Pekín, y las protestas antigubernamentales se
extendieron a más de 110 ciudades de toda China. A lo largo de este movimiento
y hasta el sangriento final, los manifestantes cantaron «La
Internacional», desmintiendo la afirmación del régimen de que se trataba
de un movimiento contrarrevolucionario burgués. Sólo cinco días después de la
primera modesta manifestación, hasta 200.000 personas desafiaron la prohibición
del gobierno y ocuparon la plaza el día del funeral de Hu. Se convocó una
«huelga estudiantil» indefinida en más de 20 universidades y colegios
de Pekín y se anunció la formación de una «federación autónoma» para
coordinar el movimiento. A mediados de mayo, también la clase obrera industrial
empezaba a organizarse y a sentar las bases de un movimiento sindical
independiente. Este acontecimiento, sobre todo el «miedo polaco» (al
crecimiento de un movimiento obrero de masas independiente), aterrorizó a los
dirigentes chinos.

 

Revolución

Una revolución, decía León Trotsky, es cuando las masas
comienzan a dar forma a los acontecimientos directamente y sienten su poder
para hacerlo. Esto resume la situación de China en ese momento. El régimen de
Deng Xiaoping, alabado por los gobiernos occidentales como el hombre que
devolvió el capitalismo a China, «parecía confuso e impotente»,
señaló el historiador Maurice Meisner. La jerarquía gubernamental y los
militares estaban profundamente divididos. Como explicaba “Militant” periódico
del CIT en Gran Bretaña, «…se daban todas las condiciones para el
derrocamiento pacífico de la burocracia… Lo único que faltaba era el
ingrediente vital de un programa, una estrategia y una táctica claros».
[Militant, 9 de junio de 1989]

En la noche del 3 al 4 de junio de 1989, Deng Xiaoping y
sus partidarios de la «línea dura» dentro del grupo gobernante,
vacilaron con la sangre de miles de trabajadores y jóvenes para restaurar su
control. Deng movilizó 200.000 soldados del EPL (Ejército Popular de
Liberación) para una «invasión» a gran escala de la capital china. A
modo de comparación, Estados Unidos desplegó 248.000 soldados para la invasión
de Irak en 2003. Según Amnistía Internacional, al menos mil personas murieron
en el asalto al centro de Pekín. Más de 40.000 personas fueron arrastradas por
las redadas policiales durante las semanas y meses siguientes, siendo los
trabajadores, y no los estudiantes, los que sufrieron las consecuencias más
graves. Los trabajadores que organizaron o intentaron organizar huelgas en los
últimos días del movimiento fueron condenados a largas penas de prisión o
ejecutados como «contrarrevolucionarios». La efímera Federación
Autónoma de Trabajadores de Pekín, que había convocado una huelga general para
detener la embestida militar, fue acusada de planear una insurrección armada
contra el gobierno y sus activistas fueron perseguidos.

Quienes lean este artículo deben saber que el estado chino
considera «sediciosa» esta información. Desde hace 25 años se ha
prohibido de forma generalizada toda información sobre el «liu si»
(«6/4», el incidente del 4 de junio), salvo la versión kafkiana del
gobierno. Ésta afirma que «nadie murió en la plaza de Tiananmen» y
que Deng se vio obligado a actuar para evitar el «caos social» y
asegurar «la prosperidad de China». El rápido crecimiento económico
del último cuarto de siglo se ofrece como justificación histórica de la
masacre.

La represión del movimiento de 1989 no tuvo nada que ver
con la prevención del retorno del capitalismo a China, en contra de algunas de
las declaraciones de los dirigentes chinos de la época. Por el contrario, el
régimen ha perseguido una combinación de políticas capitalistas cada vez más
neoliberales junto con un sistema renovado de gobierno autoritario. Los que
sostienen que el mercado (el capitalismo) y la democracia van de la mano tienen
una difícil tarea para explicar lo que ha ocurrido en China, y por qué el
«modelo chino» es tan popular entre las multinacionales capitalistas.
Esta simpatía entre los comentaristas capitalistas por las soluciones
autoritarias ha sido expresada abiertamente por el columnista del New York
Times Thomas Friedman, por ejemplo, cuando opinó: «La autocracia de un
solo partido tiene ciertamente sus inconvenientes. Pero cuando está dirigida
por un grupo de personas razonablemente ilustradas [sic], como lo es China hoy,
también puede tener grandes ventajas».

Hoy en día, la China de los años 80 aparece casi como una
«era dorada» de relativa apertura y debate público. Bajo Hu Jintao y
Xi Jinping el aparato policial ha crecido hasta alcanzar proporciones
monstruosas, con un presupuesto que eclipsa el gasto militar. Mientras el
régimen se ve obligado a lanzar una campaña anticorrupción de alto nivel para
evitar la hostilidad de la opinión pública, Xi también está intensificando la
represión incluso contra los actores independientes «moderados», como
el «Nuevo Movimiento Ciudadano» anticorrupción, cuyo líder, Xu
Zhiyong, ha sido condenado a cuatro años de prisión y otros diez activistas han
sido encarcelados.

El giro del régimen chino hacia un régimen policial aún más
duro y el rechazo a la «reforma política» ha sido un factor clave
para que las vigilias de protesta anuales del 4 de junio en Hong Kong se hayan
convertido en eventos masivos, en los que han participado alrededor de 200.000
personas en los últimos años, incluidos varios miles de visitantes de la China
continental. En la China continental, por supuesto, no se toleran estas
protestas. La estrategia de Xi de fortificar el dominio unipartidista y acabar
con todo brote de actividad política independiente es expresión de una profunda
crisis social y política que inevitablemente producirá un desenlace explosivo:
un nuevo 1989 pero a un nivel superior.

[Nota del editor: desde que se escribió este artículo, las
condiciones en Hong Kong han empeorado mucho. Ya no se toleran estas
vigilancias – ver artículo
 que
lo explica].

Por todas estas razones, es vital que las verdaderas
lecciones del «6/4» sean rescatadas de debajo de la montaña de
desinformación, mentiras y malentendidos, para ser debatidas y estudiadas por
una nueva generación que busca una forma de cambiar el sistema político y
económico.

 

Orígenes del movimiento de 1989

Los activistas estudiantiles de Pekín habían planeado salir
a la calle para el 70º aniversario del «movimiento del 4 de mayo» de
1919, con el objetivo de mantener estas protestas hasta que el líder soviético
Mijail Gorbachov llegara para su histórica visita a China el 15 de mayo de
1989. Gorbachov era considerado un «democratizador» dentro del bloque
de países comunistas (en realidad estalinistas). Los estudiantes tenían una
larga lista de quejas, pero la cuestión central era el temor de que el proceso
de «democratización» que creían que acompañaría a las «reformas
de mercado», un proceso que parecía prosperar en Europa del Este y en la
Unión Soviética bajo el mandato de Gorbachov, estuviera ahora retrocediendo en
China. Por ello, la noticia de la muerte de Hu Yaobang llevó a los activistas
estudiantiles a adelantar sus planes de protesta, aprovechando la oportunidad
de «llorar a los muertos para criticar a los vivos».

Hu había sido destituido como líder del partido en enero de
1987, acusado de blandura ante las manifestaciones estudiantiles
prodemocráticas de diciembre de 1986 en Shanghai y Pekín. Los partidarios de la
línea dura dentro de la burocracia gobernante, que temían la inestabilidad
política y un desafío de las masas por encima de todo, presionaron al líder
supremo Deng para que sacrificara a su aliado Hu, que al igual que Deng era un
pionero de las reformas procapitalistas adoptadas desde 1978. Sin embargo, su
destitución no supuso un cambio de rumbo decisivo. A Hu le sucedió Zhao Ziyang,
un «reformista» aún más abiertamente procapitalista. Pero la caída en
desgracia de Hu reforzó los temores dentro del campo liberal y entre los
estudiantes radicales de que la «reforma política» estaba siendo
dejada de lado. De ahí que concluyeran que había que “hacer algo» para
inclinar la balanza hacia el otro lado. Hu se parecía en muchos aspectos a
Dubček, el líder de Checoslovaquia que defendía un «socialismo con rostro
humano», cuyo breve mandato terminó con la invasión de la Unión Soviética
en 1968. Hu había defendido la retirada militar china del Tíbet, por ejemplo,
pero también enfureció a la facción de la «línea dura» cuando anunció
en 1984 que «Marx y Lenin no pueden resolver nuestros problemas».

Al mismo tiempo, las políticas de mercado radicales del
gobierno habían introducido cambios radicales en la sociedad china, encendiendo
luces de alarma en muchos ámbitos. En marzo de 1989, el Tíbet había estallado
en los más graves disturbios y protestas callejeras de los últimos 30 años.
Este movimiento fue aplastado por el entonces jefe del partido en Tíbet, Hu
Jintao, con los mismos métodos despiadados que luego se utilizaron en Pekín. Hu
fue recompensado más tarde con el ascenso a líder del partido y a presidente.
La inflación, de más del 31%, estaba en su nivel más alto desde la revolución
de 1949. Más de un millón de fábricas cerraron en 1989 como resultado de las
medidas de austeridad del régimen. El día del funeral de Hu Yaobang (22 de
abril) los jóvenes desempleados y los emigrantes rurales de Xian y Changsha se
enfrentaron a la policía.

Durante todo un año, las altas esferas del gobierno se
habían enzarzado en un debate cada vez más enconado sobre las reformas de los
precios, en el que Zhao, apoyado inicialmente por Deng, impulsaba la plena
liberalización de los precios. En ese momento existía un sistema doble de
precios regulados por el Estado y precios de mercado, que ofrecía oportunidades
lucrativas para que una parte de la burocracia se enriqueciera, robando bienes
del sector estatal y vendiéndolos en el sector de mercado. Como explica Wang
Hui, académico de Pekín y representante de la «nueva izquierda»,
«sólo en 1988, las diferencias entre los dos niveles de precios de los dos
sistemas (es decir, la «renta») alcanzaron casi 357.000 millones de
yuanes, lo que supuso casi el 30% de la renta nacional de ese año.» [Wang
Hui, China’s New Order, 2006].

Las reformas propuestas por Zhao se presentaron como una
forma de eliminar esa especulación, pero en realidad significaron precios más
altos y mayores cargas para la clase trabajadora y los pobres. El
«bloqueo» político en la cúpula -que reflejaba la presión de las
masas- llevó a la retirada de las reformas de precios de Zhao. Este plan se
llevaría a cabo tres meses después de la masacre, en septiembre de 1989, con la
amenaza de las protestas masivas eliminada. Irónicamente, para entonces el
propio Zhao estaba bajo arresto domiciliario, que duró hasta su muerte en 2005,
mientras sus sucesores promulgaban sus políticas económicas.

 

Sistema estalinista en crisis

En su apasionante relato de primera mano sobre el
movimiento en Pekín, «Eyewitness in China», el entonces trotskista de
27 años Stephen Jolly, de Australia, escribió: «Me sentí como si estuviera
en el centro del mundo». Estaba claro que el resultado de la lucha en
China tendría efectos colosales a nivel internacional, tan importantes a su
manera como la crisis industrial y financiera del capitalismo que ahora se
desarrolla a nuestro alrededor. Wang Hui, que formó parte del último grupo de
estudiantes que abandonó la Plaza la mañana del 4 de junio, sostiene que
«los acontecimientos de Pekín de aquel año desencadenaron la
desintegración de la Unión Soviética y de Europa del Este e inauguraron la
estructura política y económica por la que el neoliberalismo llegó a dominar el
mundo».

Esto exagera un poco el caso, pero no hay duda de que el heroico
desafío de los trabajadores y jóvenes chinos, seguido del sádico aplastamiento
de este movimiento, aceleró y agravó la crisis dentro de otros estados
estalinistas de partido único, en la Unión Soviética y Europa del Este. En el
Occidente capitalista, la embestida neoliberal contra la clase obrera ya había
comenzado, pero se aceleró exponencialmente como resultado de la crisis y el
colapso de los regímenes estalinistas. Los estados estalinistas habían sido
asolados por la crisis en muchos casos desde finales de los años 70. La rápida
industrialización lograda en sus primeros años, basada en las enormes ventajas
de la planificación central y la propiedad estatal, había dado paso al
estancamiento económico debido al papel asfixiante de la burocracia gobernante.
Esto era inevitable sin la participación activa y democrática de la clase
obrera en la gestión de la sociedad y la economía, es decir, sin un verdadero
socialismo.

Esta crisis económica cada vez más profunda, pero también
-de manera crítica- la naturaleza represiva del estalinismo y el anhelo de
democracia entre las masas, junto con los crecientes ataques de la burocracia a
los derechos de los trabajadores y a la protección social, produjeron entre
algunas capas una creciente antipatía hacia el «socialismo» en cuyo
nombre estos regímenes pretendían gobernar. Esta actitud fue especialmente
pronunciada entre la intelectualidad y dentro de la propia burocracia. En el
caso de China, los caóticos resultados de la llamada Revolución Cultural de
1966-76, durante la cual los intelectuales fueron especialmente señalados como
«malos elementos» por los propagandistas maoístas, habían convertido
a una capa importante de intelectuales en hostiles al ‘comunismo’.

En todo el mundo estalinista, con los regímenes de China,
Hungría, Polonia y Yugoslavia a la cabeza, algunos sectores de la burocracia
estalinista empezaron a mirar hacia el capitalismo como tabla de salvación,
para salvaguardar su propio poder y sus privilegios. La llegada al poder de
Deng Xiaoping en 1978, con la derrota y el arresto de la maoísta «Banda de
los Cuatro», marcó un giro decisivo en China, no como un plan totalmente
desarrollado para restaurar el capitalismo, sino inicialmente como un intento
«pragmático» de combinar algunas características del capitalismo
-mayores «incentivos» a la gestión, menos protección para los
trabajadores, más aperturas para la riqueza y la inversión privadas- con una
economía planificada burocráticamente. Sin embargo, en el transcurso de la
década de 1980, surgió un ala procapitalista más consciente dentro del régimen
chino, con Deng y Zhao como sus principales figuras.

Los cambios económicos provocados por este cambio en la
cúspide fueron dramáticos. En primer lugar, toda la agricultura fue privatizada
entre 1979 y 1983, con la destrucción de la agricultura colectiva en lugar de
su reorganización según las líneas democráticas, que nosotros, los auténticos
marxistas, defenderíamos. Esto crearía más tarde un enorme «agujero
negro» de sanidad y educación rurales infradotadas (estos servicios habían
dependido de las granjas colectivas para su apoyo). El régimen lanzó al mismo
tiempo su «estrategia costera», cediendo mayores competencias a las
provincias orientales y fomentando su integración en el mercado mundial,
especialmente a través de los capitalistas de la diáspora china. Las zonas
económicas especiales (ZEE), gestionadas con criterios capitalistas, se crearon
en unas pocas áreas, pero luego se ampliaron. El padre de Xi Jinping, Xi
Zhongxun, está considerado como el pionero de las ZEE, que puso en marcha
siendo jefe del partido en la provincia de Guangdong.

Otras reformas socavaron la seguridad laboral y los
derechos a prestaciones de los trabajadores del sector estatal, mientras la
propaganda estatal alababa cada vez más la desigualdad social como acicate para
el «desarrollo económico», y arremetía contra los trabajadores
«mimados». Una reforma laboral introducida en 1986 abolió el sistema
de empleo permanente en las empresas estatales. Estos cambios no supusieron
entonces la restauración del capitalismo, pero sí una erosión sustancial de las
bases económicas planificadas y de la posición de la clase trabajadora.

El escritor maoísta Minqi Li, participante en 1989 (aunque
confiesa que entonces era un «demócrata neoliberal») describe el
periodo a partir de 1985 de la siguiente manera: «Los programas de
televisión, los periódicos y las revistas oficiales retrataban ahora
positivamente un capitalismo occidental materialmente próspero y unos
«dragones» capitalistas de Asia oriental muy dinámicos. Sólo China y
otros estados socialistas parecían haberse quedado atrás… La imagen dominante
del capitalismo había pasado de ser la de la superexplotación en los talleres
clandestinos a la de sinónimo de democracia, salarios altos y prestaciones
sociales, así como de protección sindical de los derechos de los trabajadores.
No fue hasta la década de 1990 que la clase obrera china volvería a aprender
por experiencia propia lo que el capitalismo significaba en la vida real.»
Li, The Rise of China and the Demise of the Capitalist World Economy, 2008].

 

¿Cómo caracterizar el movimiento de 1989?

Hoy en día, agravado por el bloqueo del régimen a la
información y el debate libres, hay una gran cantidad de malentendidos y
confusión sobre los acontecimientos de Tiananmen. Algunos apologistas del
régimen chino describen 1989 como una «revolución de colores»,
equiparándola a las revueltas de Georgia 2003 y Ucrania 2004. Con ello, quieren
desestimar el movimiento como prooccidental, los manifestantes meros
«títeres» del imperialismo extranjero. Esta idea es compartida por
sectores del movimiento neo-maoísta en China, que señalan la posición
abiertamente capitalista de muchos líderes del movimiento de 1989 en la
actualidad, que sin embargo no coincide necesariamente con lo que estos mismos
individuos dijeron e hicieron en su momento. Sin embargo, es significativo que
un número cada vez mayor de jóvenes de influencia maoísta de hoy en día haya
empezado a revisar su punto de vista y describa ahora Tiananmen como un
«auténtico movimiento popular». Este es un paso bienvenido.

Como la mayoría de los movimientos de masas, el de
Tiananmen fue extremadamente complejo y diverso. Esto era inevitable, sobre
todo en condiciones de dictadura de partido único y de ausencia total de
organizaciones independientes de la clase obrera y otras capas oprimidas. Al
salir de la oscura noche del régimen autoritario, los componentes de este
movimiento abarcaban todo el arco político. Entre algunas capas había ilusiones
en la democracia burguesa de estilo occidental y aún más en el «modelo de
Taiwán», pero ésta era sólo una de las muchas vertientes del movimiento,
influyente, pero no decisiva. Otros buscaban una «renovación del
socialismo», y algunos -pero no todos- miraban a Gorbachov en busca de
inspiración. Especialmente entre los trabajadores ya existía una actitud extremadamente
recelosa hacia las «reformas de mercado» y una voluntad de defender
la propiedad estatal, la mayor ganancia de la revolución de 1949. El
denominador común del movimiento era una explosión de las demandas de derechos
democráticos y, a partir de ahí, un creciente rechazo al gobierno existente,
aunque no estuviera muy claro qué debía sustituirlo.

No cabe duda de que el impulso inicial del movimiento
provino de una capa de intelectuales y sus partidarios estudiantiles que hoy se
describirían como «neoliberales» (este término no se utilizaba
entonces). Estaban cerca del ala Zhao del régimen y su perspectiva política
abarcaba no sólo la «democracia» sino también, en diferentes grados,
el apoyo al «libre mercado» capitalista. Sin embargo, en aquella
época no habrían expresado su apoyo al capitalismo en términos tan estridentes
como lo han hecho algunos de ellos desde entonces. La mayoría de los líderes
del movimiento estudiantil no querían derrocar al gobierno, sino lograr un
cambio en la cúpula a favor de Zhao y el ala «reformista». Así lo
demuestra una de sus principales reivindicaciones: que la Asamblea Popular
Nacional de China (en realidad desdentada) se reúna y censure o destituya a los
miembros de la «línea dura» del gobierno. «Nuestro propósito era
que el gobierno nos escuchara y hablara con nosotros», dijo el líder
estudiantil Wuerkaixi en retrospectiva, «esa era nuestra única demanda
real».

Sin embargo, una vez rota la barrera psicológica -de
atreverse a enfrentarse abiertamente a la dictadura en las calles- las
protestas estudiantiles actuaron como un gigantesco imán para todo el
descontento social acumulado en la sociedad. De este modo, se abrieron las
puertas a fuerzas sociales que no compartían plenamente los intereses y
objetivos de los líderes estudiantiles originales. Incluso dentro de las filas
de los estudiantes había una división entre el estrato pro-Zhao, más antiguo y
generalmente más privilegiado, y una mayoría más joven y radical, que
consideraba que Zhao no era fundamentalmente diferente del resto de los altos
burócratas. Esto se reflejaba en el odio de las masas hacia los
«principitos», los hijos de los altos funcionarios que se habían
convertido o se estaban convirtiendo en capitalistas aprovechando sus
conexiones. Los hijos tanto de Deng como de Zhao eran notorios principescos,
debidamente denunciados por millones de manifestantes: «El presidente Mao
envió a su hijo a luchar [en Corea]. Lin Biao envió a su hijo a dar un golpe de
estado. Deng Xiaoping envió a su hijo a organizar donaciones, y Zhao Ziyang
envió a su hijo a vender televisores para lucrarse», fue uno de los
cánticos populares.

 

Tanque capturado por jóvenes y trabajadores que protestaban

Las ideas maoístas surgieron como una tendencia
significativa pero también contradictoria dentro del movimiento de masas.
Muchas manifestaciones fuera de Pekín, especialmente en las ciudades
industriales, llevaban el retrato de Mao, contraponiendo el estilo de vida
supuestamente incorrupto de los líderes burocráticos en la época de Mao con el
estilo de vida millonario que estaban alcanzando cada vez más con Deng. Esto
era menos común en las manifestaciones de Pekín, donde muchos activistas
estudiantiles desconfiaban de Mao, al que consideraban aún más autoritario que
sus sucesores. Pero incluso en Pekín, la huelga de hambre de los estudiantes,
que comenzó el 12 de mayo, se basó en gran medida en las consignas y el estilo
de campaña de la Revolución Cultural de Mao. También fue un episodio
extremadamente polémico, al que algunos intelectuales liberales del movimiento
se opusieron rotundamente por considerarlo «demasiado radical». Sin
embargo, la huelga de hambre en la plaza de Tiananmen resultó ser un
acontecimiento fundamental, el punto en el que otras capas, y especialmente la
clase obrera, salieron de la barrera y entraron en la lucha.

La entrada de las amplias masas en el movimiento cambió su
carácter y lo impulsó en otra dirección: de un movimiento de protesta que
buscaba fortalecer un ala de la burocracia, a un desafío cada vez más abierto a
la burocracia en su conjunto. Además, el movimiento de Tiananmen -quizás único
en el bloque estalinista de la época- se desarrolló en una dirección cada vez
más anticapitalista y contraria a la «reforma del mercado». Como dijo
Wang Hui al New York Times (15 de octubre de 2006), se trataba de un
«amplio movimiento social» que surgió de «la angustia causada
por la terapia de choque de las reformas de mercado».

Una revolución política -para salvaguardar la inestimable
conquista social de una economía estatal, pero colocándola bajo un nuevo
régimen de control y gestión democráticos de los trabajadores- estaba al
alcance de la mano en 1989. El ingrediente crítico que faltaba era un auténtico
partido marxista, arraigado entre los trabajadores y los estudiantes, que podría
haber surgido de la clandestinidad para fructificar el movimiento de masas con
un programa claro y una táctica correcta. Una fuerza así podría haber dado una
expresión consciente a los procesos inconscientes entre las masas en dirección
a una alternativa socialista al capitalismo y al estalinismo.

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