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04/05/2015, Juan
Bértiz, Socialismo Revolucionario Barcelona

Català

Todas las miradas se
habían dirigido, antes de las elecciones andaluzas de marzo, hacia Podemos, en
cómo se iba a plasmar el terremoto de esta formación política, nacida hace poco
más de un año, y cuyo crecimiento ha producido vértigo a muchos. Hasta el PP
parecía aterrado por tanto éxito, porque el traspaso de votos hacia Podemos no
solo ha afectado –y parece que seguirá afectando – a IU, sino porque afecta
también, y sobre todo, al PSOE, el otro pilar sobre el que se sustenta el
sistema político surgido de la Constitución del 78.

Pero
hete aquí que ha habido otra sorpresa no tan prevista ni anunciada, pero que
aumenta la sensación de que el actual sistema de partidos se tambalea, la
aparición en el Parlamento de Andalucía de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía.
Nueve representantes en el Parlamento Andaluz, votos captados, dada la posición
política que pretende ocupar esta formación, la de un cierto y vago
regeneracionismo centrista, tanto del PSOE como del PP, que supone a todas
luces el punto de salida para su expansión por el conjunto del Estado.

Hay
quien pretende ver paralelismos entre Podemos y Ciudadanos. Esta formación
sería, se afirma, la equivalente a Podemos en un ámbito más centrista, incluso
conservador. Hay quien lo considera el Podemos de la derecha, y la reacción del
PP parece ratificarlo, incluso algunos sectores de la izquierda y el
soberanismo catalán lo han tachado de populismo de extrema derecha, españolismo
filoPP.

Sin
duda, Ciudadanos comparte con Podemos que rompe el modelo partidista y que por
ello nada va a ser lo mismo en el panorama español tras este año electoral.
Pero los paralelismos se reducen a eso. Tampoco parece adecuado establecerlos,
responden a dos realidades ideológicas y sociales bien diferentes, aunque a
veces acudan las dos formaciones a ese vago concepto de regeneracionismo, por
cierto, de profunda tradición española, más en concreto del reformismo liberal.
Tampoco parece adecuado –o sería una simplificación reduccionista- tacharlo de
expresión de extrema derecha, este espectro ideológico ya cuenta con sus
organizaciones, de momento, y por fortuna, poco exitosas, incluida Vox, surgida
del PP, de sus sectores, estos sí, más ultras.

Entonces,
¿qué es Ciudadanos?

Un
breve repaso histórico nos puede permitir entender algunos elementos del éxito
de esta formación. Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía surge en Catalunya en el
2006 como extensión de un movimiento social, Ciudadans de Catalunya, surgido un
año antes y avalado por intelectuales de la comunidad que, afirmaban, se sentían
hastiados por el nacionalismo catalán y su ansia de ocupar todo el espacio de
la sociedad catalana. Recuérdese que la Comunidad Autónoma Catalana había
estado durante lustros gobernada por CiU, más en concreto por Jordi Pujol, un
personaje ahora en clara decadencia, pero que durante años se erigió en la
referencia moral, política, social y cultural del país, casi un líder con un
fin concreto, la de reconstruir el país, Catalunya, darle ese carácter
homogéneo, todo ello con una visión burguesa, y siempre bajo el paraguas del
Estado español que permitía hacer pingües negocios a su burguesía. Ahora Pujol
resulta un personaje patético, aunque buena parte de la burguesía catalana
sigue haciendo pingües beneficios y mira no sin recelo a los herederos del
exhonorable.

Es
cierto que desde los años 70, en las cuatro provincias, se había creado un
consenso social sobre el carácter nacional de Catalunya y la necesidad de
reconocimiento como pueblo. Dicho reconocimiento de su condición de nación y de
la necesidad de mantener y potenciar su lengua y sus órganos de autogobierno
fue asumido por la izquierda, tanto la más reformista –el PSC o el PSUC,
reclamando un estatuto de autonomía- como la más revolucionaria, que defendían
en su conjunto el derecho de autodeterminación e incluso algunos grupos, y no
sólo los nacionalistas de izquierdas, también algunos partidos de carácter
estatal, como la LCR o el MCC, la independencia del país. Toda esta izquierda,
además, movilizaba a la clase trabajadora de Barcelona y su extrarradio, buena
parte de ella con orígenes en el resto del Estado. Pero también es cierto que
quien se benefició de ese consenso fue un nacionalismo conservador, bastante
ambiguo en la cuestión de la independencia, como ha sido CiU, que aún hoy se
mueve, a pesar de las apariencias, en el terreno de la ambigüedad, en el sí ni
no ni todo lo contrario.

Sólo
el PP ha aparecido hasta el 2005 como el partido que disentía de esa visión
nacional catalana. De ese modo el catalanismo adoptó tintes progresistas y
hasta sanos mientras el españolismo pasaba a ser algo rancio y reaccionario,
incorporando en el concepto
españolismo,
a veces, un sentimiento de identificación con España. Que CiU o el PSC no
quisieran ni oír hablar en serio de la independencia era algo que no se podía
decir muy alto. En este contexto, CiU y ERC, la expresión burguesa y pequeño
burguesa del nacionalismo catalán, conseguían la hegemonía institucional
mientras que el PSUC entró en crisis, acabó diluyéndose en ICV y EUiA, el PSC
–adherido al PSOE- comenzó a sufrir la crisis de la socialdemocracia y la
izquierda radical se agotaba en los noventa mientras que la izquierda
independentista no acabó de asomarse al panorama político institucional hasta
el fortalecimiento de las CUP, vía el municipalismo y por fin su llegada al
Parlamento.

En
este contexto, se resquebraja el sistema surgido de la Transición, se agota el
modelo constitucional y se empiezan a cuestionar la monarquía, la visión
idílica de la historia reciente, el modelo económico tras años de falsa bonanza
y el sistema autonómico. Es una crisis que no resulta sólo de un agotamiento
institucional, sino también –y sobre todo- porque cambian los paradigmas y las
visiones de sí mismos, y en este sentido salta por los aires las visiones
amables de lo colectivo, pero no sólo del Estado en su conjunto, sino también
de los pueblos del Estado. Hay que fijarse que se deja de hablar de
nacionalismo y se pasa a hablar de soberanismo, esto es, del papel que juega el
pueblo como sujeto sobre quien recae el derecho de decidir su destino y sus
vínculos institucionales, sin referencias a un término en desuso, la nación.
Sólo así se entiende que se ascienda en Catalunya las CUP pero también que
aparezca Ciudadanos, porque es un reflejo de que ese consenso de los setenta se
ha agotado a su vez.

Aquella
izquierda que permitió una visión hegemónica ya no existe. No existe un PSUC o
una izquierda revolucionaria con incidencia en el cinturón rojo de Barcelona,
donde incluso gana el PP –Badalona o Castelldefels-, además el discurso
nacionalista de CiU ha acabado por asfixiar a una parte de la población,
alejándola de los valores de consenso de los setenta.

Ciudadanos
se aprovecha de esta realidad. De ahí que con un discurso aparente, superficial
y en ocasiones oportunista, sí, pero que ha concordado con una sensación
general de hastío, ha conseguido abrirse camino en Barcelona y las ciudades
satélites, ha atraído a una parte del electorado de la izquierda, no con un
discurso social de transformación, sino de regeneración de las instituciones y
de las costumbres que recuerda al krausismo de principios del siglo XX, al
lerrouxismo y a ciertas corrientes reformadoras. Ciudadanos habla de Reforma
del Estado y la democracia, pero también cuestiona el modelo autonómico, pero
no para dotar de mecanismos democráticos que permita la libre determinación,
sino al contrario, para asegurar lo contrario, que las instituciones del Estado
no corran peligro. La cuestión no es que Ciudadanos no sea partidaria de la
independencia, sino que no es partidaria de la soberanía y de un ejercicio
democrático de determinación. Pero construye un discurso reformista y liberal
en torno a eso que suena bien a algunos, clama además por la autoridad del
Estado, cuando además todo se tambalea. Y no olvidemos que las crisis favorecen
la revolución, pero también el conservadurismo reformador.

Ciudadanos
ha logrado afianzarse en Catalunya porque el consenso de los setenta se ha roto
en pedazos, como se ha roto el pacto del 78, por ello se expande en el resto
del Estado con un discurso regeneracionista que nadie se ha creído en boca de
Rosa Díez y sus aliados de UPyD. No es difícil imaginar que Rivera aspira a que
su partido sustituya al PP, algo que parece difícil por ahora, cuando el PP,
aunque nos parezca mentira, parece que va a salvar los muebles. Sea lo que
fuere, Ciudadanos recoge elementos de la socialdemocracia y del liberalismo
para cambiarlo todo, pero sin cambiar nada. Dependemos de la fortaleza de una
izquierda transformadora para poder darle la vuelta a esta realidad.

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