20/02/2021, Socialisme Revolucionari

 

Por tercera vez en poco
más de cinco años, el pasado domingo 14 de febrero hemos tenido elecciones en Catalunya.
Se convocaron después de que el Estado español destituyera, una vez más, al
presidente electo de la Generalitat como parte de su persecución al movimiento
independentista. Esta implacable represión socava incluso los escasos derechos
democráticos del régimen posfranquista. Pero no habrá descanso para el “establishment”
después de estas últimas elecciones, ya que la profunda crisis del capitalismo
en Catalunya y el Estado español no hará más que continuar, agravada por la
mala gestión de la pandemia del COVID-19 y la aguda realidad económica
relacionada con ella.

Mayoría para «la
izquierda» y la independencia

Tras estas elecciones
destacan dos resultados positivos principales. En primer lugar, el porcentaje
de votos para lo que los medios de comunicación de masas describen como
«la izquierda» (es decir, PSC-PSOE – 23%; ERC – 21,4%; En Comú Podem –
liderado por Podemos – 6,9%; y CUP – 6,7%) fue de casi el 58%, el más alto
desde la década de 1930. Especialmente alentador fue el resultado de la CUP (la
fuerza más a la izquierda de estas cuatro), que aumentó su porcentaje de votos
más de un 50% desde 2017, aunque todavía por debajo del 8% obtenido en 2015.

El mayor crecimiento lo
obtuvo el PSC, que casi duplicó su resultado de 2017. Esto proviene
principalmente de la vuelta de su base tradicional en el cinturón industrial de
Barcelona, pero también del ala liberal-centrista y «pro-europea» del
derrumbado Ciudadanos (Cs). El electorado de este último parece haberse
fracturado entre el PSC y la ultraderecha de Vox, un reflejo de la polarización
política que ya se vio en las elecciones estatales españolas de 2019, así como
una señal de la inestabilidad de las nuevas formaciones, de la que quizás
Podemos debería tomar nota.

Fundamentalmente, el PSC
quedó en primer lugar en estas elecciones sobre todo porque fue visto como la
apuesta más segura por parte de los votantes unionistas moderados, que quizás
sienten que Vox, Cs y el PP son demasiado de derechas y antagónicos para la
situación actual. Al margen de la retórica de la campaña electoral, ERC y PSOE
han estado gestionando un proceso de desescalada como parte de sus acuerdos en
el parlamento estatal, incluyendo cierta suavización por ambas partes en la
cuestión de los presos políticos. Pero es probable que las contradicciones del
proceso resulten infranqueables, sobre todo el papel
independiente del aparato del Estado español y su carácter represivo. Así, un
llamado «gobierno de izquierdas» sería posible matemáticamente,
aunque no probable políticamente, por cómo se han dividido las bases
electorales de estos partidos en la cuestión dominante de la política catalana
en los últimos años: la lucha por la independencia. Mientras ERC y la CUP la
apoyan, el PSC-PSOE y En Comú Podem (ECP) abogan por una «vía
constitucional» hacia, en un futuro lejano, un sistema federal en todo el
Estado español. De hecho, ERC se ha comprometido antes de las elecciones a no
formar una coalición de gobierno con ninguno de los partidos no
independentistas.

El escenario mucho más
probable -aparte de unas nuevas elecciones- es ver una coalición de gobierno de
los partidos independentistas, que por primera vez han obtenido más del 51% de
los votos. Esto supone un hito de legitimidad para la reivindicación
independentista, ya que la falta de mayoría ha sido utilizada continuamente
contra el movimiento en los últimos años. También refleja el continuo apoyo de
las masas a la independencia, a pesar del retroceso del movimiento en 2017 y la
posterior falta de liderazgo político.

Al mismo tiempo, este
resultado se produce tras una participación históricamente baja de solo el 53%.
Esto se debió en parte, por supuesto, al miedo a la pandemia, por lo que todos
los partidos, excepto el PSC, quisieron posponer las elecciones debido a su
potencial mayor fortuna en las encuestas. La segunda razón, sin embargo, fue
una cierta apatía hacia una oferta electoral poco estimulante, tanto en
relación con la lucha por la independencia como con las propuestas para
combatir el terrible impacto socioeconómico de la pandemia. Ello contrasta con
la mayor participación electoral de la historia, del 79%, allá por diciembre de
2017, cuando el movimiento aún estaba en pleno apogeo.

Por lo tanto, es probable
que el nuevo gobierno esté formado por ERC, la CUP y también por la derecha de
JxCat (20%). Aparte de la CUP, será efectivamente una continuación del actual
gobierno, pero ahora con ERC como socio principal. Es el mismo gobierno que
desde el movimiento de masas de 2017 no ha aportado ninguna visión clara ni
estrategia de lucha para la búsqueda de la independencia. Es el mismo gobierno
que ha gestionado mal la pandemia y sus repercusiones económicas, con poco
apoyo a los trabajadores de a pie que han perdido sus empleos.

Más fundamentalmente,
tanto ERC como, aún más, JxCat defienden un tipo de independencia muy diferente
al que la CUP y el resto de la izquierda anticapitalista reclaman, o deberían
reclamar. A pesar de la imagen «radical» o «de izquierdas»
que pueda ofrecer en el momento álgido de la lucha, ERC ha demostrado en el
pasado, sobre todo en los últimos años de participación en el gobierno, que su
lealtad se sitúa fundamentalmente del lado del capital. Durante la huelga de
Nissan del año pasado, por ejemplo, los dirigentes de ERC no dieron ningún
apoyo a la petición de nacionalización de los trabajadores. La república
catalana prevista por partidos como ERC sigue siendo una república capitalista.

Si bien la CUP está
planteando reivindicaciones ampliamente correctas de medidas de izquierdas para
combatir los efectos de la pandemia y una estrategia de lucha para la
autodeterminación, debería hacerlo desde la oposición en lugar de unirse a un
gobierno con partidos pro-capitalistas. Fue un error, en la antesala de los
acontecimientos de 2017, que la CUP fuera a remolque de estos partidos, en un
momento en el que había una importante fusión entre la cuestión social y la
nacional, como reflejó el buen resultado de la CUP en las elecciones de 2015.
En ese momento, una izquierda unida con un programa para una Catalunya
socialista, junto con el apoyo a un referéndum de independencia, podría haber
sido un polo de atracción para los trabajadores de Catalonia y también en el Estado español. En cambio, tras largas negociaciones, la CUP ató su
suerte a la coalición entre ERC y la derecha catalana. Esto los aisló de los
trabajadores a los que no les convencía que una campaña liderada por fuerzas pro-capitalista pudieran traer el cambio, mientras que el alineamiento de ECP contra el referéndum lo situó, junto con los partidos que defienden «la unidad de España», en el lado del Estado español y contra la independencia y los aisló de los trabajadores que veían la posibilidad de que una Catalonia independiente pudiera traer un cambio social. Tras las
elecciones de 2017, la CUP siguió prestando apoyo parlamentario a la coalición
ERC-JxCat.

Pero sería un error mucho
más grave unirse a ellos en el gobierno. Significaría una grave pérdida de
credibilidad para la principal organización partidista de la izquierda
anticapitalista en Catalunya hoy en día. Los partidos de izquierda no deben
tratar de gestionar el capitalismo sólo para demostrar que están
«preparados para gobernar», sino proporcionar una voz independiente
para las clases populares y sus intereses. Precisamente por eso nos opusimos a
que Unidos Podemos entrara oficialmente en el gobierno estatal del PSOE, ya que
a largo plazo corre el riesgo de atar a Podemos cada vez más al “establishment”
y debilitar sus vínculos con las luchas en la calle.

Al mismo tiempo, los
portavoces de Podemos han cuestionado anteriormente la calidad de la
«democracia» española y se han enfrentado a fuertes críticas de sus
socios de coalición y a la histeria de la derecha y de su prensa. Más
recientemente, Podemos se ha negado correctamente a condenar el movimiento de
masas que se está desarrollando entre los jóvenes en apoyo de Pablo Hasél. Esto
es una muestra de cómo los movimientos en la calle pueden presionar a Podemos.

La alcaldesa de Barcelona
de ECP, Ada Colau, también es un ejemplo. Líder del poderoso movimiento
antidesahucios PAH durante la última crisis, Colau no ha sido capaz de detener
la continuación de los desahucios y de la crisis de la vivienda de manera más
amplia desde que se convirtió en alcaldesa en 2015. Este tipo de compromiso de
los principales representantes políticos de la generación de los Indignados ya
ha provocado un creciente cinismo hacia la idea de la organización del partido
entre la nueva generación de activistas.

Por lo tanto, aunque
apoyamos cualquier intento de ganar reformas para las clases trabajadoras, la
izquierda anticapitalista debe tener como objetivo fundamental la
transformación de la sociedad. Si no se aprende esta lección básica, entonces
la izquierda anticapitalista termina, en el mejor de los casos, alimentando el
estado de ánimo antipartidista entre la juventud y, en el peor, dejando la
puerta abierta para que la extrema derecha capitalice la ira antisistema y
crezca aún más. Por lo tanto, como desarrollamos a continuación, la CUP debería
construir una alternativa de izquierda de masas sobre el terreno y utilizar sus
cargos electos para ser una voz de la lucha en las calles y luchar por las
políticas socialistas.

 

Colapso de la derecha
‘mainstream’ y ascenso de Vox

Otro rasgo positivo de
estas elecciones ha sido el hundimiento de los partidos ‘mainstream’ de la
derecha española, PP (3,8%) y Cs (5,6%), pero también del partido histórico de
la burguesía catalana, PdCAT (antigua Convergencia), que ni siquiera llegó al
parlamento. Los dos primeros han visto cómo muchos de sus votantes se han
radicalizado y han emigrado al partido de extrema derecha Vox (7,7%), que ha
entrado por primera vez en el Parlamento catalán, el resultado más preocupante
de estas elecciones.

Tercera fuerza política
en el Estado español y cuarta en Catalunya, Vox emplea un discurso
nacionalista, xenófobo, antiizquierdista y populista para atraer a personas
desilusionadas con los partidos mayoritarios de la derecha. Como la mayoría de
los partidos de este carácter, su principal base social se nutre de las clases
medias descontentas, así como de los elementos reaccionarios del aparato
estatal. Dado que las pequeñas empresas están cerrando o apenas sobreviviendo
debido a las restricciones relacionadas con la pandemia, con poco apoyo del
gobierno central o regional, existe por tanto un potencial para que Vox crezca
si la izquierda no consigue construir una alternativa creíble.

Para evitar ese crecimiento,
la izquierda debe plantear demandas que también apelen a esta categoría social.
Al mismo tiempo, necesita construir un enfoque de frente unido en las calles,
en los lugares de trabajo, en las escuelas y en las universidades para
contrarrestar a Vox y a los diversos grupos fascistas que se aprovechan de su
éxito electoral y se envalentonan con él.

Podríamos ver un aumento
de los ataques a los objetivos habituales de la extrema derecha: inmigrantes, sindicatos,
organizaciones de izquierda, activistas antifascistas, etc. Pero se puede hacer
frente a ellos si las ricas tradiciones antifascitas de Catalunya se movilizan
al máximo para enfrentarse a ellos, no sólo en la calle sino con una clara
alternativa socialista que aborde las condiciones socioeconómicas que están
gestando el crecimiento de la extrema derecha. Aunque Vox ha crecido y su
entrada en el Parlament es un hecho negativo, la correlación de fuerzas sigue
estando de nuestro lado.

La radicalización de una
parte del electorado de derechas también se observa en la derecha catalana. Su
principal partido, JxCat, ha mostrado crecientes tendencias populistas de
derecha en el último período, en particular redoblando su chovinismo
antiespañol. Esto es, por supuesto, un sustituto de un programa que proporcione
un camino efectivo hacia la independencia real, a pesar de sus afirmaciones
rimbombantes al contrario. El principal peligro que hay que combatir aquí es la
división que este tipo de retórica chovinista puede sembrar entre el pueblo
trabajador catalán y el español.

 

El camino de la
izquierda: construir un polo de atracción anticapitalista

Estas elecciones no
traerán el período de calma y estabilidad que el “establishment” capitalista
espera. La pandemia y la crisis socioeconómica ligada a ella continuarán. Después
de haber alcanzado por primera vez el hito simbólico del 51%, las aspiraciones
de las masas a la autodeterminación no desaparecerán. Tampoco lo hará la
represión del Estado español y sus aliados en el aparato catalán, como se ha
visto estos días con el caso del rapero Pablo Hasél y la brutalidad policial
contra los jóvenes que protestaban por su injusto encarcelamiento.

El nuevo gobierno seguirá
siendo parte de estos problemas y no la solución a los mismos. La solución sólo
puede venir desde abajo y la CUP está bien posicionada para ayudar a organizar
la resistencia, tanto en las instituciones como en las calles. Aunque parte de
su dirección parece estar dispuesta a participar en el gobierno junto a los
partidos pro-capitalistas, las bases deberían resistirse a ese tipo de
compromiso y construir la unidad en la acción con los activistas del ECP y
otras organizaciones de izquierda.

En lugar de perseguir un
gobierno de frente popular, la CUP debería proporcionar una oposición real
desde la izquierda sobre la base de un programa de demandas concretas para un salario
decente, una vivienda asequible para todos (incluyendo el fin de los
desahucios), servicios públicos bien financiados (sanidad y educación en particular),
amnistía para todos los presos políticos, derechos para los trabajadores
«ilegales», etc. En este sentido, la CUP debería utilizar sus
numerosos cargos públicos no sólo para criticar al “establishment”, sino para
ayudar a organizar y construir movimientos de masas con el fin de ganar esas
demandas.

 

El próximo período probablemente traerá importantes
agitaciones y movimientos sociales, con nuevas capas entrando en la lucha a
medida que las contradicciones de la sociedad sigan desarrollándose. Habrá
muchas oportunidades así como complicaciones y una clara izquierda
anticapitalista unida es necesaria para enfrentarse a ambas. La CUP debería
aspirar a construir un polo de atracción revolucionario unido que atraiga a
sindicatos, movimientos sociales, organizaciones juveniles, redes de activistas
y otros grupos de izquierda, que podría desarrollarse en un movimiento para
romper con el capitalismo y luchar por una república socialista catalana.

 

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