21/01/2015, Juan
Bértiz. Socialismo Revolucionario, Barcelona

Català

A finales del verano del año pasado
nos sorprendía la noticia de las protestas en el barrio barcelonés de La
Barceloneta por los efectos del turismo masivo y sus consecuencias en la zona.
Hubo momentos de enorme tensión, reflejo del hartazgo de una vecindad que ha
visto degradarse de forma acelerada su barrio a lo largo de los últimos años.
La Barceloneta, hay que recordarlo, es un barrio muy popular situado junto al
mar, junto a las playas, una zona convertida en uno de los centros turísticos
de la ciudad y que ha vivido una transformación brutal. Es un
 antiguo barrio de pescadores y obreros con
una intensa tradición asociativa y combativa –a principio del siglo XX, en
1919, se produjo una de las huelgas míticas de la ciudad, la de la Canadiense,
cuyo recuerdo perdura hoy entre sus calles-, y una red de comercios de
proximidad y zona de ocio popular para toda la ciudad, bares y tabernas donde
se comía, cómo no, pescado bien fresco. Era también un barrio portuario con
tinglados junto al mar y raíles para los trenes de mercancías. Fue a partir de
1992, con los Juegos Olímpicos, cuando se dio su cambio más radical y cuando se
transformó la ciudad para dejar de ser una ciudad industrial y volverse una
ciudad de servicios.

Barcelona, se decía, siempre había
dado la espalda al mar. De hecho, toda la línea marítima la ocupaban los
citados tinglados, pero también numerosos talleres y fábricas, no sólo junto a
la Barceloneta, también en el barrio vecino, al norte, de Poblenou, que llegó
también a contar con focos chabolistas. Con las obras para los Juegos Olímpicos
se derribaron los tinglados –la actividad portuaria se trasladó hacia el puerto
actual, más al sur, en la falda de la montaña de Montjuic- y también los
talleres y las fábricas, se reformaron las playas, se construyeron malecones,
se establecieron hoteles –aún hoy se abren nuevos establecimientos, como el
lujoso hotel Vela- y el puerto de La Barceloneta se ha vuelto un puerto de
yates de lujo, con un reciente plan que busca aumentar el turismo de dinero,
aunque en este barrio el turismo masivo que se da es más bullanguero, nocturno
y playero. Hay quien dice que el modelo turístico que se ha impuesta en esta
zona es el de Lloret o Salou, poblaciones de jolgorio casi permanente para
turistas jóvenes y jaraneros. 

Evidente: el tejido social del
barrio se ha visto afectado. Muchos de los comercios de proximidad se han
transformado en tiendas de souvenirs y tiendas de alimentos pensados más para
el turista. Los bares y restaurantes, a precios populares, son ahora establecimientos
de comida rápida o de tapas a precios prohibitivos. Los restaurantes de las
calles interiores del barrio se han vuelto restaurantes de diseño. Pero el
cambio que estuvo en boca de todos durante los incidentes del verano fue el de
los pisos turísticos. Muchos apartamentos se destinaron al alquiler por días a
turistas, se ha creado de hecho todo una red de inmobiliarias y asociaciones
que gestionan este negocio que da pingües beneficios –otra consecuencia: la
subida de los alquileres- y al mismo tiempo muchas molestias a los vecinos, que
asisten a la ocupación de sus edificios de miles de personas que están de
vacaciones y no respetan el descanso ni las normas de convivencia mínimas.

El hastío, que hasta ese momento se
había encauzado a través de sensaciones y comentarios más y más ácidos sobre el
modelo turístico en Barcelona –porque el problema no sólo se daba en La
Barceloneta, también en otras zonas-, salió a la luz en forma de protestas, de
manifestaciones que recorrieron las calles del barrio a partir de finales de
agosto y que incluso se expandieron a otras zonas, como el Barrio Gótico o el
Barrio de la Sagrada Familia. Lo que estaba en boca de todo el mundo en
Barcelona, que lo del turismo empezaba a ser un problema, comenzó a ser el eje
de unas protestas que se radicalizaban. El equipo de gobierno municipal de CiU,
con el alcalde Trias a la cabeza, tuvo que ceder y tomar medidas contra el
abuso de los pisos turísticos, muchos de los cuales ni siquiera estaban
legalizados para dicha actividad. Hay que tener en cuenta que CiU, cuando
estuvo en la oposición, acusó al gobierno municipal formado por PSC e IC-EUiA
de no controlar adecuadamente el turismo y más en concreto el tema de esta
actividad de los pisos. Pues en estos tres años de gobierno CiU el problema se
ha descontrolado todavía más.

De repente el tema del turismo ha
dejado de ser un tema privado de comentarios entre vecinos que exponen su
malestar para volverse un debate público. Hay un documental,
Bye
bye Barcelona
, de Eduado
Chibás, que se puede ver por internet, que refleja a la perfección la cuestión
centrado en tres zonas de la ciudad muy afectadas por el turismo masivo.

Porque de lo que hablamos es de eso,
de un turismo que se ha convertido en un negocio de pingües y rápidos beneficios,
una de esos filones del capitalismo contemporáneo que busca el enriquecimiento
rápido sin atender las consecuencias, en ocasiones corrosivas en exceso para la
población y para el tejido social urbano, en el que el propio turista se ha
convertido en una mera mercancía al que se pasea de un modo casi
taylorista para que luego se dedique a
la actividad para la que se le ha traído: el consumo de productos cada vez más
universales y menos locales. En este sentido, en Barcelona se cierran librerías
o bares de toda la vida para abrir Burguers y Mcdonals. Pero la población local
es también víctima de ese negocio, los vecinos y los barrios se han convertido
en meros escenarios, una ciudad de cartón piedra, un decorado, un parque
temático, donde lo que importa es que el turista pueda pasárselo bien –no
disfrutar del placer del viaje y de recorrer otra ciudad, otros espacios, otros
hábitos-, y en la que la población no se lucra en absoluto del negocio, a lo
sumo paga los platos rotos en forma de aumento de precios o de precariedad
laboral en algunos de los servicios dedicados a esta industria. El capitalismo
deslava cualquier contenido a la vida, a las relaciones humanas, al placer o a
la cultura del viaje, lo que importa es el precio, el beneficio que se pueda
obtener de cualquier cosa, incluidas nuestras vidas. De este modo el viajar, la
curiosidad por el mundo, se vuelve algo inocuo mientras que los destinos
devienen una mera caricatura de sí mismos para deleite del turismo veloz. Hay
quien alardea de que Barcelona sea la ciudad con mayor número de viajeros
cruceristas,
  que llegan en grandes
cruceros y pasan apenas unas horas en la ciudad.

En este momento se cuestiona el
modelo turístico barcelonés ya no sólo en el ámbito de los activistas vecinales
y los afectados organizados en numerosas plataformas. Se asume que se trata de
un modelo erróneo que produce más desajustes que beneficios. En el fondo, el
problema es un modelo de organización económica de la sociedad que busca el
enriquecimiento a toda costa y la banalización de la cultura y la convivencia.
Pero el modelo impuesto hoy, con sus puertos de lujo, sus hoteles ostentosos,
sus chiringuitos caros, es la expresión más extrema de un capitalismo que no
tiene reparos en destruir una ciudad en beneficio de unos pocos.

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